Entrevista
José Ramón Ubieto, psicólogo: "Nuestros hijos son huérfanos digitales, los dejamos solos en un mundo que les sobrepasa"
El divulgador mantiene que, más allá de prohibir el móvil en los institutos, urge introducir la alfabetización digital como asignatura
Catalunya plantea dar un paso más y propone el destierro total del móvil en la ESO

El psicólogo clínico y divulgador José Ramón Ubieto, en su casa de Barcelona. / Ferran Nadeu


Olga Pereda
Olga PeredaPeriodista
Especialista en Educación de El Periódico. A los mandos de la sección 'Mamás y Papás' y del Club de Educación y Crianza. Te mando cada viernes una newsletter con contenidos clave para afrontar la maternidad y la paternidad. Escribo en la sección de Sociedad y tengo alergia a la pseudociencia.
José Ramón Ubieto, psicólogo clínico y profesor de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), asegura que los niños no deberían tener más futuro que la merienda de la tarde. Pero por su consulta pasan niñas con agenda de ejecutivas y angustia ante su futuro laboral. El divulgador conoce a adolescentes que, desorientados por los vídeos porno, han intentado asfixiar a sus parejas en la primera relación sexual. También a chavalas que toman psicofármacos sin receta o que fuman un par de porros para calmar la angustia que les invade antes de dormir. Esta es la infancia y la adolescencia con la que padres y madres se atragantan. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí y cómo podemos salir? En su último ensayo, 'Adolescencias del siglo XXI, del frenesí al vértigo' (editorial UOC), Ubieto analiza lo que ocurre no solo en los hogares sino también en las aulas y ofrece un puñado de recetas a familias y educadores.
Celebrar una graduación al acabar infantil o entregar un móvil con 8 años son ejemplos de los tiempos acelerados que vivimos. ¿Nos estamos equivocando? Borrar la infancia y acelerar la adolescencia es un error porque supone introducir un desamparo justo en el momento en que debemos proteger ese tiempo que, atravesado a su ritmo, les permitirá hacerse adultos. Es una tendencia que tiene que ver con un factor muy importante en nuestras vidas: el consumo como medio principal de satisfacción. El capitalismo y su producción hace que la satisfacción no tenga límite. Un niño que recibe ocho regalos queda insatisfecho antes que otro que recibe uno y que, por lo tanto, tiene que desarrollar más la imaginación. Se multiplican los objetos y la insatisfacción aumenta. El resultado es la época híper: buscamos la satisfacción extrema. Ya no puedes ir a la montaña a dar un paseo, tienes hacer una ruta peligrosa en bici y poner en riesgo tu vida. Eso también afecta a la infancia, que se convierte en una etapa en la que hay que acelerar las cosas. No puede ser que tu hijo realice solo una actividad extraescolar, tiene que aprender un tercer idioma, ir a clase de música y estar apuntado a varios deportes. Proyectamos en nuestros hijos no los ideales, que es lo normal, sino el modo de funcionamiento.
¿Qué quiere decir? Que pensamos que, para que nuestros hijos consigan cosas, lo tienen que hacer en condiciones extremas. Tuve una vez en consulta a un niño que me confesaba que reflexionaba sobre el futuro todos los días. Para los niños, el futuro debe ser la merienda de la tarde, no deben pensar ni en el mañana ni en qué harán cuando tengan 12 años. Pero para este chaval el futuro era angustiante porque sabía que tenía que aplicarse en las mil actividades que hacía.
Pero es noble aspirar a que nuestros hijos aprendan, ¿no? Por supuesto. Para empezar, aprender a leer, escribir y a tener interés por la cultura. Pero otra cosa diferente es pensar que tu hijo debe tener una agenda de un ejecutivo. Hay padres que, antes de darme cita para su hijo, tienen que chequear la agenda del menor y meter la sesión entre robótica e inglés. El problema no es querer que aprendan sino que hay que equilibrar el aprendizaje con el tiempo para hacer lo propio de la infancia: imaginar, aburrirse y jugar en la calle.
