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Bares, discotecas, botellones, raves, tardeos... España, el país donde la fiesta nunca se acaba
Un ensayo recorre la historia del ocio nocturno del país campeón mundial de la marcha. "Ni los peores años del franquismo lograron cerrar la noche en España", advierte el historiador Juan Carlos Usó
'Boomers' discriminados en la puerta de la discoteca
El tardeo, la moda entre los no tan jóvenes que dispara el negocio de las discotecas

Ambiente y conciertos de la calle Llibertat en las 'Festes de Gràcia'. / MANU MITRU

Uno de los rasgos más definitorios de la cultura española –y a la vez de los menos estudiados– es su querencia por estirar las horas del día tras la puesta del sol a través de infinidad de fórmulas que invitan al esparcimiento. Somos, con diferencia, el país de Europa que más tarde se va a la cama, el que menos horas duerme y el que ha desarrollado con más eficacia y diversidad todo tipo de negocios y recursos asociados a la juerga noctámbula. Bares, clubes, discotecas, 'after hours', verbenas, festivales, fiestas de pueblo, botellones, rutas, raves… El abanico de propuestas para exprimir la noche hasta el amanecer es tan amplio y variado como escasamente analizado por las ciencias sociales.
Ahora, el historiador Juan Carlos Usó ha publicado un ensayo que aspira a cubrir, al menos en parte, esa carencia. En 'Historia del ocio nocturno en España' (Almuzara), el investigador traza un recorrido por la memoria y la geografía lúdica y noctámbula nacional desde finales del siglo XIX hasta la actualidad acudiendo a reseñas periodísticas del momento y a testimonios –entre otros, el suyo propio– de partícipes de aquellas noches sin final. El resultado es el retrato de un país marcado por "una fuerte vocación noctámbula de carácter transversal", en palabras de Usó.
"Esto no es Islandia. Aquí siempre fuimos aficionados a alargar las noches, y no solo por parte de jóvenes y juerguistas. Somos el país de las tertulias literarias, muchas de las cuales terminaban en los cafés de hace un siglo a altas horas de la madrugada, y hemos tenido reyes como Alfonso XII, un reconocido noctívago", apunta el investigador a cuento de hitos de la cultura popular española como la Barcelona de los cafés cantantes de finales del siglo XIX, descrita por el cronista Lluis Permanyer como "la ciudad que no dormía", o el Madrid de principios del XX, que asombraba a los corresponsales extranjeros cuando llegaban y descubrían la Puerta del Sol rodeada por hasta 13 cafés distintos, varios de ellos abiertos las 24 horas del día y de la noche.
Buscando diversión
Si bien ese espíritu crápula nacional ha sido constante en los últimos 150 años, Usó destaca varios momentos particularmente dados al desenfreno bajo la luz de las bombillas. Uno coincide con la Primera Guerra Mundial, cuando la neutralidad del país en la contienda lo convirtió en refugio de europeos de todo pelaje que huían de las bombas y buscaban seguridad y, por qué no, también algo de diversión.
Esto se notó especialmente en Barcelona, ciudad con puerto marítimo y próxima a la frontera que se vio de repente invadida por más de 50.000 repatriados, entre los que había multitud de "prófugos, desertores, espías, saboteadores, aventureros, prostitutas, proxenetas, matones, tahúres, pitonisas y toda suerte de buscavidas", según enumera Usó en el libro.
La oferta de prostitución llegó a ser tan extensa en esos años en la ciudad que se imprimió hasta una 'Guía nocturna para caballeros', con registro de trabajadoras sexuales y precios por servicios. Se abrieron cabarets como el Excelsior, el Distrito V empezó a ser conocido como el Barrio Chino y en sus calles era tan fácil cruzarse en 1915 con un travesti como conseguir cocaína en comprimidos: a cuatro pesetas la caja, disponible en todas las farmacias y sin receta médica.

BARCELONA 21/09/2024 Icult. Ambiente en la pista de baile y DJ Raul en la fiesta homenaje a Studio 54 en el Paral lel 62. FOTO de ZOWY VOETEN / ZOWY VOETEN
El historiador sitúa la otra edad de oro del ocio nocturno español en los años de la transición, cuando se dio una conjunción de factores demográficos y políticos que facilitaron el desmelene. "Tras el 'baby boom', cuando llegó la democracia el 20% de la población tenía entre 15 y 30 años. Nunca antes había habido tantos jóvenes en este país. Además, vivimos un tiempo de anomia: las leyes franquistas dejaron de aplicarse y las demócratas tardaron unos años en dictarse. Solo había ganas de libertad y de diversión, y los garitos y las discotecas eran los lugares idóneos para ejercerlas", dice Usó acerca de una etapa que sitúa entre la muerte de Franco y el año 1993, cuando empezaron a generalizarse los controles de alcoholemia que acabaron con la Ruta del Bakalao valenciana y al poco de aprobarse la ley Corcuera que sancionaba el consumo de estupefacientes en el espacio público.

Portada del libro 'Historia del ocio nocturno en España' / .
Represión
La historia de la jarana es también la de la represión contra su disfrute, un "juego del gato y el ratón" que recorre el último siglo y medio de cultura popular española –y de ordenanzas municipales de todo tipo– y que según Usó casi siempre acabaron ganando los partidarios de la fiesta. Los intentos por europeizar nuestros horarios dieron todos al traste y frente al adelanto de la hora de cierre de los locales, surgieron fórmulas como los botellones y las raves, que podían montar la discoteca en un parking o un descampado.
"Ni siquiera los peores años del franquismo lograron cerrar la noche en este país", dice el historiador a cuento de una dictadura que compaginó la falta de libertad general con la permisividad que consintió en lugares como Ibiza o la Costa del Sol. "Sin las noches de Madrid, dudo que una noctámbula disfrutona como Ava Gardner hubiera vivido los 15 años que residió en esta ciudad", apunta.
En las últimas páginas de su ensayo, Usó habla de un "claro declive" del ocio nocturno, que se inició en la década pasada –en 2019 había un 64% menos de discotecas que en 2009– y se acentuó tras la pandemia, en la que cerraron casi 5.000 bares, pubs y clubs en todo el país.
El investigador lo achaca a un cambio demográfico –hoy hay la mitad de jóvenes que en los años 80– y de costumbres, pero que en su opinión no derriba el espíritu festivo marca de la casa, sino que lo transforma. "Los cuarentones que ya no quieren trasnochar, ahora se entregan al tardeo. Pero por clima, cultura y tradición, este siempre ha sido y será un país dado a disfrutar en la calle", concluye.
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