DANA
La carretera del terror
Camioneros, propietarios de negocios y personas que vuelven para tratar de recuperar sus vehículos en el tramo de la pista de Silla afectado por la inundación continúan en shock en medio de un escenario apocalíptico
En la pista de Silla y sus inmediaciones el aire tiene un olor extraño. Un olor que no es solo a pantano, como repiten los camioneros que llevan tres días atrapados, sino a tragedia. La pista de Silla y la zona comercial de Alfafar y Sedaví parece haber sufrido un bombardeo. Hay coches amontonados, camiones destrozados y objetos de todos los tamaños y formas descuarenjigados, pero sobre todo se perciben restos de vida rotas por todas partes. Es un área totalmente devastada.
Un papel blanco colocado sobre la luna trasera con una R escrita significa que el coche está revisado y no hay cadáveres dentro. Lo hizo un grupo de voluntarios el miércoles, aprovechando que se empezó a abrir un carril en dirección a Valencia, la parte de la carretera donde se concentran más vehículos por el efecto arrastre desde el barranco hacia la mediana. Los que circulan lo hacen por el medio de un valle de chatarra terrorífico.
En la vía de servicio hay muchos camioneros que siguen allí… hasta no se sabe cuándo. “El agua llegó hasta aquí”, señala Vasile al habitáculo de su camión, de casi 2 metros de alto. “Había un atasco y a los 10 minutos empezó a venir el agua. Subió hasta aquí. Yo bajé y me fui a por mi hijo, que conducía el camión de delante. Nos subimos a su camión y ahí pasamos la noche. He estado en Israel y en Yugoslavia, pero nunca había visto tanta destrucción”, afirma este transportista rumano antes de romper a llorar.
Diez metros más adelante hay una mujer con la mirada perdida apoyada sobre un coche. “Soy del Forn de Alcedo y he perdido a gente. Esto es el apocalipsis. Dios nos anuncia el fin del mundo”, asegura sollozando antes de que la fotógrafa que nos acompaña y ella se fundan en un abrazo. A lo lejos, se escucha un sonido de celebración porque Vasile y su hijo han conseguido arrancar el camión tras tres días de intentos. Un golpe de ánimo en medio del infierno.
La riada de voluntarios hace brotar las lágrimas de los camioneros, que no necesitan comida ni agua porque ellos siempre llevan reservas en sus cabinas. Lo que necesitan es lo otro: apoyo emocional. El calor de la gente
No solo las excavadoras y las sirenas rompen el silencio, sino también el murmullo de los voluntarios que caminan por la vía de servicio. Andrew, Rafaela y Leo, tres brasileños que llevan viviendo un mes en Valencia, irrumpen por el arcén cargados con cepillos y agua embotellada. Son cientos los que van a socorrer a las víctimas. ¿Qué cientos? Son miles. La riada de voluntarios hace brotar las lágrimas de los camioneros, que no necesitan comida ni agua porque ellos siempre llevan reservas en sus cabinas. Lo que necesitan es lo otro: apoyo emocional. El calor de la gente. La expresión de la bondad humana en medio del terror.
La mayoría tiene el rostro descompuesto, la expresión interrogante. Como Ovidio, otro transportista polaco al que la riada le ha dejado atrapado en la pista. "Yo llevo toda la vida en la carretera y jamás hubiese imaginado este horror", asegura. Una pareja madura de Alfafar regresa a examinar su coche con la mirada baja. "¡Qué horror!, ¡qué horror!". A la izquierda, un hombre y su hijo limpian su local de restauración (Neco) y se lamentan del saqueo sufrido. "Nos han robado el motor de la cocina y las 27 sillas".
La chica que salió por la luna trasera
“¡Abran paso, abran paso! Por la pista emerge un coche de Protección Civil. Unos metros más allá, Victoriano intenta desmontar piezas del motor de su camión, pero le tiemblan las manos. Lleva en shock desde el martes por la tarde. Es un denominador común en este tramo del terror de la pista de Silla . “Yo me subí por esa autocaravana al tejado de ese concesionario. La gente salía de sus coches y saltaba con sus niños en brazos al otro lado de la carretera ‑apunta en dirección a la Albufera‑ pero no sé si todos lo consiguieron”, asegura este riojano con cara de no haber dormido en varios días antes de aceptar un caramelo de naranja. Estrés postraumático debe de ser. “Mira ese coche volcado. La conductora rompió la luna trasera y salió por ahí. Aquel compañero la subió a su camión y la salvó. Ayer vino a traernos comida y a agradecer que le salvase la vida”, afirma antes de estrechar el hombro a su interlocutor.
La conductora rompió la luna trasera y salió por ahí. Aquel compañero la subió a su camión y la salvó. Ayer vino a traernos comida y a agradecer que le salvase la vida”, afirma antes de estrechar el hombro a su interlocutor.
Xavi y Loreto no saben cómo volver a casa. Han ido a tratar de arrancar su coche, un Citroen Xara que acabará en el desguace, como el 99 % de los coches afectados. Ahora buscan algún medio para regresar a su domicilio en Alzira. Parecen perdidos, desorientados en medio de este escenario apocalíptico.
En mitad de la calle, a pocos metros del MN4, hay una mujer hablando sola. En realidad habla por el teléfono móvil, pero parece relatarse a sí misma la increíble historia de su propia supervivencia. "Estoy buscando mi coche. Me salvé de milagro", termina antes de explotar en un llanto descontrolado.
Un chico entra en el Lidl de enfrente, en la zona comercial de Alfafar.
- ¿Puedo entrar a por comida y agua?
- No somos del supermercado.
-Vale. Voy a entrar. En casa no queda nada.
Entre los voluntarios hay gente de todas las clases y condiciones. Pero llaman la atención dos chicos senegales, que no llegarán a los 20 años. "Octubre a Valencia en barca", dice uno anunciando que llevan solo unas semanas en la ciudad. Huyeron en patera de su país en busca del progreso y ahora cada uno porta un pack de agua en dirección a Benetússer.
Los voluntarios atraviesan la zona comercial y avanzan por barriadas modestas y manzanas de edificios de ladrillo rojo hacia Alfafar y Sedaví. Rodean el parking del Carrefour, que parece una piscina olímpica cubierta de fango, en un itinerario caótico y dramáticamente silencioso donde huele a tragedia.
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