LA ENTREVISTA
César González, escritor y director de cine exconvicto: "No voy a pedir perdón por haber delinquido mientras políticos y empresarios sigan sembrando pobreza y destrucción"
'El niño resentido' (Reservoir Books, 15 ediciones en un solo año en Argentina) es la infancia y adolescencia de una criatura condenada a la delincuencia como única forma de vida en una villa miseria en el extrarradio de Buenos Aires. Con la muerte como única perspectiva, tres veces atravesado por las balas, cae preso a los 16 años y en la cárcel empuña los libros como arma contra el sistema. Hoy es un escritor y cineasta de culto, lejos de toda moralina y henchido de ética y belleza.

César González / Cedida
Es una historia tan prodigiosa y cargada de promesa que cuesta creerla. Ojalá la crean quienes tienen el poder de hacer de ella la norma y no la excepción que es. Vamos allá: César González nació en la villa miseria Carlos Gardel, conurbano de Buenos Aires, año 1989. Nació hijo de un alcohólico muerto en vida y una madre ausente, cocainómana y dealer, que traía hijos al mundo como coneja. Su infancia fue una trinchera entre chabolas. No volaban pájaros sobre el techado de metal sino balas cruzadas, la ducha era un jarro de agua fría y niños, ancianos y amantes compartían una misma estancia de tierra por suelo. En la adolescencia, César se afilió al único modo de vida de los chavales del barrio: el robo con violencia que cometían en un frenesí anfetamínico, celebraban hasta agotar las existencias de coca y bajaban con barbitúricos. A los 15 años, su único objetivo era trascender como chorro (delincuente en el argot lunfardo) y morir pronto. En cuatro meses su cuerpo fue tres veces atravesado por las balas. Tres operaciones a vida o muerte, hasta que le detienen en una redada de película para liberar a un secuestrado. Había escapado de varios centros de menores pero entonces iba a pasar 5 años preso, tenía la edad penal de 16. El sistema penitenciario intentó convencerle de que era un monstruo no redimible pero él, lejos de su viciada vida y su indigna miseria familiar, empuño la lectura como arma, aprovechó cuanto taller de escritura y cine traían los voluntarios al presidio, estudió secundaria, se inició en Filosofía y, cumplida la pena, era ya un poeta con blog propio. Corría el 2010, la Gardel había sido urbanizada y su madre vivía en un piso milagro. El ayuntamiento le da un trabajo y en sólo 15 años César González el chorro publica seis libros y dirige nueve películas. Prometo que su literatura no es sólo digna y docta, sino que lejos de todo moralismo, te golpea en lo más hondo. César absorbe mate en la pantalla, se estira las magas del pullover hasta el puño, fuma y habla con culta lucidez, pero no ha perdonado lo que le tocó sufrir.
Uno entra en la cárcel con delitos y traumas y sale con unos cuantos más encima. ¿Por qué su reinserción es una prodigiosa excepción?
Soy reacio al prefijo “re”: para darse una reinserción primero tendría que haberse dado una inserción, y no la hubo, ni la más mínima e indispensable. Los “re” son términos clínicos para designar cuestiones sociales, aborrezco sobre todo el concepto de resiliencia. Si hubiera en todo caso un término “re” que admito, sería el de renacimiento. Hay que esforzarse en pensar nuevas categorías para designar.
Reformulemos pues, ¿podríamos hablar de una excepción en los procesos penitenciarios?
Lamentablemente, no es la regla, no, sino una excepción en la que un individuo cambia su vida a través de cuestiones éticas, filosóficas y artísticas. Mi conversión sucedió a través de los libros, y sí hay muchos presos que estudian carreras universitarias, pero si mi caso llama la atención no es por un discurso moralista: no, yo no era malo y me volví bueno.
¿Qué ocurrió entonces, cómo conceptualizar el cambio?
La cárcel fue una profundización en la marginalidad y una aceleración de toda la violencia y de lo vivido previamente en la calle. No, en la cárcel uno no medita como en un encierro espiritual, hubo muchos momentos en los que tuve que pelar para comer, para que no me quitaran mis deportivas o se llevaran mis libros en las requisas policiales.
¿Cuándo va a escribirlo, porque una como lectora se queda esperando…?
Estoy terminando de escribir la experiencia sólo del primer año, no pude contarlo todo de una, porque es imposible; se necesita tiempo y distancia. Tuve que frenarlo, porque además las cárceles argentinas han sido muy ridiculizadas sobre todo en el cine, y es algo muy serio.
Todavía no me ha dicho cómo se produjo el prodigio. ¿Y?
El niño resentido que yo fui no es nada extraordinario, es lo que viven tantísimos otros en Argentina y en toda Latinoamérica, que es un jardín de niños resentidos. Si no tienes ni agua limpia para beber, se te bloquea la posibilidad de vivir la infancia. Mi intención es que todos ellos se puedan identificar y verse presentados (no representados, no, sino presentes en la realidad). Ahí estamos nosotros plasmados de forma transparente en la literatura.
César, leyéndole me venían ecos de La naranja mecánica de Anthony Burgess, ¿ha sido un referente para usted?
Es lindo lo que dices, pero no, en absoluto. Los drugos de Burgess son misántropos, no sienten empatía alguna por el otro, como les sucede a los psicópatas: la humanidad es algo que está ahí para destruir, gozan con ello. El niño resentido es otra cosa: no abraza la maldad, sino que es amoral. No responde a una mutación maléfica. Nosotros los pibes chorros no nos juntábamos para hacer el mal porque sí, sino que el robo era el medio para alcanzar un fin, que era tener plata. Obviamente haces el mal, un asalto es un trauma para la víctima, cómo negarlo.
