Entrevista
Jordi Martínez Font, enfermero: "El sentido de trascendencia ayuda a afrontar mejor la muerte"
Especialista en cuidados paliativos, forma a sanitarios para que tengan en cuenta la espiritualidad y las creencias de los pacientes: "En los hospitales sigue habiendo demasiado desconocimiento sobre cuestiones religiosas básicas"
Andrea Almenta, psicóloga: "La muerte no puede ser un tabú, es la única certeza que tenemos"

Jordi Martínez Font, enfermero y formador de sanitarios en el ámbito de la espiritualidad.
Si la vida es un viaje, su final debería ser coherente con los valores que han marcado las etapas anteriores. También a nivel espiritual. Jordi Martínez Font, enfermero especializado en cuidados paliativos en UIC Cuides Barcelona, colabora con la Fundación La Caixa para formar a sanitarios con el fin de que puedan acompañar a los pacientes en esta última fase vital según sus propias convicciones y creencias.
-Nuestra sociedad vive de espaldas a la muerte. ¿Estamos preparados cuando nos toca de cerca?
-Desde el punto de vista legal, han proliferado los documentos de voluntades anticipadas. Y en el ámbito clínico, existe una planificación anticipada para adelantarnos a los acontecimientos, sobre todo con enfermos crónicos o graves. Y saber así cuáles son las preferencias del paciente en todo el proceso. Actualmente existe una mayor sensibilidad teórica, aunque todavía queda mucho por hacer a nivel práctico.
-¿También a la hora de tratar al paciente según sus creencias?
-Existen estudios que muestran que las personas con cierta apertura a la trascendencia, ya sea a través de la religión, el arte o el legado que dejan, tienen mejor tolerancia a la realidad del final de la vida. Eso no significa que no pasen por un duelo o sientan dolor, pero tienen más herramientas para afrontarlo con resiliencia. Y una de las cosas que planteamos en la formación con la Fundación La Caixa es precisamente abrir esta puerta: integrar la espiritualidad en los cuidados paliativos.
-Las religiones ofrecen el consuelo de la vida eterna. ¿Sigue funcionando en pleno siglo XXI?
-Aunque la sociedad está cada vez más alejada de la religión, la muerte nos sigue conectando con las grandes preguntas de la Humanidad: ¿quiénes somos?, ¿por qué vivimos?, ¿por qué morimos? Y es ahí donde la religión, o bien la espiritualidad, pueden jugar un papel clave, seas o no creyente. Por otro lado, a veces las religiones también provocan enfoques disfuncionales, como que el dolor y el sufrimiento son positivos, y no debería ser así.
-¿La espiritualidad puede ser un recurso profesional para acompañar mejor al paciente?
-Totalmente, y por eso existen guías sobre prioridades religiosas. Aunque sigue habiendo demasiado desconocimiento en los hospitales sobre cuestiones básicas, incluso del cristianismo, como qué es un sagrario o la extremaunción. No importa si el profesional es creyente o no, pero sirve para acompañar mejor al paciente y a sus familias. Podemos ser más sensibles.
-Además, cada vez convivimos con más religiones y, por lo tanto, con distintos rituales.
-Sí, y por eso es necesario que como profesionales sanitarios ampliemos nuestros conocimientos. Hay familias musulmanas que no quieren que un hombre toque el cuerpo de una mujer difunta, o viceversa. Si a nivel técnico y logístico es posible respetarlo, es bueno que lo hagamos. Otro ejemplo que puede provocar una situación extraña: en la fe bahaí existe el ritual de untar el cadáver con mantequilla. Imagina si el sanitario no sabe qué está pasando ahí…
-De su cercanía con la muerte, ¿ha aprendido algo sobre la vida?
-Mucho. Pasé una época en Calcuta trabajando con enfermos terminales, y me impresionó la serenidad con que afrontaban el final de su vida; morían en paz. Eso venía de su concepción espiritual, de que formaban parte de algo más grande y, por lo tanto, la muerte era una apertura, no una tragedia. En Occidente nos creemos que somos el centro del mundo. También he visto que la vida cambia en apenas un segundo, el lapso entre un accidente o la trágica noticia de una enfermedad. Me ha enseñado a vivir el presente, a tener conciencia plena del momento, tanto cuando cojo a mi hijo en brazos como cuando comparto las últimas horas con un paciente.
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