Seguridad vial
Los radares de tramo en Catalunya reducen a la mitad la siniestralidad más grave
En el de la AP-7, a la altura de Amposta, se pasó de una media anual de 6,6 a 1,4 muertos o heridos graves una vez instaladas las cámaras
Trànsit ultima el despliegue de los carros-radares para impulsar una "estrategia más dinámica" de control de la velocidad
Catalunya ensaya un sistema de IA para alertar de la presencia de animales en las carreteras
Los camiones están implicados en el 40% de los accidentes con víctimas en la AP-7

Radar de tramo, en la C-65, en Llagostera, en 2014 / Joan Castro


Carlos Márquez Daniel
Carlos Márquez DanielPeriodista
Periodista especializado en Barcelona. En 'El Periódico' desde principios de siglo. Los últimos 17 años, dedicados a la información local: movilidad, urbanismo, infraestructuras, política municipal, barrios, área metropolitana y medio ambiente. Colaborador habitual en los programas de televisión 'Bàsics' (Betevé) y 'La Selva' (TV3).
En unos meses se cumplirán 20 años de la instalación del primer radar de tramo en Catalunya, esos controles que miden la velocidad en un segmento concreto de una vía rápida con el objetivo de reducir la siniestralidad. Es probable que parte de la ciudadanía los siga considerando un chisme recaudatorio más de la Administración, pero los datos demuestran que, amén de lo que hayan podido generar en cuanto a multas económicas, un dineral, sin duda, y los fijos, más todavía, también han salvado muchas vidas: los accidentes con heridos graves y víctimas mortales se han reducido a la mitad en los segmentos con inspección.
Los primeros se colocaron en 2005 en la C-31, entre Vilanova y Cubelles, y en la C-17, entre los municipios de Parets del Vallès y Lliçà de Vall. La antigua N-152, una montaña rusa de curvas que une Barcelona y Ripoll, ha sido una de las arterias en las que más controles fijos y de tramo se han colocado en este siglo. El último de tramo, sin embargo, se estrenó el pasado septiembre en el túnel de Vallvidrera, en la salida y entrada a Barcelona. La C-16 ya tenía dos puntos vigilados a la altura de Sant Cugat (con el límite a 110 km/h), pero el Servei Català de Trànsit consideró que los registros de siniestralidad justificaban este refuerzo en el túnel que atraviesa Collserola, donde el límite de la sanción está colocado en los 80 km/h.
En la C-31 en Cubelles se ha pasado de 5,8 a 2,2 muertos o heridos graves y en la C-66 en Corçà, de 4,2 a 1,6. La excepción es la N-II en la Jonquera, que ha pasado de 0,2 a 1,3
En conversación con EL PERIÓDICO, el director de Trànsit, Ramon Lamiel, explica que la instalación de un radar de tramo lleva detrás un sesudo estudio sobre la pertinencia de impulsar la medida. "Se identifica una carretera con un problema concreto de siniestralidad, incluidas las posibles mejoras en la infraestructura, y solo si la conclusión es que va a servir para mejorar la seguridad vial, entonces se termina colocando", resume.
Es consciente Lamiel, porque lleva ya tiempo en esto de la cosa pública, que la opinión ciudadana en torno a los radares no es precisamente positiva. En la memoria, aunque ahora se atisba impensable, el hombre que en 2005 fue detenido por romper a martillazos varios de los flamantes radares repartidos de la Ronda de Dalt, sobre todo en Nou Barris. "Todavía se vandalizan, pero creo que el 90% de la población ya se ha convencido de que están ahí por su propia seguridad. Considero que el de la velocidad excesiva ya es un debate ganado socialmente. Basta con ver cómo hemos ido reduciendo la cifra de víctimas mortales año a año gracias a medidas como esta".
Cuatro veces menos
En el año 2000 perdieron la vida en siniestros de tráfico en Catalunya (urbanos e interurbanos) un total de 891 personas. En 2005 fueron 641, en 2010 murieron 381, en 2015 se bajó a 291 y en el pasado 2023 la cifra llegó a las 228 víctimas mortales. Es decir, en poco más de 20 años, la cifra es cuatro veces inferior. Cierto optimismo, pero todavía queda lejos el objetivo marcado por el Govern de alcanzar las cero víctimas en la carretera en el año 2050.
Los datos de Trànsit sobre las zonas controladas por los radares de tramo, a los que ha tenido acceso este diario, demuestran hasta qué punto estos controles ayudan a seguir reduciendo la lacra de la siniestralidad en el asfalto. El de la AP-7, a la altura de Amposta, justo al lado del río Ebro, se pasó de una media anual de 6,6 a 1,4 muertos o heridos graves una vez instaladas las cámaras y la señalización pertinente. Efecto muy similar en el citado tramo de la C-31 en Cubelles: de 5,8 a 2,2. O en la C-66 poco después de Corçà en dirección a Girona: de 4,2 a 1,6. Hay un solo caso que ha ido en sentido contrario, en la N-II a la altura de la Jonquera, donde se ha pasado de 0,2 a 1,3. Es probable que el trasvase de vehículos a la AP-7 haya liberado la carretera nacional, con lo que ahora se alcanzan mayores velocidades, sinónimo de más riesgo en determinados puntos.
La liberación de peajes disparó los muertos en la AP-7 por el trasvase de coches hacia la autopista gratuita, pero las cifras ya han vuelto a una relativa normalidad
Existía, de hecho, un cierto temor de que con el fin de determinados peajes en Catalunya, sobre todo en la AP-7, la siniestralidad pudiera dispararse en las vías de alta capacidad. Sucedió en septiembre de 2021 y de entrada sí se produjo una situación inquietante en la autopista, ya que, con datos hasta mediados de septiembre, en 2023 se registraron 11 víctimas mortales en la arteria del Mediterráneo, por solo tres (todos camioneros, y esa es otra batalla abierta de Trànsit) en 2024. Para terminar la comparativa, en todo 2022 fueron 22 fallecidos en esta misma vía de gran capacidad. Los radares de tramo distribuidos por todo el territorio, sin embargo, no notaron un incremento de la siniestralidad, según señala Lamiel.

