Entrevista | Joan Pous Exalcalde de Bellver i expresident del Consell Comarcal de la Cerdanya

Joan Pous, exalcalde de Bellver: «¿Quien se opone al turismo quiere el futuro de los pueblos del Pallars que casi han desaparecido?»

Ha sido uno de los hombres fuertes de la política cerdana durante tres décadas, especialmente los años en que fue, a la vez, alcalde del segundo municipio de la comarca y presidente del consell. Acomodado gracias al horno familiar y con una sólida formación intelectual, ha dejado una fuerte huella y sigue teniendo la mente aguda y sin filtros que siempre le ha caracterizado

Joan Pous Porta

Joan Pous Porta / Marc Marcè

Marc Marcè

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Ha sido una de las personas más influyentes de la Cerdanya y, a sus 81 años, no tiene pelos en la lengua. Acomodado, culto, soltero, sin hijos, exhibe encantado de la vida un talante de hombre duro de campo que ya lo ha visto todo. Joan Pous, exalcalde de Bellver y expresidente del Consell Comarcal de la Cerdanya, sigue siendo todo un personaje. No tiene ni correo electrónico ni móvil, ni nunca los ha tenido.

¿Cómo era ser propietario de un horno centenario en Bellver en los años 70?

Entonces todavía había una payesía fuerte, y en los pueblos pequeños vivía más gente. Yo iba a repartir el pan. Se conservaba más el estilo de vida propio de la Cerdanya, aunque muchas cosas ya eran como ahora, porque los dos primeros lugares de España donde se veraneó fueron San Sebastián, adonde iba la corte de Madrid, y la Cerdanya, adonde venía la burguesía de Barcelona desde finales del siglo XIX. Era un veraneo diferente: entonces las familias se quedaban aquí tres meses y participaban mucho en la vida cultural.

¿El túnel lo cambió todo?

No tanto. Yo no veo un antes y un después. El túnel acentuó lo que ya había. Ahora puede venir más gente y más veces al año, pero ha sido un proceso muy progresivo. La Cerdanya sigue siendo un lugar al que solo puede venir gente con dinero, sobre todo si quieres un chalé. Cuando era presidente del Consell Comarcal, decía que era el presidente de Pedralbes 2 o de Pijolandia.

¿Entiende el rechazo al turismo que empieza a haber?

No, yo lo encuentro una estupidez. Primero: hoy [un miércoles de junio] en Bellver estamos completamente solos, y en Puigcerdà podrías pasearte en pelotas y no te vería nadie. ¿Rechazo a qué? ¿A que durante cuatro días haya un poco de gente en los bares y las terrazas? ¿De eso nos tenemos que quejar? ¡Pero si de eso vivimos! Cuando se hizo la manifestación contra los Juegos Olímpicos del Pirineo, casi todos eran de fuera. Vienen a imponer cosas que a la gente de aquí no le importan y a hacer el payaso para salir en el diario. Pero los de aquí somos cuatro gatos, y suerte tenemos del turismo; ¿el futuro que quieren los que se oponen al turismo es el de los pueblos del Pallars que casi han desaparecido?

También está el problema de que la gente de aquí no puede pagarse una vivienda.

Pues que trabajen más y ganen más. Mira, yo tengo unos cuantos pisos y los alquilo a buen precio a gente que trabaja en el pueblo. Claro, si hay gente que quiere especular con los precios, entonces suben, pero también tendrán menos gente que se los pueda alquilar.

¿Qué le llevó a hacer política al empezar la democracia?

Yo siempre había pensado que Bellver estaba gobernado por mentalidades muy cerradas del mundo agrario, y que el pueblo tenía muchas posibilidades y había que hacer cosas. La primera, siendo yo concejal de gobierno, fue la residencia de ancianos, cuando no había ninguna en toda la zona. También hicimos el polideportivo. La diferencia entre un pueblo y una urbanización es que un pueblo tiene servicios, y yo quería que Bellver fuera un pueblo, no una urbanización como son todos los otros municipios, al margen de Puigcerdà.

En 1995 fue nombrado alcalde de Bellver y presidente del Consell Comarcal. Durante unos veinte años usted tuvo mucho poder.

Siempre me lo decían, sí. Y bueno, yo estoy enamorado de Bellver y de la Cerdanya, y si tienes alguna capacidad para hacer cosas, vale la pena hacerlas. Además, siempre he sido muy estricto con la limpieza de la gestión, y la gente me tenía respeto y consideración. El hecho de haber publicado algunos libros también ayudaba.

¿Ha sido la mejor época de su vida?

Mi vida ha sido, de arriba a abajo, la mejor época. Los 81 años. Siempre he estado bien.

En 2007 pactaron repartirse la presidencia del Consell con el PSC. Después de dar el relevo, dimitió. ¿No quiso quedarse como número 2 por orgullo?

