Recursos despilfarrados
Catalunya podría beber durante tres años del agua malgastada en producir la comida que se desperdicia
La huella hídrica de los alimentos derrochados en los hogares catalanes permitiría llenar casi medio millón de piscinas
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Voluntarios de la fundación Espigoladors recogen berenjenas descartadas por el agricultor, pero aún aptas para el consumo, en un campo de El Prat de Llobregat. / FERRAN NADEU / EPC


María Jesús Ibáñez
María Jesús IbáñezPeriodista
Redactora en EL PERIÓDICO DE CATALUNYA desde el año 2002. Especialista en Alimentación.
Un kilo de tomates cultivados en una huerta a campo abierto tiene una huella hídrica de unos 214 litros de agua. Si estos tomates se han producido en un invernadero, el volumen de agua consumida es bastante menor, de unos 36 litros por kilo de producto. Criar pollos en una granja para que den un kilo de carne requiere de unos 4.300 litros de agua, mientras que si la explotación se dedica al engorde de terneras, serán necesarios 15.000 litros para obtener ese mismo kilo de carne.
Por eso, cada vez que los hogares tiran comida a la basura (porque creen que está caducada, porque les quedó un resto en la nevera o porque compraron más cantidad de lo que precisaban) están desperdiciando también litros y litros de agua. Tanta como el equivalente a 496.210 piscinas o, lo que es lo mismo, el agua que bebería toda la población catalana durante 1.314 días, más de tres año y medio.
Es uno de los datos más relevantes del estudio que han elaborado, por encargo de la Generalitat, el Institut de Recerca i Tecnologia Agroalimentàries (IRTA) y el Centre de Recerca en Economia i Desenvolupament Agroalimentari (CREDA), con el fin de averiguar a cuánto asciende el desperdicio alimentario en Catalunya. El dato es fundamental para poder determinar qué tipo de políticas han de llevarse a cabo a partir de ahora para mitigar ese despilfarro de recursos, que tiene efectos económicos, ambientales y sociales.
La 'Diagnosis del derroche alimentario en los hogares de Catalunya en 2024', presentado esta semana y a cuyos datos ha tenido acceso este diario, concluye que el desperdicio de comida le cuesta cada año a los catalanes un total de 902,85 millones de euros. O lo que es lo mismo, cada persona pierde 112 euros anuales en comprar comida que luego no consume. La gran mayoría de estos alimentos, el 70,3%, son productos frescos, que no llegan siquiera a ser cocinados o preparados para consumir.
Del 30% restante, dos terceras partes corresponden a comida que se queda en el plato, sin llegar a ser consumida, y el otro tercio son alimentos que, una vez cocinados, se guardaron un tiempo en el frigorífico, pero que terminaron por ir a la basura. En estos dos últimos casos, pues, además de al coste que ha tenido la producción, el transporte y la comercialización de cada producto, hay que sumar el importe de la energía que se ha consumido en cada hogar para cocinarlos.
Las mismas emisiones que Rubí o Manresa
En todo el proceso que un alimento recorre desde el campo hasta la mesa, lo que implica su paso por la industria transformadora, la distribución, la planta logística y el comercio detallista, en todo ese proceso, los productos que finalmente se desperdiciaron en los hogares catalanes en 2024 emitieron 462.347.277 kilos de CO2. Son las mismas emisiones de gases de efecto invernadero que generan las ciudades de Rubí (Vallès Occidental) o de Manresa (Bages), ambas con algo más de 74.000 habitantes, y son, como apuntó el miércoles el conseller de Agricultura i Alimentació de la Generalitat, Òscar Ordeig, las mismas emisiones que producirían 21.716 vuelos entre Barcelona y Bruselas.
El perfil de los que más desperdician
Hasta ahora, los únicos datos de los que se disponía relativos al desperdicio alimentario eran los procedentes de la encuesta que elabora el Ministerio de Agricutura y Alimentación, un estudio que se realiza anualmente desde 2017 a partir de las respuestas de los hogares participantes. En el de la Generalitat, en cambio, sí se han contabilizado los residuos generados por los hogares. El último informe del ministerio sobre este asunto señala al colectivo menor de 35 años como el que peor aprovecha los alimentos ya cocinados, "aunque los hogares formados por personas jubiladas y las familias pequeñas de uno o dos miembros" también tienen un alto nivel de derroche.
Dos de cada tres kilos de comida ya preparada que acaba siendo desperdiciada son platos elaborados que han pasado por la nevera. De ahí que los técnicos del departamento que dirige Luis Planas subrayen que "es necesario que los hogares sean capaces de encontrar el balance entre los momentos de consumo dentro y fuera del hogar, así como preservar los alimentos cocinados más eficientemente en la nevera, para evitar el desperdicio por una mala planificación y almacenamiento de estos".
Los platos que más a menudo terminan en el cubo de la basura, indican los autores del estudio, son aquellos "con menor carga económica asociada, como pueden ser legumbres y potajes, sopas o cremas, ensaladas o gazpachos, o platos de base patata".
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