DIVERSIDAD
Ahora todos quieren ir a una 'ballroom', la competición clandestina que hace de Madrid la meca del 'voguing': "Si el mundo fuera seguro, no habría que crear uno"
Se cumple una década desde que la escena, originalmente secreta y fundada por mujeres trans latinas y negras en el Nueva York de los 60, irrumpió en España de forma definitiva

Silvi ManneQueen en 'The Fabulous Kiki Ball' organizado en 2018 con el apoyo del Museo Centro de Arte Dos de Mayo. / PATRICIA NIETO
Parece fácil a simple vista, pero no lo es. Bailar voguing es cosa de prodigios, generalmente parte del colectivo LGTBIQ+. “Debemos su origen a las mujeres trans negras y latinas de los años 60, que fueron las verdaderas pioneras en Estados Unidos”, asegura Silvi ManneQueen, precursora española. Una mezcla entre mannequin y queen, su apodo tomó sentido tras una temprana incursión en el mundo de la danza urbana y underground. Una pasión que, lejos de permanecer oculta, traspasó fronteras con rapidez: “Siempre me ha gustado ir a la raíz de estos bailes y las culturas a las que pertenecen”. La madrileña viajó dos meses a Nueva York en el año 2009, donde adquirió la formación necesaria en vogue y house. Un punto de inflexión en su trayectoria personal y profesional, que 16 años después, todavía recuerda con cariño. “Las cosas han cambiado, ya no son como entonces. Todo iba más despacio”, añade. De América a Europa, recorrió Francia y Alemania para conocer a las figuras más importantes del ballroom internacional, debutando en 2013 en el escenario.
“Participé en runway y llegué a la final en la categoría Vogue Femme, aprendí a dejarme llevar en un sitio en el que se aplaudía como yo era, mi cuerpo y mis movimientos”, recuerda. A día de hoy, es ella quien imparte las clases y comparte lo que aprendió durante aquella época. Escasa en referentes y algo atrasada en temas de diversidad por aquel entonces, España carecía de ejemplos a los que idolatrar: “Había oído hablar de Carmen Xtravaganza, que hacía performances pero no organizaba eventos y no existía aún esa competición”. Hasta ese momento, en el que ManneQueen se lanzó al vacío. Fue en 2014 cuando organizó la primera en nuestro país: “Madrid también merecía experimentarlo. No fue fácil, pero abrí un lugar donde la gente podía expresarse libremente”. Prácticamente sin inmutarse, la joven se convirtió en una figura de referencia para una generación y pasó a organizar Major Balls de forma anual. “Hemos sido muchas mujeres provenientes de la danza las que lo hemos extendido a nuestras regiones”, incide. Un papel en el que no siempre se ha visto apoyada: “Me lo he tenido que currar para recibir un gracias, bastante más que un chico, aunque eso no es nada nuevo”.
Nunca dejó de competir en el extranjero y llegó a desarrollar una doble vida, a caballo entre París y los madriles: “Encontré a Diva Ivy Balenciaga que fue lo más parecido a una hermana y me dejaba quedarme en su casa. Era una realidad usual en la comunidad, pero aun así me sorprendió y cambió mi perspectiva”. Al fin y al cabo, ella era una mujer blanca y cisgénero, una minoría dentro del sector. En este universo, dominado por identidades negras y latinas, los integrantes se agrupan en ‘familias’, normalmente lideradas por una madre o padre que concede al resto su propio apellido ficticio. “Cuando no eres de una estirpe, pasas a ser Agente 007. Fundé una Kiki House, una familia elegida que duró una temporada y luego la disolví”, confiesa. Pese a no salir de la forma que esperaba, adquirió la habilidad de capitanear un grupo de personas que aplica hoy en día en su labor como docente.
Apoyo institucional
Durante ocho años consecutivos, abanderó la escena nacional sin descuidar su presencia en el extranjero. “Estaba sembrando aquí mientras me escapaba fuera para seguir nutriéndome, era una dualidad”, revela. Málaga, Barcelona o Zaragoza comenzaron a despertar y Silvi encontró aliados con los que reforzar su trabajo en la capital, incluyendo instituciones públicas como el Centro de Arte Dos de Mayo: “No es igual navegar sola que, de repente, te apoye un organismo relacionada con el arte”. Manuel Segade, director del museo en 2017, le propuso dirigir unos talleres a colación de una exposición sobre la historia afroamericana llamada Elements of Vogue: a case study of radical performance. Además, tuvo la oportunidad de organizar una ball con respaldo de la entidad artística ese mismo año. “Era hacer lo que ya hacía, pero sin romperme los bolsillos”, señala. Hasta entonces, había financiado cada encuentro con sus propios recursos que, al final, se veían recompensados por la satisfacción de abrir las puertas a un espacio de aceptación. En 2018, tras el lanzamiento de la serie POSE y las giras de Rihanna y Madonna con bailarines de voguing, esta cultura pasó a formar parte del imaginario mainstream.
