El Telémaco: 75 años de una odisea de la canarias migrante
171 canarios llegaron a Venezuela a bordo del Telémaco el 16 de septiembre de 1950 en busca de oportunidades que no encontraban en las Islas

El barco Telémaco. / La Provincia
Hace 75 años, el 16 de septiembre del año 1950, el Telémaco desembarcó en Venezuela. Un barco en el que 171 canarios –entre ellos una mujer: Teresa García Arteaga– zarparon hacia el puerto La Guaira, pese a que el viaje «tenía todas las papeletas e ingredientes para convertirse en una tragedia de gran magnitud». Contra todo pronóstico, el Telémaco cruzó el Atlántico y alcanzó la costa venezolana tras una dura travesía. Fue Valle Gran Rey, en La Gomera, quien vio partir a «esas 171 almas» que buscaban «lo que su tierra en ese momento les negaba», asegura el gomero Carlos Jesús Pérez Simancas, que como «cualquier gomero», conoce de primera mano el suceso. Este episodio migratorio aún resuena con fuerza en la memoria colectiva. Durante décadas, se transmitió de forma oral y quienes lo conocen entendieron que la falta de futuro fue lo que empujó a muchos canarios a mirar hacia el mar. Y más allá del mar, hacia América.
Esto es «lo que ocurre hoy con los jóvenes que llegan a las costas canarias desde países africanos como Mauritania, Senegal o Mali –muchos de ellos siendo menores de edad–. No es tan distinto de lo que vivieron los canarios hace 75 u 80 años», señala Simancas, quien agrega que «nada es casual; todo tiene un contexto». Una afirmación que adquiere pleno sentido al abordar la historia migratoria de Canarias, una tierra estrechamente ligada a los flujos migratorios. Hoy es un lugar de acogida, pero durante años fue un punto de partida para miles de canarios que migraron hacia América Latina, empujados, entre otras cosas, por la represión política y las secuelas de una Guerra Civil que dejó en el Archipiélago «mucha hambre y miseria».
Ante esta tesitura, entre 1948 y 1950 salieron en torno a unos 65 barcos de las Islas Canarias con rumbo a Latinoamérica. Así, se calcula que unos 12.000 isleños sin documentación partieron en estas mismas fechas hacinados en barcos de pesca. La historia se repite: la pobreza, la falta de oportunidades y el anhelo de un futuro mejor siguen empujando a jóvenes a cruzar el mar en condiciones extremadamente precarias. Como ocurrió con las familias canarias que zarparon en barcos como el Telémaco, muchos salen hoy desde lugares de África sabiendo que el viaje podría terminar en tragedia. Aquel barco sobrevivió a dos fuertes temporales, tensiones a bordo y un océano incierto. Hoy, embarcaciones aún más frágiles se enfrentan a rutas igual de peligrosas –como la atlántica, considerada la más mortal y peligrosa del mundo–. Manolo Lino lo sabe bien: su tío fue uno de los que se embarcó en aquella aventura. Como muchos otros, tuvo que hacer grandes esfuerzos para pagar el viaje: «A veces tenían que hipotecar hasta sus casas para conseguir el dinero necesario», recuerda. Subirse al Telémaco costaba entre 3.000 y 5.000 pesetas –una gran cantidad en aquel entonces—. La cifra era más que suficiente «para poder construirse una casa en Santa Cruz o en Las Palmas».
El viaje
Después de 39 días en el mar, el Telémaco logró arribar al puerto venezolano de La Guaira. Antes, hizo escala en la Guayana Francesa, donde permanecieron varios días gracias a la hospitalidad de los habitantes locales, que les ofrecieron ropa, comida y refugio en sus propias casas. Durante ese tiempo, los náufragos repararon las velas del barco preparando la embarcación para el último tramo del viaje. El trayecto estuvo marcado por un vaivén de adversidades. Un fuerte temporal atacó al navío y arrasó con todos los alimentos de la cubierta, incluida el agua potable. Aun así, la mañana del 16 de septiembre, el Telémaco tocó tierra firme.
Todos los tripulantes llegaron con vida, pero alcanzaron Venezuela en condición de migrantes irregulares y clandestinos. Solo unos pocos lograron evitar la retención inmediata. Entre ellos, se encontraba Teresa García Arteaga y otros cuatro o cinco pasajeros que habían sido reclamados previamente por familiares o conocidos que ya se encontraban establecidos en el país. El patrón del barco y el maquinista fueron detenidos. Algunos de los pasajeros fueron llevados a La Orchila, un islote venezolano utilizado como zona de cuarentena, donde los canarios permanecieron entre 40 y 50 días para comprobar que no portaban enfermedades. Superado ese periodo, fueron trasladados a centrales azucareras. Allí, muchos comenzaron a trabajar en el cultivo de la caña de azúcar. En el caso de Fortunato Armas, el tío de Manolo Lino, se instaló en Caracas porque era «maestro de escuela». Finalmente, acabó en la ciudad de Barquesimeto, donde se revalidó su título, se hizo profesor de secundaria y obtuvo una medalla de honor por su labor pedagógica: «Daba clase a las personas más necesitadas, se trasladaba a los barrios vulnerables sin cobrar nada y luchó por una política social que siempre defendió», explica Lino, quien subraya que también fue el creador del Partido Movimiento Socialista Venezolano.
