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Cómo acabaron en el gulag de Stalin medio centenar de marinos de la República

Un ensayo rescata del olvido la historia de un grupo de marinos mercantes que traían víveres y armas desde la URSS en la guerra civil y terminaron siendo esclavizados en Siberia

El difícil legado de Stalin en Georgia 100 años después de su llegada al poder

Españoles en el 'Semíramis' volviendo a España en 1954 tras ser liberados en la URSS

Españoles en el 'Semíramis' volviendo a España en 1954 tras ser liberados en la URSS

Juan Fernández

Juan Fernández

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En la historia hay golpes de mala suerte, relatos cargados de desgracias y parias olvidados. Y luego están las desventuras que les tocó vivir a medio centenar de marinos mercantes españoles contratados por el gobierno de la República en plena guerra civil para traer víveres y armas desde la Unión Soviética y que acabaron penando 15 años en campos de trabajo de Siberia, una tortura que costó la vida a casi la mitad del grupo. Atrapados entre dos contiendas –la española y la Segunda Guerra Mundial– y dos regímenes totalitarios –la dictadura franquista y la de Stalin–, sus historias componen una de las páginas más tristes y ninguneadas del siglo XX.

En el campo de batalla geopolítico que supuso la guerra civil, el bando republicano solo encontró respaldo extranjero en la URSS, que puso a disposición de la República alimentos y armamento. Para traerlos, el gobierno contrató a las navieras que se habían mantenido fieles al régimen, cuyos barcos desplegaron en esos años un intenso tráfico marítimo entre los puertos del levante español y los soviéticos del mar Negro, sobre todo en la primera mitad de la guerra. Hasta 51 embarcaciones distintas llegaron a hacer aquellas rutas, en las que trasladaron 250.000 toneladas de materiales.

El trasatlántico Juan Sebastián Elcano, uno de los buques que trajeron a España armas y víveres desde la URSS en la guerra civil.

El trasatlántico Juan Sebastián Elcano, uno de los buques que trajeron a España armas y víveres desde la URSS en la guerra civil. / .

En otoño de 1937, en un golpe de timón nunca aclarado del todo –los historiadores lo achacan a su propósito de cobrarse un botín de guerra en pago por su colaboración con la República, pero nunca hubo una explicación oficial-, Stalin ordenó que los buques españoles que estuvieran atracados en sus muelles fueran requisados y pasaran a formar parte de la flota soviética. Fue el caso del 'Ciudad de Ibiza', rebautizado como Belostok bajo bandera de la URSS, o el 'Cabo Quilates', que pasó a llamarse Baikal. En total, nueve cargueros españoles cambiaron de manos en esos meses. 

La decisión dejó en tierra a la tripulación, formada por unos 500 marinos, la mayoría de los cuales lograron regresar a España por diversas vías a lo largo de 1938. Sin embargo, medio centenar renunciaron a hacer aquel camino de vuelta por temor a las represalias –muchos eran sindicalistas o habían estado afiliados a partidos de izquierdas–, esperanzados en poder exiliarse en algún país latinoamericano. 

Quedaron en un incómodo limbo –Franco nunca iba a reclamar a un grupo de sospechosos republicanos y Moscú tuvo que encajar el rechazo que aquellos hombres expresaron a integrarse en la sociedad soviética– del que los iba a sacar, a las bravas y con infaustas consecuencias, el viento de la historia.

El 22 de junio de 1941, las tropas alemanas se adentraban en suelo soviético y a los pocos días Stalin ordenaba que aquellos españoles que habían quedado varados en su territorio abandonaran los hoteles donde habían sido acogidos y fueran trasladados a una cárcel de Odesa

Campos de concentración

De aquel presidio pasaron a otro de Járkov y a continuación los subieron a un tren-cárcel rumbo a los campos de trabajo que el régimen tenía repartidos por Siberia y el resto de la URSS. Comenzaba para ellos un tortuoso periplo por el gulag de Stalin que en los siguientes años les iba a llevar a conocer hasta 20 campos de concentración distintos. 

Cartel de la CNT distribuido en la guerra civil para honrar el trabajo que hacían los marinos.

Cartel de la CNT distribuido en la guerra civil para honrar el trabajo que hacían los marinos. / .

"No estaban acusados de nada ni fueron juzgados. Tuvieron la desgracia de estar en la Unión Soviética cuando empezó la invasión nazi y esto los convirtió, a ojos de Stalin, en sospechosos extranjeros que había que apartar y reeducar", explica el profesor universitario José Vicente García Santamaría, coautor, junto al historiador Juan Carlos Sánchez Illán, del ensayo 'Marinos republicanos en los campos de concentración soviéticos' (Catarata), donde relatan las peripecias que vivieron aquellos hombres. Su abuelo, Vicente García Martínez, de Pobra do Caramiñal (A Coruña) y tripulante del transatlántico 'Juan Sebastián Elcano', fue uno de ellos. 

Las historias que contarían los supervivientes de aquel vía crucis por el gulag de Stalin son sobrecogedoras. Especialmente duras fueron las condiciones de vida en los campos siberianos, como el de Norlisk, situado en el círculo polar ártico, donde pasaban 12 horas cada día construyendo carreteras o extrayendo níquel a 30 grados bajo cero, lo que costó la vida a ocho de ellos. O el campo de Karagandá, en la estepa de Kazajistán, donde perecieron otros siete. "Los mandaron sin calzado ni ropa de abrigo, se cubrían con cartones o con lo que pillaran, morían trabajando, en las letrinas o de pie haciendo cola para la comida", cuenta García Santamaría.

Aquella pesadilla acabó para ellos con la muerte de Stalin en 1953 y el posterior desmantelamiento del gulag. Sin nadie que los reclamara o defendiera su causa –ni siquiera el Partido Comunista de España instalado en Moscú, que se desentendió de ellos porque ni eran militantes ni aceptaron el dictado soviético–, su destino acabó siendo dispar. Ocho se quedaron a vivir en la URSS y 19 regresaron a España en abril de 1954 en el buque 'Semíramis' junto a excombatientes de la División Azul, con muchos de los cuales habían coincidido en los campos de concentración y habían compartido el mismo trato de parte de las autoridades soviéticas. 

El buque Semíramis llegando a Barcelona en 1954 con españoles procedentes de la URSS

El buque Semíramis llegando a Barcelona en 1954 con españoles procedentes de la URSS / .

El padre de García Santamaría acudió al puerto Barcelona a recibir a su padre, que había salido de España con 45 años y ahora regresaba con 60. Lo primero que pidió fue que le llevaran a comprar unos zapatos y a comer unas sardinas, cuenta García Santamaría que le contó su padre. 

Su abuelo apenas habló de su experiencia en Rusia y nunca le escucharon en casa palabras de rencor contra quienes le destrozaron la vida, pero su nieto cree que España tiene una deuda pendiente con aquel grupo de hombres que, sin haber empuñado nunca un arma ni actuar contra nadie, simples marinos, se vieron atravesados por la historia del siglo XX. Ni una placa en ningún pueblo de Galicia, lugar de origen de muchos de ellos, recuerda a día de hoy sus vivencias.

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