En 2020, días antes de que se produjese el confinamiento por la pandemia de Covid-19 en España, Valladolid acogió su primer encuentro. “La ciudad no invitaba a que el colectivo se pudiera expresar y finalmente tuvimos el apoyo de medios de comunicación e instituciones”, narra. Sin embargo, dos años más tarde, en 2022, el suceso se repetiría por última vez en la capital castellana: “No se ha vuelto a celebrar, es complicado mantener la llama viva en una ciudad sin tantas posibilidades”. Para una veterana de su talla, que ha permanecido tanto tiempo al frente del movimiento, ha llegado el momento de pasar el testigo en lo relativo a la organización. “Después de una todo me merezco descansar e ir a disfrutar. Disfruto participando en el extranjero, donde los estándares son altos”, suma. Actualmente, y aunque ManneQueen también compite en las categorías Best Dressed y Runway, sabe que su cuerpo no es igual que hace una década: “A veces compito con personas de 19 años y quiero preservar mis rodillas”.
Con la mente en futuros proyectos, ha sido testigo de un cambio de paradigma en la escena madrileña en los últimos tiempos. “Antiguamente, hacíamos uno o dos encuentros al año y ahora tienes que mirar el calendario porque no hay fines de semana libres”, describe. Sin ir más lejos, los Teatros Luchana, acogen cada mes una Vogue Night, algo más informal que las Major Balls y con un público más amplio que antes: “Son muy jóvenes”. Para ella es importante acercar esta cultura a una sociedad que daba la espalda, con el objetivo de que las almas que se salen de la norma, encuentren libertad. “Aquí se celebra cómo eres o cómo te vistes”, critica. La opresión a la que se ha visto sometida la comunidad queer continúa presente en algunos contextos de nuestro día a día, por lo que visibilizar y empoderar estas realidades es una tarea fundamental: “No está de más continuar a pie del cañón para conseguir más derechos. Si el mundo fuera seguro, no habría que generar uno”.
Un fenómeno ‘mainstream’
Iris y León lo saben de sobra. Ambos encontraron en esta disciplina un modo de vida en el que ser ellos mismos es motivo de admiración. No solo eso, ya que fue en la pasarela donde sus caminos se encontraron y, a día de hoy, casi dos años después, mantienen una relación sentimental. “Mostrar nuestra relación públicamente demuestra que es posible encontrar el amor siendo trans”, confiesa. Ella reside en Ámsterdam desde 2012 y él vive en Madrid, por lo que su carrera artística se desarrolla en ambas naciones y, en la actualidad, son considerados referentes internacionales. Luluh, como se conoce a la de Ecuador en las veladas, es madre de la Kiki House Bodega en Holanda, aunque en la Major Scene se mueve en solitario: “He podido conectar con gente que me ayuda a crecer, no solo en el aspecto competitivo, sino también en el personal. He aprendido a mantenerme humilde y moverme desde el cariño”. Además, ha ganado premios en todos los estados europeos que ha pisado y, entre sus reconocimientos, se encuentran el de Mother Of The Year, por su labor al frente de la agrupación, y Femme Queen, un distintivo que reconoce la huella de las mujeres trans en el mundillo.
Alpha, alter ego del joven en la pasarela, pertenece a la casa de Miyake Mugler, una de las más prestigiosas a nivel mundial y ganadora de la segunda temporada del talent show Legendary, en HBO Max. “En Bodega soy el European Prince, un buen rango dentro de la estructura. Me considero un referente en España, pues soy el único hombre trans visible que ha ganado tantos premios fuera”, argumenta. En su medallero aparecen cuatro trofeos a Trans Man Of The Year que lo elevan al Monte Olimpo del voguing: “Me nominaron a los cuatro y los gané de golpe. Ningún otro español lo ha logrado y a día de hoy, soy el segundo mando de mi house a nivel Europeo”. Especializado en las categorías Realness, Body y Sex Siren, no hay dos como él. Cuando, en 2021, desfiló por primera vez, no ha dejado de derribar barreras en los países del continente donde hay presencia ballroom. Su desempeño no termina ahí, puesto que permanece comprometido con la comunidad LGTBIQ+ y, desde el activismo, trata de construir climas seguros para defender los intereses colectivos. “El panorama español se encuentra en su punto más avanzado. Tras la pandemia se internacionalizó, llegaron más participantes racializados y ha salido del ámbito blanco en el que estaba”, añade.
Si bien es un espacio abierto a cualquier individuo, los integrantes prefieren conservar su ambiente alejado de los bailarines convencionales: “A veces se ha quedado anclado a ellos, que deciden probar, pero realmente ese no es el enfoque correcto”. La popularidad de este fenómeno, inicialmente underground, ha abierto un debate en torno a la privacidad de la población queer. “Lo ideal es que se mantuviese clandestina, pero no está en nuestra mano. Lo que hay que preservar es la esencia negra, latina y diversa. Las modas van y vienen, quizás en tres años ya no sea popular”, cuenta. Luluh coincide con su pareja y sostiene que se trata de algo cíclico: “En los 80 y 90 se volvió mainstream porque la gente quería usarla a su antojo. En nuestra cultura hay amor, pero también muchas cosas por sanar”. Pese al impacto en redes sociales y su papel como jueza de eventos en la capital española, la ecuatoriana mantiene los pies en la tierra, especialmente con los miembros más vulnerables del gremio. “He notado que soy muy apreciada y siempre he aportado todo lo que he podido”. Tanto Iris como León, a más de 1.700 kilómetros de distancia, son la viva imagen de la resiliencia y, con su historia, demuestran que la pasión por lo que a uno le hace feliz puede salvarte la vida.
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