Salud mental
Francisco Villar, psicólogo: "Con el ciberacoso no hay tregua para los jóvenes"
En 2013 se impulsó, en el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, el Programa de Atención a la Conducta Suicida del Menor
Ciberagresor capturado: acosó a 19 víctimas en redes sociales durante un año

Francsico Villar Cabeza / Empordà
¿Cómo valora la celebración de jornadas como la que se hará en Figueres ‘Hablemos del suicidio’? Estas iniciativas me emocionan profundamente, porque nacen de las mismas personas que han vivido estos problemas. Representan un paso adelante por parte de la ciudadanía, especialmente de aquellos que se han sentido solos e invisibles durante mucho tiempo. Históricamente, muchos tenían que esconder su sufrimiento, sin ni siquiera poder hacer el duelo, ya que la sociedad no les permitía expresar su dolor. Que ahora se hable abiertamente de estas cuestiones, con la conciencia de que una comunicación adecuada puede prevenir y aliviar el sufrimiento, es realmente conmovedor.
Hace más de 10 años que trabaja en un programa atendiendo a niños y jóvenes en riesgo. ¿Cómo surgió el proyecto? Hace 12 años que trabajo en este ámbito. Cuando me propusieron dedicarme exclusivamente al suicidio de manera monográfica, mi primera reacción fue de resistencia. Es una temática demasiado dura para abordarla en solitario. Pero después de todo el recorrido que había hecho para comprender y aliviar el sufrimiento humano, ¿cómo podía darle la espalda a esta realidad? La conciencia no me permitía rechazar el encargo. Y cuando acompañé a la primera familia afectada por este problema, entendí que ya no era solo un compromiso profesional, sino una causa personal.
Cuando hablamos de suicidio, ¿qué factores de riesgo se asocian en el caso de los niños y jóvenes? El tema del suicidio es profundamente doloroso y devastador, especialmente cuando pensamos en un joven de 15 años que renuncia a la oportunidad de vivir de forma voluntaria. La historia del suicidio se fundamenta en cuatro elementos clave: el dolor intenso, la desesperanza, la incapacidad para gestionar ese dolor y la posibilidad del suicidio. Un joven que se encuentra en una situación de angustia extrema puede empezar a contemplar esta opción como una salida. El malestar emocional es uno de los motores más potentes de esta cuestión. Las experiencias negativas como el acoso, los malos tratos, los abusos sexuales o las pérdidas significativas pueden contribuir enormemente a ese dolor emocional.
¿Qué factores son clave? Cuando un adolescente vive situaciones que le generan un malestar intenso y continuado, puede sentirse atrapado en una espiral de desesperación. La clave aquí es cómo se interpretan esas experiencias. Si un joven cree que su malestar no terminará nunca, puede empezar a ver el suicidio como una forma de liberación. Cuando la perspectiva es que el sufrimiento es eterno, se plantea preguntas como: “¿Qué me vincula a la vida?”. Esta reflexión no depende ni de la edad ni de las condiciones socioculturales; es un sentimiento universal que puede afectar a cualquier persona.
Después, otro factor sería la capacidad de suicidio. Una vez que esta vida no tiene sentido y no encuentro nada que me vincule, lo que muchas veces nos frena es el miedo a hacernos mucho daño o quedarnos peor. Hay que poner en marcha medidas preventivas para dificultar el acceso a métodos letales, dando una oportunidad para vivir y ver cómo las cosas pueden cambiar. Estamos muy preocupados por las autolesiones; no son suicidio en sí mismas, sino otra problemática. Cuando un chico se autolesiona para afrontar sus dificultades diarias, acaba perdiendo la capacidad de enfrentarse a los problemas reales.
¿Y si hablamos de los factores que los protegen? Un elemento fundamental para la prevención del suicidio es centrarse en los factores protectores. El vínculo familiar es el principal factor protector. Otro factor durante la infancia y la adolescencia es el vínculo con los amigos. La relación con la escuela también es crucial. Sobre todo, durante la adolescencia, el vínculo se relaciona con dos ámbitos: cómo me percibo a mí mismo y en relación con los demás.
A veces, cuando intentamos comprender el proceso del suicidio, hay quien, de manera bienintencionada, dice que es un acto de valentía, de egoísmo o de generosidad. Lo que sí sabemos es que es un error. Aquellos chicos que sienten que son un problema para las personas que aman piensan: “Soy la fuente de todos los problemas y conflictos en casa”, o “con mis compañeros siempre acabo teniendo dificultades”. Acaban confundiéndose: “Tengo una familia maravillosa y amigos fantásticos; el problema soy yo”. Este pensamiento es uno de los grandes objetivos a combatir. No queremos que ningún niño piense que su entorno estaría mejor sin él.
