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Educación y salud mental

Sant Joan de Déu urge a familia y escuela a entrenar la resiliencia en niños y adolescentes: "Hay que permitir que se equivoquen"

El informe 'Faros' reivindica la educación emocional para fomentar el bienestar de los menores y evitar futuros problemas de salud mental

La presión por las notas y la precariedad laboral pasan factura a los jóvenes: tres de cada diez sufren estrés continuo

Una profesora acompaña a los alumnos y alumas, en la escuela Rocafonda de Mataró.

Una profesora acompaña a los alumnos y alumas, en la escuela Rocafonda de Mataró. / Marc Asensio Clupes

Olga Pereda

Olga Pereda

Madrid
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La educación emocional -es decir, saber identificar emociones para, entre otras muchas cosas, autorregularse, resolver conflictos y potenciar la empatía- debe estar presente en la escuela de manera transversal. Este es uno de los puntos clave para fomentar en niños, niñas y adolescentes el bienestar (no confundir con felicidad) y la resiliencia, que supone la capacidad de adaptarse positivamente a pesar de la adversidad.

Así lo defienden los profesionales de la salud mental que firman la edición número 16 del informe 'Faros', elaborado por el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona en colaboración con Henka, un proyecto especializado en el bienestar emocional entre los adolescentes. Su conclusión es clara: hay que integrar la educación emocional en los pupitres, a través de talleres, currículos y contacto con la naturaleza.

La educación emocional ya se da en muchos centros, aunque el rigor y la frecuencia con la que se imparte depende más bien de la voluntad del equipo directivo. Los especialistas en salud mental defienden que si esa integración curricular ha conseguido llevarse a cabo con la emergencia climática (presente ahora en todas escuelas) ¿por qué no llevarla a cabo con la psicoeducación? La situación actual lo demanda.

El 15,7% de adolescentes españoles de entre 14 y 17 años confiesan que han intentado suicidarse y un 20% lo ha pensado

El 15,7% de los adolescentes españoles de entre 14 y 17 años confiesan que han intentado suicidarse, según un estudio de la Universidad Rey Juan Carlos y la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) publicado en septiembre. Uno de cada cinco (un 20%) ha barajado la idea de quitarse la vida mientras que casi el 30% admite haberse autolesionado, es decir, hacerse daño de manera voluntaria. Esta última conducta -radicalmente diferente al intento de quitarse la vida- es la expresión de un malestar emocional, una experiencia desagradable que el chaval o chavala es incapaz de gestionar, asumir y aceptar.

Familias y administraciones

Presentado este jueves en Barcelona, ‘Faros’ deja claro que colegios e institutos no pueden ser los únicos que sostengan la educación emocional de la infancia y la adolescencia. Las familias y las administraciones deben mover ficha también. Las primeras lo deben hacer huyendo de la sobreprotección y educando a sus hijos con amabilidad y firmeza; y las segundas, a través de políticas públicas de fomento de la salud mental. "Tenemos que escuchar a niños y adolescentes, estar presentes para ellos y validar sus emociones. Debemos ser coherentes y darles ejemplo y debemos permitir también que se equivoquen", explica Ester Camprodon, adjunta a la dirección médica del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona y directora del proyecto Henka.

"Confundimos bienestar con felicidad y hay que saber diferenciarlos bien"

— David Bueno, doctor en Biología y especialista en neuroeducación

"Es mejor animar a los hijos que elogiar constantemente. Hay que entrenar habilidades y enseñar estrategias para afrontar las malas situaciones"

— Marta Pardo, psiquiatra del Sant Joan de Déu

El bienestar emocional tiene base genética, pero se va desarrollando a lo largo de los años. Es decir, se puede aprender. De ahí la importancia de incluirlo en la escuela y en el día a día de las familias. Estas, a veces, se obsesionan con la felicidad de sus hijos y les evitan cualquier tipo de sufrimiento. Error. “Confundimos bienestar con felicidad y hay que saber diferenciarlos bien. La felicidad supone un pico momentáneo de dopamina (neurotransmisor del placer) pero en ella no caben ni el malestar o la frustración. En el bienestar, sí. La felicidad tiene fecha de caducidad, al contrario que el bienestar”, recuerda David Bueno, doctor en Biología y especialista en neuroeducación. El profesor de la UB se dirige a las familias, a las que reclama huir del estrés (enemigo acérrimo del bienestar) y la sobreprotección. “Tienes que dejar que tu hijo se frustre”, insiste.

Amabilidad y firmeza

El informe 'Faro's concluye que la receta básica para que padres y madres fomenten el bienestar de sus hijos pasa por la disciplina positiva, una corriente pedagógica que ha sido malinterpretada por muchos gurús que defienden la ausencia de límites y consideran a los menores una especie de semidioses. Nada de eso. “Se trata de educar en el respeto mutuo, en la amabilidad y la firmeza. Hay que poner límites y no podemos dárselo todo hecho. Es mejor alentar y animar que elogiar constantemente. Hay que entrenar habilidades y enseñar estrategias para afrontar las malas situaciones”, subraya Marta Pardo, psiquiatra del Sant Joan de Déu, que insiste en la necesidad de que los niños y las niñas sientan pertenencia y contribución. Es decir, que se sientan capaces y útiles.

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