Los efectos de la 'subpandemia'
La unidad pediátrica de covid persistente de Can Ruti ha atendido a 200 niños en cuatro años y la mitad ya han recibido el alta
El covid persistente, sin respuesta cinco años después: "Aún no sabemos si recuperaremos nuestras vidas"
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Laura Prats, una joven del Maresme que ha superado el covid persistente. / Jordi Pujolar /ACN


ACN
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El Hospital Germans Trias i Pujol, Can Ruti (Badalona), puso en marcha en diciembre de 2020 una unidad pionera de covid persistente orientada a la población pediátrica. Menores de edad que se habían infectado en marzo seguían con síntomas meses después. Eran los primeros compases de una 'subpandemia' que todavía hoy provoca estragos. Actualmente, Can Ruti atiende a unos 80 niños, pero a lo largo de estos años han tratado cerca de 200. La frecuencia de la enfermedad es mucho menor que en la población adulta y también tiene un índice mucho más elevado de recuperación: el 53% de los menores han recibido el alta. Por el contrario, la jefa de Pediatría de Can Ruti, Maria Méndez, explica a 'ACN' que en la población pediátrica el covid persistente tiene "peores repercusiones" porque la enfermedad impacta en un momento vital de "máximo desarrollo" a todos los niveles.
La doctora explica que cuando "el paro" vital que implica el covid persistente afecta a un niño se cortan de golpe necesidades básicas para el desarrollo personal, como los estudios, el deporte o la socialización: "Muchos de ellos lo han vivido muy mal, con una repercusión emocional importante".
Desde la unidad pediátrica de Can Ruti se ha realizado un "acompañamiento" integral, donde el apoyo psicológico ha tenido un papel destacado, junto con la rehabilitación física y neurocognitiva, que han sido a lo largo de estos cuatro años los pilares del servicio de Covid persistente pediátrica.
Menos casos y mayor porcentaje de recuperación
Y si esta es la 'cruz', la 'cara' es que la frecuencia de casos está muy por debajo de la media en población adulta. Méndez dice que, en parte, esto se explica porque en menores, sobre todo en los niños más pequeños, es mucho más difícil detectar la enfermedad por una simple "cuestión de edad".
"Uno de los principales síntomas son las alteraciones neurocognitivas, pero en un niño pequeño no hay antecedentes sobre las notas que sacaba o el tiempo que dedicaba a estudiar. Es difícil ver si está peor que antes", relata la doctora. En este sentido, la mayoría de casos que han acabado derivados en Can Ruti son niños de más de 10 años y, sobre todo, adolescentes.
La mayoría de pacientes han estado en observación por parte de la unidad durante al menos un año, aunque algunos han permanecido hasta dos años conviviendo con la enfermedad, sobre todo en los primeros años de la pandemia. Últimamente, los casos nuevos son "muy poquitos". Además, del total de casos tratados, prácticamente la mitad han sido dados de alta.
Investigación y visibilización social
Sin embargo, la ciencia no puede dar una explicación a los datos. "Muchos casos se han solucionado espontáneamente", admite Méndez. La jefa de Pediatría de Can Ruti apunta a la necesidad de seguir investigando para poder dar respuesta a muchas de estas preguntas: "Desconocemos todavía muchas cosas y no sabemos qué hace que un paciente acabe recuperando o no".
Para la doctora Méndez, otro de los retos que ha dejado el covid persistente ha sido la de la visibilización social de la enfermedad en determinados grupos de edad: "Ha costado mucho visibilizar que los niños también podían sufrirla". Desde Can Ruti dicen que en el inicio de la pandemia fue difícil hacerlo entender en algunas escuelas. Ahora, dice, "ya se acepta".
"He aprendido que puedo con todo lo que me proponga"
Una de las 200 pacientes que ha pasado por la unidad pediátrica de covid persistente de Can Ruti es Laura Prats. Ahora tiene 22 años y está a punto de terminar la universidad, pero cuando se contagió, el 1 de enero de 2021, era aún menor de edad. Explica que fue un "choque emocional" que se prolongó cerca de dos años: "Es como si la vida se detuviera de golpe".
Como ocurría en muchos casos, el covid persistente empezó a manifestarse con episodios de fiebre. Siguiendo los protocolos, tuvo que confinarse, pero cuando ya debería poder recuperar la normalidad seguía con los síntomas: "En vez de ir como mejor, iba a peor". Prats detalla que en pocos días empezaron los dolores de cabeza y pérdidas de fuerza y movilidad.
Al deterioro físico se le añadía la angustia de tener que afrontar el último curso de Bachillerato y la preparación de las pruebas de Selectividad con la enfermedad: "Estaba cansada todo el día, necesitaba dormir y no podía estudiar más de media hora enseguida. Tampoco tenía hambre y apenas comía".
Una de las frustraciones que más recuerda es la dificultad para subir las escaleras de casa. En su domicilio hay catorce escalones que separan la planta baja del primer piso y durante un tiempo tardaba "más de media hora" en subirlas. La enfermedad le hizo perder mucha fuerza y, de hecho, todavía hoy es una de las secuelas que le han quedado.
Su ingreso en Can Ruti fue dos meses después del contagio, entre finales de febrero y principios de marzo. Pero la alegría de una posible salida era del todo contenida: "Desde un primer momento nos dijeron que me intentarían ayudar, pero la situación era nueva para todos y no podían garantizarme nada".
Allí estuvo acompañada por rehabilitadores, nutricionistas, psiquiatras y psicólogos, pero no mejoraba. Tampoco empeoró y el estancamiento llevó a reducir la intensidad de tratamiento al llegar el verano. "Se hizo todo lo que se podía y a partir de entonces era cuestión de tiempo y paciencia". Un año después recibiría el alta. El covid persistente se había marchado sin dar explicaciones.
Durante todo el proceso, Prats no dejó de estudiar, aunque no sin dificultades. De hecho, a menudo los estudios era lo único que la mantenía activa. Consiguió terminar Bachillerato, aprobar la Selectividad y empezar una carrera que ahora está a punto de terminar. "He aprendido que puedo con todo lo que me proponga", se felicita.
Echando la mirada atrás, esta joven de Cabrera de Mar cree que pese a que el trance la experiencia le ha dado también cosas buenas a escala personal y emocional. Sin embargo, todavía hoy se hace una pregunta que quizá sobrevuela la cabeza de muchos pacientes de covid persistente: "¿Por qué a mí?".
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