No, nunca he tenido orgullo. Toda la vida he tenido dinero y no me ha faltado de nada, ¿qué orgullo he de tener? El valor te lo da lo que tú eres o lo que tú haces. ¿Para qué quiero más? Estaba harto. Ser alcalde significa ser “ahora que te veo”: te encontrabas a cualquiera por la calle y siempre era «tengo un peldaño roto», «tengo una farola que no funciona», y a mí durante un tiempo me gustaba, pero también llegó un momento en que ya tuve bastante. Cuando acabé, me fui de viaje a China, y después a Chile.

De todo lo que ha hecho gobernando, ¿qué es lo que le ha dejado más satisfecho?

Me gustó mucho poder comprar una gran parte de la montaña de Bellver, que era privada. Es muy importante porque es donde están las fuentes de donde sale el agua del pueblo, los recursos forestales, y es nuestra montaña, que es como nuestra playa. Es muy importante que la gestione el Ayuntamiento. La otra cosa que destacaría es el vertedero comarcal y la gestión de la basura de la Cerdanya.

En noviembre de 2009 fue al Parlament a pedir una ley especial para la Cerdanya, pero no le escucharon.

La Vall d'Aran tiene una ley especial porque tiene una lengua diferente, y el nacionalismo ha apoyado mucho el aranés porque también lo queremos para el catalán. Yo decía: la Cerdanya no tiene una lengua propia, pero está dividida entre Francia y España y entre Lleida y Girona. Tenemos todos los servicios partidos. Hice todo un memorial de los quebraderos de cabeza que eso generaba y en la Generalitat, con gobierno de CiU, me abroncaron por no haberlo consultado antes, pero me dieron la razón y aceptaron hacer una propuesta de ley y llevarla al Parlament. La defendimos a medias con el alcalde de Puigcerdà, Joan Planella, que quiso hacer el gallito para que se viera Esquerra, y vinieron todos los alcaldes a dar apoyo. Pero entonces gobernaba el tripartito, y no pasó de ahí.

¿Le quedó una espina clavada?

No, a mí no. A quien debería quedarle clavada es a la Cerdanya, que no tiene este reconocimiento que se merecería y que podría resolver unos cuantos problemas.

Usted también defendió que la Cerdanya no formara parte de la vegueria del Pirineo, sino de la Cataluña central. Eso tampoco ha ocurrido.

Hice un artículo bastante elaborado sobre la vegueria de los Pirineos que titulé «La vegueria de los pobres». La zona más extensa de Cataluña y la más despoblada solo puede ser un desastre, nadie le hará caso y no tendrá recursos. Por lo tanto, como mínimo tenía más sentido mirar hacia el sur. Yo, a Lleida, si puedo, no voy nunca. Está a más de dos horas. En cambio, a Barcelona iré mañana. Del túnel del Cadí al de Vallvidrera tardo una hora y cuarto. ¡Nosotros somos área metropolitana! Los Pallars están en una situación completamente diferente.

Vivió el proceso independentista ya fuera de la política. ¿Qué le pareció?

Estuvo muy mal gestionado. Yo soy independentista de siempre y participé en lo que pude, pero si Cataluña no es independiente es porque somos un grupo de burros, porque ha habido muchas ocasiones históricas para separarnos, y nunca lo hemos sabido hacer. Además, España está podrida y llena de corrupción y no me gusta nada del estado español, pero Cataluña no es mucho mejor. Participé porque me hacía ilusión y para molestar a los de Madrid. El gran fracaso de España es que dos millones de personas del estado quieren marcharse. ¡Eso para un estado es humillante! El proceso consiguió dejar claro que España no sabe ser un país.

Cuando era joven se quemó la casa familiar. Debe ser una experiencia horrible.

Sí, vino un fontanero, una chispa prendió en unas virutas y el fuego se extendió. Se estropeó todo. Era un día de febrero en que llegamos a 22 bajo cero. Eso me dio cierta fama de escéptico, porque una vez que me preocupé por mis padres y saqué todo lo que consideraba valioso, me senté afuera a ver cómo ardía. Pensé que eso no lo volvería a ver nunca más. Hay que relativizar todo; no hay nada importante. La reconstruimos y ya está.

¿Está contento con su vida?

Claro que sí. Mis padres pasaron la gripe de 1918, la guerra civil, dos guerras mundiales y la posguerra: esos sí que son para compadecerse. Nosotros hemos estado dos años en casa bien calentitos por la covid y nos quejamos. ¿De qué nos quejamos? ¿De no ver lo que pasa en Gaza o en Ucrania? Pues ya está: lo que hay que hacer es estar agradecido por lo que te ha dado la vida.

¿Le sabe mal no haber tenido pareja ni hijos?

No. Quizás un poco por mis padres, a quienes les hubiera gustado tener nietos, pero yo no lo he necesitado.