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Los papas, una influencia sin fronteras
En los dos últimos siglos, los pontífices han oscilado entre la defensa del dogma y la tradición y un acercamiento y adaptación a las nuevas realidades sociales
En cuanto a afinidad con los fieles, nada se equipara al rastro dejado por Juan XXIII, por su carácter disruptivo, y Juan Pablo II y Francisco por su voluntad viajera
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El Papa Francisco hace un gesto de aprobación con el pulgar mientras dirige la misa de Pascua en la Plaza de San Pedro en el Vaticano el 20 de abril de 2014. / TONY GENTILE / Reuters


Albert Garrido
Albert GarridoPeriodista
La influencia de los papas de los dos últimos siglos ha oscilado entre la defensa de la tradición y el dogma, sin posibilidad de dar con un punto de encuentro con la modernidad, y la búsqueda de un acercamiento y adaptación a las nuevas realidades sociales, en constante evolución a partir de los cambios provocados por la revolución industrial. El punto de partida y la referencia máxima en la batalla contra la modernidad cabe atribuirlo a Pío IX (1846-1878), redactor de la encíclica 'Quanta cura' y de su famoso apéndice de 80 puntos conocido como 'Syllabus', donde se condena todo lo imaginable mediado el siglo XIX: el panteísmo, el naturalismo, el racionalismo, el indiferentismo, el latitudinarismo, el socialismo, el comunismo, el liberalismo, algunos ismos más y la autonomía de la sociedad civil. La herencia del 'Syllabus' se dejó sentir hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando Juan XXIII (1958-1963) convocó el Concilio Vaticano II (1962-1965).
"La razón humana es el valor número uno que lidera la modernidad", afirma el eminente teólogo Hans Küng en 'La Iglesia católica'. En la' Enciclopedia de las humanidades' se puede leer: "En términos intelectuales, la modernidad supuso el abandono de la ortodoxia religiosa en el modo de comprender el mundo e intervenir en el mundo, y su reemplazo por la razón, la lógica y el método científico". Que Roma no impugnara tales ideas requirió un siglo de controversias, alimentadas por el Concilio Vaticano I (1869-1870) con la proclamación de la infalibilidad del Papa cuando habla 'ex cathedra' sobre moral y dogma.
Quizá por tal razón cabe estimar que Pío IX y Juan XXIII son los dos mayores ejemplos de hasta qué punto el magisterio romano tiene una influencia cultural ilimitada, global, más allá de la estrictamente eclesial. Pero no es ese el único resorte que confiere a los pontífices un poder de penetración en todos los ámbitos: también pesan en grado sumo sus comportamientos e intervenciones políticas, la afinadísima diplomacia vaticana, los rasgos definitorios de una autoridad religiosa que se ajusta al perfil de una monarquía absoluta, pero es fruto de una elección entre iguales a puerta cerrada. Un editorial del periódico británico 'The Guardian' sostenía a raíz de la muerte de Francisco que nada es equiparable al eco de la voz del Papa.
Aún hoy es objeto de indagación el comportamiento de Pío XII en la segunda guerra mundial
Además, se da siempre un vínculo directo entre historia y personaje. De tal manera que el conservadurismo hermético de Pío IX es consecuencia inmediata de la revolución de 1848 y de la unificación italiana en 1870, incluido el recurso a los cañones en la Porta Pia de Roma ordenada por el general Raffaele Cadorna para liquidar los Estados Pontificios. Es inseparable de los cambios sociales la encíclica de León XIII (1878-1903) 'Rerum novarum', que menciona a "un puñado de gente muy rica" como causante de una pobreza extrema y se interpreta como el punto de partida programático de la futura democracia cristiana. Se ganó Benedicto XV (1914-1922) el sobrenombre de Profeta de la Paz porque desempeñó algún papel en la negociación del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial. En el recuerdo de Pío XI (1922-1939) prevalece que logró el reconocimiento del Vaticano como Estado soberano con el Pacto de Letrán de 1929 y se olvida que consideró por ello a Benito Mussolini "un hombre de la Providencia"; bien es verdad que más tarde se opuso con igual energía al nazismo y al comunismo. Aún hoy es objeto de indagación el comportamiento de Pío XII (1939-1958) durante la segunda guerra mundial, y no hay forma de separar a Juan Pablo II (1978-2005) de la crisis y hundimiento final del bloque del Este.
Debe añadirse que la radio, la televisión y las redes sociales, por este orden, han hecho posible alcanzar el objetivo de la influencia sin topes más allá de las cancillerías. Oír y ver al Papa resultó determinante para la proyección global del pontífice entre creyentes y no creyentes. La facilidad de las comunicaciones de un extremo a otro del planeta hizo el resto desde que Pablo VI (1963-1978) incorporó los viajes en la agenda pontificia. Juan Pablo II (1978-2005) limó las críticas a su rectificación de la herencia conciliar mediante la visita a 129 países, investido con los atributos de un hombre de acción, conocedor avezado de los mecanismos para movilizar a las masas que aprendió en su Polonia natal, importadas de la Unión Soviética. Francisco perseveró en esta línea y viajó a 66 países. Un periodista brasileño presente en la playa de Copacabana, donde el último Papa reunió a una multitud en 2013, escribió: "Ni siquiera Pelé logró reunir a tantos".
