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Volver a la vida en Paiporta

Ana, superviviente de la dana, reabre su negocio después de que la riada inundara su tienda y la arrastrara a ella por el pueblo

Ana vuelve a abrir su negocio después de sobrevivir a la riada. El agua la arrastró 600 metros por las calles de Paiporta hasta que la rescataron.

Ana vuelve a abrir su negocio después de sobrevivir a la riada. El agua la arrastró 600 metros por las calles de Paiporta hasta que la rescataron. / / Miguel Ángel Montesinos

Violeta Peraita

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El negocio de Ana Castillejo, en una Paiporta en reconstrucción, está como nuevo. Tiene una puerta de cristal impoluta y unos rótulos con los colores intactos. A los lados, bajos diáfanos y embarrados, todavía las huellas de la catástrofe que sufrió este pueblo y otros de la comarca el 29 de octubre.

Ana empieza ahora una nueva vida, pues esa noche, sin saberlo, volvió a nacer. El poso de todo lo vivido se quedará dentro e incluso ahora reconoce que en la nueva ubicación de su tienda (que reabrió hace dos semanas) ya tiene identificados los portales donde podría refugiarse si viniera otra riada, "que estoy segura de que vendrá", dice a este diario.

Ana atiende, cuenta, relata, detalla y lo hace mientras hace gestos de saludo a los vecinos y vecinas que entran y salen en su negocio. Parece que hablar sea casi una necesidad terapéutica. Ana sobrevivió ras recorrer flotando a una altura de más de dos metros unos 600 metros por las calles de su pueblo en el peor momento de su historia. Ahora lo cuenta para preservar la memoria de todo lo que pasó aquella noche. Todo lo que ella vivió en primera persona.

Ana, que sobrevivió a la barrancada en Paiporta tras ser arrastrada por el agua 600 metros.

Ana, que sobrevivió a la barrancada en Paiporta tras ser arrastrada por el agua 600 metros. / / Ana de los Ángeles

Ana y su marido abrieron el 1 de enero de 2024 el negocio en la calle Primero de Mayo, junto al barranco del Poyo. El 29 de octubre llevaban casi 11 meses en el comercio y la barrancada les pilló como a la mayoría: por sorpresa. "No nos avisaron, mi marido dejó el coche en la puerta y empezó a subir el agua. Él se quedó fuera intentando protege rla entrada para que no entrara el agua y yo dentro, colocando packs de agua para bloquear la puerta", relata la comerciante de Paiporta. En ese momento, dice, "no piensas en salir, aunque tenía que haber salido", reconoce.

"Llamé a mis hijos y a mi padre para despedirme"

"Me metí en el almacén, donde hay una ventana con verja, por lo que no podía salir. Me encerré allí, pero el agua subió hasta el techo. Yo me subí a una estantería y desde allí llamé a mis hijos que estaban con la profesora de repaso en casa para decirles que no iba a volver, para despedirme. También llamé a mi padre, que aunque vive en Picanya, estaba en ese momento en València", cuenta, incapaz de contener la emoción. En ese momento, a su marido se lo llevó la riada dos portales más allá y consiguió resguardarse: "Me llamó y me dijo: 'Ana, estás sola, me he tenido que meter en un portal, el agua está muy alta'".

A partir de entonces, Ana vivióunas horas extremas en las que consiguió salvar la vida y en las que su instinto de supervivencia fue clave. Para ella fue su madre, que había faltado hacía dos meses, quien la acompañó hasta que consiguió ser rescatada.

"Cerré los ojos y me tiré de cabeza"

Estando arriba de la estantería y viendo como el agua llegaba al techo, se le cayó la pared encima. "Ahí veo la entrada de la tienda con la persiana reventada. Entraba mucha agua, pero había un palmo sin agua, ahí cerré los ojos y me tiré de cabeza". En cinco segundos estaba flotando a dos metros de altura. Ana se da cuenta de que había salido del loca. "¿Dónde estoy?", pensó. Atraviesó la plaza Cervantes y a partir de ese momento recorrió 600 metros sin tocar el suelo. Solo flotaba en el agua.

