Neurodivergencia
Mi hijo tiene altas capacidades, ¿qué hago?: preguntas y respuestas al recibir el diagnóstico
La guía básica para las familias incluye huir de mitos o medias verdades, acudir a asociaciones, informar al menor en función de su edad, evaluar también a los hermanos y solicitar apoyo en el centro educativo
Más del 80% de los alumnos con altas capacidades no están diagnosticados
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Olga Pereda
Olga PeredaPeriodista
Especialista en Educación de El Periódico. A los mandos de la sección 'Mamás y Papás' y del Club de Educación y Crianza. Te mando cada viernes una newsletter con contenidos clave para afrontar la maternidad y la paternidad. Escribo en la sección de Sociedad y tengo alergia a la pseudociencia.
Las altas capacidades -un nivel de aptitud sobresaliente, una capacidad excepcional para razonar y aprender y una competencia en varias áreas muy por encima de la media- empiezan a salir del armario, pero siguen siendo un fenómeno infradiagnosticado. Se trata de una neurodivergencia que, según las estadísticas internacionales, puede estar presente en el 10% de la población escolar. En España, el porcentaje se queda en un 0,5%. Conscientes de la poca atención que, hasta ahora, han recibido estos estudiantes, muchos centros han emprendido evaluaciones para detectarlos. Tanto que, en los corrillos de madres y padres, se empieza a hablar de “una moda”. No lo es. Y aquí radica el principal problema: la falta de información sobre cómo actuar. ¿Qué hacer si la profesora de tu hijo o hija te desliza en una tutoría que puede tener altas capacidades? Vamos paso a paso.
Lo primero es entender bien qué son las altas capacidades, algo con lo que se nace, no se hace. Es decir, vienen de serie. Por más que tu hijo estudie o le estimules intelectualmente, no puede adquirirlas. La alta capacidad, sin embargo, es “una mera posibilidad que solo se desarrollará si se dan las condiciones adecuadas”, matiza el profesor universitario Javier Tourón, catedrático de Métodos de Investigación y Diagnóstico en Educación y uno de los mayores expertos en altas capacidades. Es decir, la capacidad (o aptitud) es el potencial que puede (o no) dar lugar al desarrollo de un determinado talento.
Un ejemplo para explicar la alta capacidad puede ser un móvil. Por más moderno que sea, si no lo llenamos de aplicaciones que lo hagan operativo y aprendamos a utilizarlo, no servirá de nada. Así lo explica el ingeniero y psicólogo Mario Belda, coautor junto con la abogada Beatriz Belinchón y la psicopedagoga Maider Belda del ensayo 'Hijos con altas capacidades' (editorial RBA). Los tres divulgadores, de hecho, tienen alta capacidad y sus hijos, también. Otro ejemplo que usan los autores para definir las altas capacidades es el de un coche excepcional: “Tu hijo tiene un Ferrari pero va con los otros compañeros por el carril bici, así que no le sirve de nada tener un vehículo tan potente”.
Las altas capacidades son, pues, un potencial. “Para que, además, haya alto rendimiento tiene que haber alta motivación, esfuerzo, implicación y dedicación, y plasticidad mental”, añade Maider Belda. Destacar en todos los ámbitos del conocimiento (algo no frecuente) es lo que antiguamente se bautizaba como niño superdotado, un término que hoy está prácticamente en desuso. Lo habitual es destacar en un solo campo, ya sea el cálculo, el verbal o el creativo.
Lo más habitual es que sean los profesores de infantil los que comiencen a sospechar de la posible alta capacidad de los niños y las niñas. Sin embargo, los divulgadores explican que en muchas ocasiones, las madres y los padres se dan cuenta de la diferencia de sus hijos desde que son bebés. “Nada más dar a luz, me pusieron a mi hijo encima y tenía los ojos tan abiertos… Con el paso de los meses, le tuve que poner en una silla de paseo y no en el cochecito de bebé porque noté que quería ver el mundo. No me quería ver a mí, quería ver cosas”, explica Maider Belda.
Las pruebas estandarizadas para medir la capacidad intelectual se pueden realizar a partir de los tres años. A esa edad, muchos niños y niñas presentan hitos evolutivos adquiridos y una madurez mental propia de niños más mayores. Son muy curiosos y necesitan entender cómo funcionan las cosas, tienen un vocabulario muy amplio, una potente memoria, son creativos y perfeccionistas.
Una vez que el profesor comenta a las familias la sospecha de que el niño puede tener altas capacidades, el siguiente paso que recomiendan los divulgadores es preguntar por qué lo creen así y seguir adelante con el protocolo, disponible en las webs oficiales de la comunidad autónoma de residencia. Ese protocolo comienza con unas pruebas, que deberían durar varios días. Tenga la edad que tenga el niño, “no hay que preparar esas pruebas, sería hacernos trampas al solitario”, advierten los autores. “El resultado no etiquetará a tu hijo sino que servirá para conocerlo mejor, entender sus necesidades y ayudarle”, explica Belinchón, creadora del blog Hijos con altas capacidades.
Una vez analizado el perfil del menor, “lo que nunca va a funcionar es no hacer nada y dejarlo pasar”. Los autores también aconsejan que, tras recibir un diagnóstico, la familia pida evaluar a los hermanos, aunque sean muy diferentes entre sí. Una vez con el diagnóstico oficial en la mano, Mario Belda recomienda interiorizarlo, aceptarlo y acudir a asociaciones. Ellos, por ejemplo, tienen la Fundación Jasón, con sedes en Madrid y San Sebastián. También hay que dirigirse a la comunidad en la que se resida para ver qué programas públicos tienen disponibles. En Madrid, por ejemplo, se llaman programas de enriquecimiento y son dos sábados al mes. El problema, el de siempre: la saturación y las listas de espera.
Otro paso fundamental es acudir al colegio para pedir “con empatía y cariño” apoyo para el hijo. El informe no puede quedar en un cajón del centro educativo. “Somos conscientes de las carencias y las dificultades del sistema, pero tu hijo tiene sus derechos. El objetivo es fomentar la motivación y evitar el aburrimiento, el enemigo silencioso que acecha a muchos estudiantes con altas capacidades.
La alta capacidad no siempre es sinónimo de alto rendimiento académico. Algo que se constata, especialmente, al llegar secundaria. “Un niño con alta capacidad puede pasar primaria sin necesidad de haber hincado los codos. Pero llega la ESO y nadie le ha enseñado a estudiar y aprender, así que se ve superado porque no está entrenado”, explica Belda, que insiste en que el colegio tiene que ofrecer a los menores un entorno en el que puedan aprender. Su cerebro, digamos, necesita ir al gimnasio porque si no la alta capacidad se quedará en un simple potencial.
Los tres autores recomiendan a los padres decir siempre a sus hijos la verdad. En función de su edad, en intimidad familiar y escogiendo bien las palabras. Antes de dar ese paso, hay que estar bien informado para no caer en mitos. Los niños y niñas con alta capacidad suelen ser intensos e impulsivos, pero jamás hay que decir frases hirientes como “quiero un hijo normal” o “me gustaría tener un niño fácil”. El papel de las madres y los padres es siempre el de acompañar a sus hijos teniendo claro que no hay dos crianzas iguales ni dos cerebros iguales ni dos niños iguales.
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