No parece tan casual su “renacimiento” si tenemos en cuenta que era usted un alumno sobresaliente, pero ¿víctima del destino que le deparó la villa miseria?
Si hubiéramos tenido un mínimo apoyo del sistema. Había otros pibes en la escuela más inteligentes, como el Peca, un alumno brillantísimo, pero lo mataron con 25 años. Yo tuve la suerte de quedar vivo. Y sí, pasé la escuela primaria con excelentes notas, pero tenía que ocuparme de todo, de comer, de que mis tres hermanos pequeños tuvieran un mínimo, de llevarlos al colegio… Me convertí en un monstruo bifronte, y en la adolescencia empecé a ser muy violento; vivíamos en un universo de violencia del alto voltaje.
Lejos de pintar las cárceles como un medio para adquirir cultura, ¿qué acceso tuvo a ella? ¿Le facilitaron al menos la lectura?
Cada institución tiene sus propias reglas, y yo pasé por diferentes presidios. En los centros de menores tienes más acceso a los libros, pero en los penales para adultos apenas existen. He de decir que en Argentina está consagrado el derecho a estudiar en prisión. Y que mis años preso, entre el 2005-2010, fueron momentos importantes para los derechos humanos en el país. A veces pienso qué hubiera sido de mí hoy, en estos momentos tan reaccionarios. El contexto es determinante: nadie se salva solo. Había una serie de personas que llevaban herramientas educativas a la cárcel, y mientras el sistema te decía eres un monstruo insalvable, aquello seres solidarios me humanizaron. Acudían a un lugar tan estigmatizado como la cárcel y nos llevaban libros, impartían talleres de escritura, de cine, donde tanto aprendí. Nunca sabré transmitirles mi agradecimiento. Un profesor de literatura me animó a escribir un blog con mi poesía, y ahí empezó todo.
César, ¿odiaba mucho?
Sí, odiaba la pobreza que nos enfermaba. En los últimos tiempos antes de entrar en prisión odiaba mucho, todo. No era un odio personalizado, aunque los padres en la adolescencia son el centro del odio: papá, mamá, por qué me trajeron a una vida tan horrenda. Éramos menos que pobres, no teníamos nada y a 500 metros lo tenían todo. Vivir en una villa miseria a 500 metros de un barrio residencial de ricos tiene consecuencias en el alma de quienes lo padecen. La mayoría en la Gardel trabajaba 16 horas al día por un salario ínfimo, como mi abuela, pero había una minoría que no estábamos dispuestos a ello: preferíamos vivir poco pero alcanzar un algo y vengarnos contra la pobreza.
¿Sigue odiando?
Sí, sigo odiando la miseria, pero lo que antes canalizaba a través de la violencia hoy lo filtro en mi poesía y en mis películas (se pueden ver en youtube).
“Yo siento que nunca me amaron”, escribe. ¿Su madre y su abuela nunca le amaron?
Sí, hoy sé que sobreviví por el amor que ellas me dieron, cuando caí baleado o preso. Pero tenía tal dolor en mí que eclipsaba todo el amor. Eran las únicas figuras adultas a mi alrededor y les asignaba las culpas. No, no es lo que pienso ahora,
¿Quería morirse?
Sí, es la pulsión de muerte en el sentido más desnudo. Nada que ver con el suicidio, sino un deseo latente que se desencadena por la ausencia de cualquier aprecio por la vida. Lo único que me importaba era trascender como delincuente, y a partir de los 15 años empiezo a planificar mi muerte de modo épico.
¿Robar era un acto de justicia?
Por más que suene fuerte, era la única manera que teníamos de sobrevivir con un mínimo de bienestar material. Nos obsesionaba la ropa deportiva, no es que creyéramos que tenía súper poderes, pero era la forma de exhibir una falsa gloria consumista, eran los símbolos de una clase social que nos había sido negada. La peor vergüenza del ser humano occidental es exhibirse pobre. Y la aspiración de los que nacen míseros en Latinoamérica es tener unas deportivas de marca. ¿Por qué todos los demás las tienen y nosotros seguimos muriendo pobres?
¿No es esa la misma filosofía que lleva a los cantantes de trap a enfundarse de marcas? ¿Ha escrito letras de rap o trap?
Lo he hecho para amigos que me lo piden, y sin duda podría ser rapero y compartir ahí mis experiencias extremas, pero no me vuelan la cabeza ni el trap ni el rap. Los respeto por son de mi gente, pero prefiero escuchar a Bach, a los Beatles o música jazz, soy muy melómano.
Hay un capítulo en su libro lleno de poética que…
-Rochos místicos (delincuentes místicos en lunfardo)
Exacto, ahí iba, ¿se necesita mucha poesía para hacer de este horror algo literaria y espiritualmente bello?
Hay un sistema que te dice: no puedes contar estas historias con palabras bellas, pero sí, se trata de encontrar la voz. La experiencia no te garantiza nada, es la manera de contarlo. Y no, yo no voy a hablar con un lenguaje moralista ni de arrepentimiento, no voy a pedir perdón mientras no lo hagan los políticos, los empresarios e incluso los periodistas que engañan sembrando la destrucción y la pobreza. Si lo piden, entonces, sí, escribiré desde la moral. Yo encontré mi voz en la decisión de ser sincero.
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