Las políticas del cuerpo
Esa vertiente, tan próxima a las relaciones públicas a escala universal y a la política internacional, se completa con la eclesial, "llevar la norma hasta el último rincón de la Tierra", según se dice en un opúsculo. Pocas veces se evoca la figura de Pío X (1903-1914), pero tuvo gran trascendencia su oposición al llamado modernismo teológico, que considera la moral y el dogma fruto de la historia y del contexto cultural. Por el contrario, se mantiene abierto el debate sobre la corrección de la herencia del Vaticano II a cuenta de la encíclica 'Humanae vitae' de Pablo VI, que reafirmó la doctrina tradicional de la Iglesia en cuanto atañe a la paternidad responsable y que rechazó la contracepción artificial, una desautorización completa del trabajo de la comisión ad hoc nombrada en su momento por Juan XXIII para poner al día esa parte de la moral. La arremetida contra el modernismo apenas llegó a la grey; la incomodidad vaticana a la hora de revisar las políticas del cuerpo sigue ahí, pero afecta muy poco a la convocatoria de multitudes.
¿Erosionan las contradicciones la influencia de los papas? Hasta el desarrollo de los medios de comunicación modernos, el mensaje de Roma circulaba por una tupida red capilar que llegaba a los fieles a través del ordinario de cada lugar. Eso fue así hasta el pontificado de Pío XI (1922-1939), que hizo una contribución definitiva para que la situación cambiara al crear la radio vaticana: los papas empezaron a tener voz. A partir de entonces la intermediación tuvo una importancia cada vez menor y la influencia, asociada a la popularidad, tuvo un peso cada vez mayor. En este sentido, nada es equiparable al rastro dejado por Juan XXIII, por su carácter disruptivo a la luz del día, y por Juan Pablo II y Francisco por su voluntad viajera. En cambio, Benedicto XVI (2005-2013) vivió una especie de encierro, inmerso en una digresión teórica permanente entre su ideario de joven teólogo reformista en los días del Concilio y de teólogo alarmado a partir de mayo 68 por la transformación de las sociedades abiertas. Se suele conjeturar que Joseph Ratzinger fue el ideólogo de cabecera de Karol Wojtyla, pero su proyección pública fue muy inferior a la de su teórico discípulo.
La popularidad de los papas fue cada vez mayor a partir de la creación de la radio vaticana
Puede decirse que hasta fecha reciente las contradicciones tuvieron un recorrido y peso limitados. En tal sentido, fue un caso especial el de Pío XII durante la segunda guerra mundial. De ascendencia aristocrática y sin conocer la calle, fue siempre un alto funcionario vaticano hasta su elección, que coincidió con los prolegómenos del estallido de la guerra, y cuya relación con la Italia fascista y la Alemania nazi sigue siendo objeto de discusión, en especial por cuanto atañe al Holocausto. "Pío XII había acostumbrado a los católicos a una presencia mayestática y una actividad mental extraordinariamente aguda", escribe Ernest L. Abel en 'The Roots of Anti-Semitism'. Pero cayeron en el olvido los elogios a su figura en un editorial de 'The New York Times' en la Navidad de 1941 y la opinión de Albert Einstein -"solo la Iglesia permaneció de pie y firme para hacer frente a las campañas de Hitler para suprimir la verdad"– en cuanto empezaron a proliferar acusaciones sobre su supuesta tibieza para oponerse a la Shoa. Por más que la fundamentación de las sospechas es harto dudosa, su fama periclitó y la orientación del concilio contribuyó a ello.
"Ha ido hasta donde ha podido"
"En cuestiones relacionadas con el conocimiento de Dios, Kant ya no apelaba a la razón teórica, sino a la razón práctica, que se manifiesta en las acciones humanas», recuerda Hans Küng en uno de sus libros. "La doctrina de la Iglesia, que emana de la revelación divina, no puede cambiarse", sostiene el cardenal Timothy Broglio, arzobispo castrense y presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos. Posiciones tan distantes justifican la creencia de Javier Cercas, expresada en estas mismas páginas, de que Francisco "quería ir mucho más allá, pero que ha ido hasta donde ha podido ir", sin menoscabo de su popularidad y del acercamiento a los más vulnerables. Desde el momento de su inesperada elección, su influencia se concretó en la recuperación de los argumentos conciliares que Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI sometieron de facto a revisión.
Un veterano vaticanólogo sostiene que, gracias a las reglas del juego en la aldea global, los cuatro papas que siguieron a Juan XXIII disfrutaron de una popularidad e influencia sin parangón posible, sin apenas mella por los diferentes escándalos que debieron afrontar, desde la opacidad de las finanzas –la brevedad del pontificado de Juan Pablo I (33 días) en 1978, su víctima inmediata– hasta el oprobio de la pederastia. "Aunque cueste creerlo, se ha llegado a una situación en la que el simple hecho de ser Papa procura al personaje un poder de penetración muy grande. Eso no le salva de tener problemas con su entorno inmediato, pero en su actividad pública le permite tener un gran margen de maniobra", dice el mismo analista.
El día anterior al inicio del cónclave que eligió a Joseph Ratzinger en abril de 2005, varios periodistas se dedicaron a preguntar a quienes hacían cola para visitar la tumba de Juan Pablo II qué cardenal tenía más posibilidades. Una joven italiana, con una cruz no precisamente pequeña colgada del cuello, respondió así: "Cualquiera que salga lo hará bien y recorrerá el mundo". Es decir, ostentar el cargo se supone que lleva aparejadas una serie de virtudes sobrevenidas que no hace falta someter a prueba. La grandiosidad del escenario y la exuberancia de los ritos hacen el resto.
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