ARTESANÍA
La generación Z ya no cose, ahora hace 'tufting': disparar ovillos de lana para hacer alfombras que calman la ansiedad
Tras el auge de los negocios para pintar tazas o hacer cerámica, llega el 'boom' de las alfombras: “Los clientes vienen sin saber qué se van a encontrar y terminan enamorados”

Julia Gao es propietaria de Tuft Spain, único lugar en Madrid donde practicar 'tufting'. / DAVID RAW
Encender un proyector. Calcar la imagen. Cargar un ovillo de lana. Disparar e inyectar el hilo en un lienzo con la ayuda de una pistola metálica de tres kilogramos. Darle la vuelta y recortar el tejido sobrante. Parecen las instrucciones de un artefacto extraterrestre, pero sólo son los inofensivos pasos que enseñan Julia Gao (20) y Sandra Ye Sun (21) a su clientela en el primer y único local de Madrid que ofrece la posibilidad de practicar tufting por ti mismo. Un arte milenario que se ha visto reinventado por la generación Z y su capacidad para convertir una disciplina invisible en una forma de conectar con uno mismo y despejar la mente. Del mismo modo que la capital ha acogido en los últimos años innovadoras propuestas que, a cambio de un café, permiten desarrollar la creatividad de sus clientes por medio de la cerámica, la decoración de velas o incluso la pintura y el paisajismo, un pequeño negocio en pleno centro instruye el dogma del 'tuftado'.
Coser parece fácil si observamos a nuestras abuelas, quienes sin miramientos pespuntan, bordan o zurcen todo tipo de telas o materiales. Sin embargo, este arte tuvo su origen en la Persia del siglo V a. C., fecha en la que data el modelo Pazyryk, la primera alfombra conocida. Posteriormente, fue entre las poblaciones indígenas de Europa, América del Norte y Asia donde comenzaron a desarrollarse las primeras comunidades de lo que hoy se conoce como tufting, aunque con métodos y materiales completamente diferentes a los que se emplean hoy en día. “Todo lo que sé lo he aprendido de mi prima Sandra. Ella fue alumna del fundador de Tuft Spain, quien se formó íntegramente en China”, asegura Julia. Un año más tarde, ellas le compraron el negocio. No podían dejar escapar la oportunidad y lo que comenzó siendo un hobby se ha convertido en su principal modo de vida.
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Asociado mayoritariamente a un papel femenino, el arte de tejer se vio revolucionado por Catherine Evans Whitener en los años 30, quien dio vida a la primera pistola de agujas o de mechones. La norteamericana llevó la extinta técnica vela sobre mecha al siguiente nivel y recibió el reconocimiento Georgia Woman of Achievement en el 2001. Aquel dispositivo fue evolucionando como una adaptación de las clásicas Singer 31-15, hasta que apareció la AK DUO en la década dosmilera, modelo con el que trabajan Gao y Ye Sun: “Tenemos diez y son la principal inversión, pues cuestan alrededor de 150 euros cada una. La lana también es cara, cada rollo de un kilogramo puede costar 35 euros, algo más barato si el proveedor es chino”, explica la benjamina mientras señala que únicamente trabajan bajo demanda, pues el local tiene capacidad para ocho personas. Los precios oscilan entre los 40 y los 145 euros.
Un mero juego para ellas
En este laboratorio, situado en el barrio madrileño de O’Donell, las científicas llevan delantal en lugar de bata y guantes, las probetas son pistolas metálicas y las células son suaves al tacto y agradables a la vista. “La mayoría viene sin saber qué se va a encontrar y termina enamorada del proceso de creación”, cuenta Julia, quien señala que los principales beneficios de este arte tienen que ver con la relajación, la reducción de la ansiedad, el placer de la concentración o el poder pasar tiempo con uno mismo o con tus seres queridos, que no siempre es fácil encontrarlo. Y menos en Madrid. Un boom que comenzó en China, pero que en pocos meses ha traspasado fronteras y se ha asentado en forma de negocios por toda Europa: “Lo más normal es que vengan parejas o grupos de amigos. El perfil potencial es gente joven que nos conoce a través de las redes sociales y deciden venir a probarlo, aunque también recibimos reservas de personas más mayores”.
Si bien parece un procedimiento arduo a la vista, es fácil de interiorizar según Gao y Ye Sun, para quienes las maquinillas de recorte, las tijeras, los bastidores y los clavos se han convertido en un mero juego. Sin mirar prácticamente, ni pensar dos veces un movimiento, Julia enseña a sus clientes cómo dentro de un par de horas habrán salido por la puerta del local con una alfombra, un bolso o un reloj debajo del brazo. Parece mentira, pero así lo explica ella misma: “Siempre hay personas a las que les cuesta más, aunque por lo general en un solo día puedes perfeccionar la destreza y finalizar el diseño. No es tan complejo como la cerámica o la pintura. En el caso del tufting vas aprendiendo, hay partes más tediosas como el recortado o el afeitado posterior, para los cuales hay una técnica que con un poco de experiencia va mejorando”.
"El taller me ha enseñado perseverancia"
Técnica y experiencia, precisamente, son dos de los pilares que vertebran el trabajo de la gaditana Sara Sedjat (27), artista multidisciplinar con raíces marroquíes y referente en el arte del tufting a nivel nacional. Fundó Velvet Nasij en el 2020 al darse cuenta de que sentía predilección por lo textil, que sumado a sus orígenes árabes le ha permitido encontrar un nuevo medio de expresión artística. “Como artesanía estrella en Marruecos, siempre me llamó la atención como objeto decorativo en el hogar. Este proyecto me ha permitido colaborar con otros profesionales, dándoles la oportunidad de ver sus obras traducidas a un formato único”. Tan especial que, cuando Sedjat se interesó por él, la información accesible a esta ciencia era prácticamente inexistente, por lo que su habilidad con la lana y la pistola ha sido autodidacta: “Mi aprendizaje fue de ‘prueba y error’, descubriendo qué materiales podía conseguir con facilidad y cuáles se adaptaban mejor a mis posibilidades”.
La pasión que habita en las palabras de Sara se traduce en amor y dedicación por aquello que hace. Dos valores que a su vez se palpan en cada una de sus alfombras de estilo abstracto y vanguardista. “Siempre me atrajo lo táctil. El tiempo en el taller me ha enseñado paciencia y perseverancia. Trabajar en algo que creo desde cero me permite escapar de la mente y enfocarme en lo visual y material, en el color y la textura”, relata Sara mientras desvela que su fuente de inspiración siempre ha sido la naturaleza. Un discurso con aires reivindicativos cuando toca hablar de esfuerzo en la era de la inmediatez, pues “es fácil ver un vídeo de 30 segundos y asumir que una pieza se hace en dos días, cuando realmente requiere mucho más tiempo y dedicación”. En definitiva, la historia de amor entre el tuftado y los Z ha traspasado fronteras y generaciones. Quién sabe si tu abuela será la próxima en sumarse.
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