La historia de Fortunato Armas muestra que la migración también puede convertirse en una fuente de progreso y enriquecimiento. Según cuenta su sobrino, desde Venezuela enviaba dinero cada mes a su familia: «No quería que pasaran miseria». Con el tiempo, su esposa y sus hijas se reunieron con él en el país latinoamericano, donde las jóvenes lograron convertirse en doctoras. «Imagínate el cambio de vida. Pasó de ser un hombre atropellado en el Archipiélago a tener un buen destino y estilo de vida», destaca Manolo Lino. Es un ejemplo claro de cómo una migración forzada por la necesidad puede abrir la puerta a nuevas oportunidades y caminos.
Tras la estancia en Venezuela, muchos de los migrantes canarios optaron por regresar a las Islas, trayendo consigo nuevas experiencias, conocimientos y, en muchos casos, recursos económicos que transformaron la vida de sus familias. Otros, en cambio, decidieron asentarse y echar raíces en el país latinoamericano. Allí, como hizo Fortunato, saldaron sus deudas, se establecieron y lucharon por reunir a sus seres queridos, llevándolos poco a poco desde Canarias hasta tierras venezolanas. Fue una migración marcada principalmente por el esfuerzo, la perseverancia y el deseo de encontrar una vida mejor.
Una mirada empática
Quienes conocen esta historia, aseguran tanto Manolo Lino como Carlos Jesús Pérez Simancas, «no pueden evitar» relacionarla con la migración que actualmente recibe el Archipiélago canario. Hasta el mes de agosto de 2025, habían llegado a las Islas Canarias en torno a 12.000 personas migrantes. Aunque la cifra representa casi la mitad de los 22.304 que arribaron durante el mismo período de 2024, las costas canarias siguen siendo las que más personas migrantes reciben.
De esta forma «quienes critican la migración ignoran lo que hicieron nuestros antepasados. Ellos también salieron de Canarias en condición irregular para sobrevivir y buscar mejores condiciones», afirma Lino. Unas condiciones que finalmente encontraron. El Telémaco se transformó para muchos en la puerta de acceso a trabajos bien remunerados, con salarios que superaban «con creces» las expectativas de quienes partieron de las Islas. Así, hablar de forma negativa y con desprecio de las personas que migran en situaciones mucho más precarias que las de aquellos canarios es, en palabras de Lino, «olvidar el sacrificio y la esperanza que impulsa a cualquier migrante. Abandonan sus hogares con el único deseo de encontrar algo mejor. Es un acto de valentía que merece todo el respeto», subraya, quien agrega que, en un contexto en el que crecen los discursos de odio y de rechazo, lo que realmente se necesita es «fomentar la solidaridad, la empatía y el compromiso para construir una sociedad basada en la amistad y la fraternidad, donde todos puedan encontrar oportunidades, independientemente de su lugar de origen».
Teresa, la suerte del viaje
Teresa García fue la única mujer a bordo del Telémaco. Vivió una historia marcada por la fe, la familia y el coraje, sostiene Manolo Lino. Se casó «por poder», una práctica común en aquellos tiempos y viajó en el barco acompañada de su padrino: Fortunato Armas. En la travesía, le fue asignado un espacio en el camarote del patrón del barco, Santiago Jerez, quien además era su tío segundo. En ese camarote, junto a Fortunato –que sufría ataques epilépticos y también fue protegido–, compartieron el reducido espacio de tres literas, una rareza en medio del hacinamiento que vivieron los otros 169 hombres que viajaban a bordo. Pero lo más reseñable fue el respeto que despertó Teresa entre los demás.«La respetaron como a una hermana», recuerda Lino. «Nadie se atrevió jamás a decirle una mala palabra. Al contrario, la celebraban con folías y malagueñas que le cantaban durante el viaje», añade. Para muchos, Teresa se convirtió en una figura protectora, simbólica y de suerte en medio de la incertidumbre del océano. Ya en Venezuela, comenzó una nueva vida. Allí se reencontró con su esposo, se casaron oficialmente y formaron una familia. Fue en ese país donde echó raíces y, con el tiempo, donde murió . Antes, regresó a su isla natal como parte de una iniciativa del Cabildo de La Gomera para reunir a 15 de los últimos supervivientes del Telémaco. «Ella era pasividad, ternura, filosofía de vida y serenidad», dice Manolo Lino. Así, no fue solo la única mujer del Telémaco. Fue también un símbolo de fortaleza en una travesía que forma parte de la memoria de la migración canaria.
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