Violencia sexual

Presos condenados por agresión sexual tras ver la obra de La Manada: "No tenemos perdón, pero ahora sé el mal que hice"

Un grupo de siete internos de Quatre Camins acudieron al teatro para ver 'Jauría' y mantuvieron un debate con Miguel del Arco, director del montaje

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QUATRE CAMINS

QUATRE CAMINS / JORDI OTIX

Elisenda Colell

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"Yo nunca he preguntado a ninguna mujer en la cama si le está gustando, si está disfrutando. Tengo una polla en el cerebro y quiero descargar como sea, no me paro a pensar en nada más". Esta frase la pronunció, la semana pasada, un agresor sexual confeso en un debate celebrado en prisión tras ir a ver 'Jauría', una premiada obra de teatro sobre el caso de La Manada. "Pensamos que, al estar en la cárcel, estos agresores desaparecen, y no. El problema sigue allí, es un melón que hay que abrir. Debemos rescatar a todos estos señores antes de que cumplan su condena", cuenta el director de la obra, Miguel del Arco, que participó en un coloquio con siete agresores condenados en prisión la semana pasada. La Conselleria de Justícia ha negado a EL PERIÓDICO poder asistir a esta sesión y tampoco ha permitido a este diario entrevistar a los presos, que explicaron sus miedos y temores al volver a conocer a una mujer y ahora, privados de libertad, tratan de comprender esos patrones violentos.

El pasado 25 de octubre, un grupo de siete hombres condenados por agredir sexualmente a mujeres y que participan en un programa de reeducación en la cárcel de Quatre Camins salieron a la calle durante unas horas para ir al teatro de Granollers. El motivo, ver la obra 'Jauría', que cuenta la historia de la víctima del caso de La Manada y sus agresores: una violación grupal en una noche de sanfermines que generó una ola de movilización y solidaridad feminista inaudita en España y logró cambiar la ley estatal sobre violencia sexual para colocar el consentimiento en el centro de la legislación. "Necesitamos saber por qué sucede y ver cuánto de La Manada hay en cada uno de nosotros. Apartarles, encerrarles y olvidarnos de ellos no sirve de nada porque van a salir otra vez", insiste del Arco.

La vergüenza en platea

Era la primera vez que estos siete hombres iban al teatro. "Estaban en 'shock', podías notar la vergüenza que sentían", cuenta el autor de la obra. Todos eran menores de 50 años y la mitad rondaban la veintena. "Sentía que estaban hablando de mí, que la obra iba de mi vida, me vi reconocido en los actores y sentí mucha vergüenza", reveló uno de los asistentes. "Hablamos del teatro como un espejo", comenta el escritor. "Podían estar contando mi historia, podía estar yo encima de ese escenario y la sensación de vergüenza sería la misma", siguió otro preso.

Uno de ellos, el más avanzado en el tratamiento, habló del perdón. "Lo que hemos hecho es imperdonable, pero me gustaría que mi víctima supiera cuánto he avanzado, soy consciente del mal que hice". Según explica Del Arco, este chico tenía unos veinte años y había cometido una agresión similar a la que perpetraron los agresores de La Manada en Pozoblanco (Cádiz) antes de la fatídica noche de los sanfermines. "Me sobrecogió mucho porque, antes de hablar y de imaginarse a su víctima, el cuerpo se le revolvió. Es quien siento que estaba trabajando más en rehacer su personalidad, tenía muchas ganas de explicar que quería ser otro". Otros, admite el escritor, asumieron la culpa de su violación para disfrutar de los permisos penitenciarios.

Uno de los agresores sexuales habló de su hijo. "Yo no he tenido ningún tipo de educación sexual, tengo ganas de educar a mi hijo, que tenga más armas que yo, que no sea capaz de hacer lo que yo he hecho", afirmó. En ese debate, explica Del Arco, se habló de educación sexual, de deseo y de placer. "Hay un momento en la obra que la fiscal le pregunta a los agresores si se percataron del placer que sentía la chica, si le preguntaron si le estaba gustando. Son aspectos que los presos asumieron que no lo habían preguntado en su vida. Hablamos de eso, de hacer íntima una relación sexual. Y reconocieron que no tienen ni idea de lo que es la educación sexual, no han tenido jamás acceso".

"Apretón" sexual

Según el autor, que también estuvo en contacto con educadores, psicólogos y mediadores penitenciarios que trabajan a diario con ellos, estos hombres se encuentran en una fase muy primaria. "La mayoría aún están controlando su propia agresividad. No hablaron de su delito pero sí del porqué lo hicieron. Hablan de una pulsión. Contextualizaban los hechos en una fiesta, un momento en el que sienten un apretón sexual que no pueden reprimir, agravado por el consumo de alcohol y otras drogas. Y este deseo sexual, según ellos, es tan fuerte que no ven más allá", sigue el autor de la obra, que encuentra "imprescindible" conocer estas historias.

Muchos de ellos también verbalizaron algunos mantras de la extrema derecha, que niega la violencia machista. "Reconocen que tienen miedo de volver a estar con una mujer, de volver a tener sexo. Decían aquello de que se ha ido demasiado lejos, que para entrar a una mujer tendrán que pedir que firmen un contrato. Pero lo realmente interesante es que, en el fondo, admiten que no saben cómo ligar", comenta Del Arco. "Un chico dijo, 'pero si ella no sintió dolor'. Es algo que surge mucho en los debates. Es que una violación no tiene por qué ser una agresión brutal con dolor. Yo les dije que ellos no iban con destornillador en la mano y, aun así, habían violado. Y se hizo el silencio".

Del Arco está acostumbrado a este tipo de charlas, ya que desde el estreno de la obra en Madrid y Barcelona ha hecho muchos talleres con adolescentes. "Tenemos que entenderles, no regañarles", dice. Los actores también han recibido muchas cartas, especialmente de mujeres que se han atrevido a contar situaciones de maltrato. Pero Del Arco insiste en que la experiencia con los presos ha sido particularmente reveladora. "Estoy escribiendo una película sobre un preso condenado por una agresión machista que sale de la cárcel. Es algo que tenemos que entender, que esta gente va a salir. No podemos aislarles del mundo, no podemos fingir y hacer ver que no existen. Hay que hablar con ellos, escucharles, reeducarles. Y sí, también entrevistarles", insiste el autor, especialmente agradecido al personal penitenciario que trabaja con estos hombres.

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