Colectivos vulnerables

De alimentarse con galletas encerrado en un cuarto a empezar a hacer deberes y lavarse los dientes: así se recuperan tres víctimas del maltrato infantil

Tres familias de acogida espacializadas explican la evolución de los niños y la importancia de mantener un proyecto que Drets Socials ha paralizado

Catalunya da marcha atrás a las familias de acogida especializadas para niños maltratados

Cuatro años siendo familia de acogida: "Aprendes a querer de un modo que no sabías que existía"

Judith Castaño, educadora social y madre de acogida especializada, en el cuarto de su hijo de acogida.

Judith Castaño, educadora social y madre de acogida especializada, en el cuarto de su hijo de acogida. / JORDIOTIX

Elisenda Colell

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Nunca en Catalunya se había aplicado un modelo igual. Educadores y trabajadores sociales atienden a niños desamparados y tutelados, pero en vez de hacerlo en un centro de menores lo hacen como padres de acogida. Trabajan las 24 horas del día y los 365 días del año, y realizan intervenciones socioeducativas para que los menores puedan trabajar y afrontar sus traumas para encarar una vida lejos del dolor y los trastornos. ¿Qué frutos ha dado la aplicación del proyecto piloto, pionero, de familias acogedoras especializadas en Catalunya? "Hemos avanzado más en estos siete meses en casa que en 15 años en un centro", cuenta Tomàs Carandell, educador social y padre de acogida especializada.

Los niños que han participado en este proyecto son las víctimas, y el rostro, de todas las vulnerabilidades y del maltrato infantil que se ejerce hoy en Catalunya. Uno de ellos, por ejemplo, jamás tuvo a su padre presente en su vida y su madre murió de cáncer. Antes de fallecer, la mujer abusaba del alcohol y las drogas. "Se podía pasar 12 horas o un día entero sin salir de casa o durmiendo en el sofá. Encerraba los niños en una habitación con una tele y un móvil para que no la molestaran", explica Judith Castaño, educadora social y madre de acogida. Los niños se podían pasar días enteros encerrados, alimentándose a base de galletas y macarrones crudos. "No había nadie que les pudiera cuidar", sigue Castaño.

Foto de dos de las menores que participan del proyecto de acogida especializada.

Foto de dos de las menores que participan del proyecto de acogida especializada. / JORDIOTIX

Hoy tiene 12 años, un trastorno negativista desafiante y un trastorno de hiperactividad. No quiere ir a la escuela: ya ha pasado por una docena de centros distintos. "Cuando se le pone un límite, cuando le toca hacer algo que no quiere, lo rompe todo, lo destroza todo: aprendió a que, para que le hicieran caso, tenía que hacer mucho ruido, solo así venía alguien a atenderle", dice Castaño. La educadora lo describe como un niño que necesita recibir órdenes constantemente de un adulto y que requiere de su presencia constantemente. También lo describe como un niño muy cerrado al que le cuesta expresarse.

Homenaje a la madre

Desde que lo ha conocido y ha empezado a trabajar con él, ha logrado que hiciera un homenaje a su madre para abordar el duelo de su muerte, algo que ha rebajado su nivel de violencia. Ha conseguido integrar en su rutina hábitos de higiene como lavarse los dientes, ducharse o ponerse el pijama solo. "Lo tiene asumido y asimilado porque lo escribió en un cómic que dibujó él solo", cuenta la educadora. Y, lo más importante, ha conseguido que el niño asista media hora al día a la escuela para entregar los deberes hechos.

En el caso de Carandell, su hija de acogida ha reducido los episodios de autolesiones y amenazas de muerte. Esta menor sufrió maltrato físico y desatención en su familia biológica hasta que ella denunció a su propia madre. Después, cuando vivía en un centro de menores, sufrió bullying y fue víctima de abusos. "Ahora vemos cosas que nadie había detectado, no estuvo protegida", lamenta Carandell. Una de las claves, dice el educador, fue abordar el duelo de la muerte del padre. "Ahora puede hablar de ello sin desbordarse", añade. Otra, que su madre le haya enviado un mensaje deseándole lo mejor. "Es una reparación del dolor para aceptar lo vivido", explica el educador.

Judith Castaño, educadora social y madre de acogida especializada, en el cuarto de su hijo de acogida.

Judith Castaño, educadora social y madre de acogida especializada, en el cuarto de su hijo de acogida. / JORDIOTIX

Alba Torres, en cambio, trabaja para conseguir que la madre se pueda reencontrar con la niña en el futuro. La menor nació en un centro de menores, donde su madre se quedó embarazada a los 17 años. Solo ha vivido un año fuera del sistema de protección y fue víctima de abusos sexuales. "No puede estar ni dos minutos mirando la tele, no puede estar quieta, se le cae todo, no respeta las distancias de seguridad de los cuerpos... nadie ha respetado nunca el suyo". Habla como una niña cuatro años menor, no lee, pero al fin ha logrado poder sentarse y comer tranquilamente. Todo un reto, logrado en menos de tres meses de convivencia con Torres y su familia.

Aprender a confiar en un adulto

"Nunca nadie ha estado para ellos y ahora, al fin, aprenden a confiar y a vivir", dice Torres. "El objetivo es que estos niños dejen de reproducir los patrones de sus padres y puedan ser alguien y valerse por sí mismos de adultos, por primera vez ven un entorno adulto que les acompaña", apunta Castaño. Por ello, los educadores ven necesario que se mantenga este proyecto piloto. "No paro de decirle que no le voy a abandonar, porque siempre le han hecho lo mismo. Especialmente cuando ve que abrazo a mi hija biológica", señala Torres.

En este proceso, además de sus intervenciones, es esencial el acompañamiento del resto de la familia acogedora, especialmente los hijos. "Mi hija de 4 años ha visto situaciones muy complejas que no le corresponden, situaciones sexualizadas, autolesiones... Por ello es importante que se valore el trabajo que estamos haciendo, tiene un precio", pide Torres. Los tres confían en que lograrán su objetivo. "Son niños supervivientes que nos necesitan a su lado, ahora no podemos dejarlos solos y retroceder".

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