Retirada de un camión accidentado en la AP-7, en Sant Cugat del Vallès, meses atrás / Trànsit
Lo sucedido en la AP-7 es un buen ejemplo de lo complicados que son los cambios de hábitos al volante. Sucedió que muchos conductores que evitaban esta autopista para no pagar se aventuraron a usarla sin tener la costumbre de circular en un asfalto tan rápido y tan lleno de carriles, con todo lo bueno y lo malo que esto implica. Así se explica que nueve de los 22 fallecidos en 2022 perdieran la vida al ser atropellados por otro vehículo. En una carretera secundaria puede ser más o menos habitual salir del coche. Pero en una autopista no es ni habitual ni mucho menos recomendable. Con lo que, hasta entonces, los arrollamientos en la AP-7 eran una cosa totalmente residual.
Siniestros "dispersos"
Si se hace el ejercicio contrario, analizar las víctimas mortales en las vías que perdieron coches en beneficio de las grandes arterias, se observa una caída de la siniestralidad. La N-II, por ejemplo, marcó 10 fallecidos en 2019 hasta mediados de septiembre, 11 en 2023 y solo tres en 2024. La N-340 (ambas vías han trasvasado tráfico a la AP-7) ha pasado de seis a cuatro.
El director de Trànsit, observando el mapa de la siniestralidad, señala "la dispersión de los accidentes". Es decir, hay alguna zona con especial incidencia, pero la mancha se extiende por todo el territorio. Es positivo porque Catalunya ha logrado evitar los mal llamados puntos negros. Pero es negativo porque al estar tan diseminados, la gestión y la prevención se complica. Esto implica, sostiene, una "estrategia más móvil y menos estática". Más ojos en todas partes.

Radar convencional en la carretera catalana C-14 / Jaume Sellart (Efe)
¿Significa eso que van a quitar radares de tramo? Ni mucho menos, pero como sucede con los fijos, se les somete a auditorías para comprobar que los números siguen justificando su presencia. Según Trànsit, el 71% del total de cámaras están funcionando tal y como se esperaba, mientras que el otro 29% están pendientes de revisión, lo cual puede implicar, más que una eliminación, un cambio de ubicación.
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