La problemática no deja de crecer. ¿Cómo la afrontamos? Desde que abrimos el programa, hemos observado un incremento de cuatro veces en los casos de conducta suicida, incluyendo la ideación suicida y los intentos. Inicialmente, atendíamos 250 episodios de intentos de suicidio, y ahora, durante los últimos dos o tres años, hemos superado los mil. En cuanto a las autolesiones, la evolución de los datos también muestra un incremento significativo, y las escuelas lo pueden confirmar.
Necesitamos dotar a los adolescentes y niños de herramientas para afrontar la vida y hacer que el mundo sea un lugar habitable. En la actualidad, uno de los grandes retos es abordar la incorporación de pantallas y la digitalización en la infancia y la adolescencia, que está limitando las oportunidades para desarrollar estas habilidades.
Cuando intentamos evitar que un niño de 2 años experimente una rabieta ofreciéndole un “chupete digital”, le estamos impidiendo practicar la gestión emocional en situaciones básicas como la tolerancia a la frustración. Cuando establecemos relaciones con niños a través de una pantalla, los procesos de empatía se ven muy afectados. La empatía es una experiencia que debe vivirse con los demás.
¿Podemos revertir este daño? Hoy día, estos adolescentes se encuentran con una carencia de habilidades para afrontar la vida. Todo esto hace que su realidad sea más complicada. Además, hemos añadido muchas más fuentes de violencia a sus vidas. Antes, el 'bullying' solía terminar cuando acababa la clase; no era continuo porque, si había un adulto presente, no se daba.
Ahora, se ha transformado en ciberacoso y no hay descanso. Toda la cuestión del acoso sexual, la situación de violencia sexual y de abusos en el ámbito familiar es una realidad que hemos estado arrastrando durante mucho tiempo. Ahora, además, hay señores de 50 años que se hacen pasar por adolescentes de 15 años y llegan a tener contacto con niñas de 12 o 13 años.
También es alarmante que chicos de solo 8 años tengan acceso a pornografía, lo cual les influye profundamente. Cuando se involucren en relaciones sexuales con compañeras, los estímulos que provienen de la vida real pueden quedar por debajo de su umbral de excitación, que ya hace tiempo que está en escalada y necesita incorporar elementos de violencia y humillación. Realmente, les estamos poniendo las cosas muy difíciles. Tendremos que pedirles perdón por todo esto.
En el libro 'Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos' reflexiona sobre este impacto negativo
Sí, por eso actualmente se está prohibiendo en Australia el acceso a redes sociales para menores de 16 años sin ninguna excusa, sin minutos ni tiempo limitado; es una prohibición directa. Canadá ha adoptado medidas similares, y ahora se está valorando hacer lo mismo aquí en España.
Cada vez los Mossos me contactan más a menudo para hablarme de casos alarmantes. Hay un grupo de 300 niños de 12 años que compartían vídeos extremadamente violentos y de abusos sexuales a bebés. Estas imágenes provocarían el llanto de un adulto, ya que la moralidad nos impide soportarlo. Sin embargo, ellos ríen mientras están en procesos de identificación y posterior individualización. Hemos fallado en la protección de nuestra juventud. Las acciones que realizan no las están aprendiendo ni en casa ni en la escuela; provienen de influencias que deberían estar lejos de nuestros pequeños.
Están enfrentándose a mucha violencia: tienen menos capacidad empática, más impulsividad y son capaces de hacer cosas más extremas que antes.
¿Para lograrlo tenemos que ir todos a una?
No necesitamos actuar todos al mismo tiempo. Como dijo Margarite Mits, el mundo lo cambia una minoría consciente. Si no le das un teléfono móvil, pero ve pornografía con el teléfono de un amigo, lo verá durante cinco minutos en el patio o en un rincón. En cambio, si le das una pantalla que puede entrar en su habitación, estará desatado. Ganamos muchísimo con esto: podemos lograr que ningún niño de la clase llegue a casa y diga a sus padres que todos tienen móvil menos él. Ahí es donde comienza la revuelta y el cambio; la gente empezará a ver que es posible. Los mismos que quieren que le des un teléfono a tu hijo no se lo dan a los suyos porque ellos mismos conocen las consecuencias, pero ganan mucho dinero con que tú lo hagas. Ellos no aman a tu hijo.
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