Borrar la infancia y acelerar la adolescencia es un error, los dejamos desamparados justo en el periodo que les permite hacerse adultos
Como otros divulgadores, anima a desterrar el término nativos digitales y apuesta por usar otro: huérfanos digitales. Hace referencia a la idea equivocada de que el uso de la tecnología es solo un problema técnico: conocer cómo se guarda un archivo o cómo funciona el 'software'. Lo importante del mundo digital es saber que no solo es un instrumento sino una tecnología invasiva y colonizadora que se entromete en tu vida y accede a tus datos. La tecnología no es neutra, es invasiva y abre las puertas de un mundo que incluye muchos riesgos. Dejamos a nuestros hijos desamparados con aplicaciones y contenidos que les sobrepasan.
¿Qué opina del reciente plan del Departament de Educació para desterrar totalmente los móviles de los institutos? Estoy de acuerdo con la regulación de la tecnología en los espacios en los que el coste-beneficio no está claro. Hay profesores y profesoras que saben hacer un buen uso de lo digital, los conozco. El problema es que, hoy por hoy, la mayoría no han sido formados. En todo caso, limitar el uso de los dispositivos y pensar que todo está solucionado es un error.
¿Por qué? Si se retiran los 'gadgets' hay que introducir la alfabetización digital, que incluye los mismos principios éticos del mundo analógico: la privacidad es un valor, no muestro mis fotos como no lo hago en el balcón de mi casa y no insulto.
Las chicas ven porno 'online' para saber qué se espera de ellas y los chicos para saber qué deben hacer
Un riesgo evidente del mundo digital es el porno, al que se accede cada vez antes. Uno de sus pacientes le reconoció que en su primera cita sexual asfixió a la chica con la que estaba. Pensaba que era lo normal después de haber visto determinados vídeos. En la web se buscan esos contenidos sádicos donde las mujeres son atadas, cosificadas y penetradas analmente. Los adolescentes creen que esa falacia digital es lo normal. Las chicas lo ven para saber qué se espera de ellas y los chicos para saber qué deben hacer. El porno es una cuestión importante, pero el gran problema es que Donald Trump diga que a las mujeres les gusta que les agarren los genitales o que Santiago Abascal sentencie que la violencia machista es un cuento.
Del frenesí de la infancia y la adolescencia se pasa al vértigo que les produce el salto al mundo adulto, donde temen no dar la talla. ¿Por qué? Antes de juzgar a niños y adolescentes pensemos en los imperativos a los que están sometidos y que los adultos alimentamos. Aumentamos tanto nuestras expectativas que ahora nuestros hijos no solo tienen que terminar la carrera sino hacer un máster, estudiar en el extranjero y aprender francés. Cuando colaboramos en esta presión, les estamos generando una tensión entre lo que se espera de ellos y la realidad. Sienten vértigo ante el abismo y se toman un año sabático o se van a Senagal para hacer un voluntariado o a Irlanda para cuidar niños. Quieren tiempo para madurar antes de entrar en el torbellino.
¿Cómo les podemos ayudar y acompañar? Ante todo, calma. Cada padre tiene que inventar sus formas, pero es importante que admitas que no entiendes y que no sabes todo lo que le pasa a tu hijo. Aceptar que tenemos ese límite no es signo de debilidad sino de inteligencia. Lo que más va a ayudar a tu hijo no son los sermones sino tu testimonio, explícale cómo te fueron a ti las cosas, que seguro que también fueron regular. Tus palabras son importantes porque le estás diciendo que lo que le sucede, en realidad, le pasa a casi todo el mundo. Tu hijo tiene que buscar fórmulas, dile la receta que tú encontraste y que él encuentre la suya.
¿Cómo? La clave es la presencia, que incluye mirar y hablar a los hijos y estar físicamente presente y atento. No solo hay que esperar a que hagan lo que tú quieres que hagan. Hay que estar atento a lo que a ellos les duele y saber lo que les preocupa. Lo que para ti es una chorrada, para tu hija no lo es.
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