"Lo único que pedía era que no me dieran objetos en el cuerpo, me daba miedo darme un golpe y que fuera el final", cuenta. De plaza Cervantes pasó a calle Convent, donde consigió engancharse al portal al lado del bar Convent. "No veía nada, no tenía las gafas, pero distinguía a mi lado neveras, sofás, televisiones. No tocaba el suelo y no me daba tiempo a pensar. Engancharme al portal fue un suplicio porque el agua me llevaba con muchísima fuerza".

"O me suelto o me moriré aquí congelada"

"No sé cuánto tiempo estuve allí, perdí la noción del tiempo. Una vecina estuvo conmigo, me hablaba, pero no podía ayudarme, llamaba al 112, pero estaba colapsada". Llegó un momento en el que "estaba absolutamente congelada pegada a la puerta del portal y me tocaban por la espalda cosas, no eran objetos, sino animales e incluso personas y pensé que me tenía que soltar o me moriría allí congelada", asegura.

Reunió las fuerzas para agarrarse a una puerta de madera, se subió y fue transitando la calle que era como "un río, pero plano". Hasta que llegó a una calle donde una montaña de coches bloqueaba la salida. El agua rebotaba contra los vehículos como una pared contra la que choca una ola. "De aquí no salgo", pensó Ana. De pronto, "escuché a muchísimos vecinos que me gritaban desde las ventanas, 'cógete de un coche', pero me daba miedo cogerme con la mano por si me la arrancaba la fuerza del agua y cogí el espejo retrovisor de uno de los coches con el brazo. Me estampé contra la luna y ahí me quedé", cuenta la estanquera.

"Mientras el agua me arrastraba por las calles de Paiporta, a mi sobrino se lo llevó del todo en Picanya, murió esa noche"

Cinco vecinos le tiraron un cable y ella se lo enrolló y anudó al cuerpo. A los minutos un vecino salió al portal con el agua por el hombro y le tendió la mano: "Cógete de aquí", le dijo. "Me solté y me metí en el portal", dice emocionada. "Estaba helada, temblaba todo el cuerpo y la chica de la casa me llevó al baño, me dijo que me desnudara y me diera un baño con la poca agua que salía del grifo, quería verme las heridas para ver si era urgente ir a un hospital. No tenía nada", dice.

"Mientras el agua me arrastraba por las calles de Paiporta, a mi sobrino José se lo llevó del todo en Picanya, murió esa noche". Un dolor que permanece y permanecerá en Ana y su familia. La vecina de Paiporta recuerda que solo sacó la cabeza del agua en dos ocasiones en todo el recorrido "para vomitar cañas y poder respirar".

Las secuelas del drama colectivo

Ana tiene fuerza, tira hacia delante. "Yo digo que me fui de fiesta y llegué a casa con resaca. Me lo pongo a la espalda, porque hay que seguir". Quiere volver a la casa de la pareja que la rescató aquella noche pero no se atreve. La vivencia está reciente. "Solo quería irme a mi casa esa noche pero hasta que no se hizo de día no me dejaron salir. A oscuras era peligroso", explica.

Intentaron llamar a su marido para avisarle de que estaba viva pero no había señal "él me dio por muerta y le dijo a mi padre que me había ahogado". Fue a buscarla aquella noche pero no la encontró. A la mañana siguiente Ana volvió a su casa. Eran las siete de la mañana y el pueblo "parecía una guerra".

"Los siguientes tres días me los pasé saliendo al portal de mi finca a tocar el suelo. Quería estar segura de dónde pisaba. Necesito tocar suelo"

"Los siguientes tres días me los pasé saliendo al portal de mi finca a tocar el suelo. Quería estar segura de dónde pisaba. Necesito tocar suelo", explica. El mismo día que llegó a su casa por la tarde le dijeron que su sobrino había muerto. "No era consciente, pasaron los días, llegó el velatorio y lo vi, pero no me lo creía", cuenta.

Ahora ha alquilado otro local en Paiporta. El dueño del bajo se acuerda de ella porque la vio flotando aquella noche. Al retomar el negocio se ha reencontrado también con muchos clientes, lo que le da una alegría: "Cuando los veo es un alivio, porque digo, 'estáis vivos'".