El reto de la integración

El 'corredor del fuet': Viaje a la Catalunya que necesita, pero a la vez rechaza, la inmigración

EL PERIÓDICO se adentra en siete municipios donde miles de trabajadores migrantes reclutados por la potente industria cárnica han transformado el paisaje social y demográfico y en los que la ultraderecha de Aliança Catalana ha encontrado caladeros de votos

Conclusiones de 'El corredor del fuet'

ZOWY VOETEN

Elisenda Colell

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"Si mis antepasados vinieran a Manlleu no lo reconocerían. Desde que empezó a llegar esta gente, mi pueblo es invivible. Hay que echarles", exclama Quim, obrero jubilado de 67 años que añora los tiempos en que en el interior de Catalunya la inmigración era residual. Un malestar xenófobo que, de la mano de Aliança Catalana, irrumpió en las elecciones al Parlament del pasado 12 de mayo. Como él se expresaron el 10% de votantes de Manlleu (Osona), el 33% de electores en Ripoll (Ripollès), el 15% de Olot (la Garrotxa), 8,6% en Vic (Osona) y el 12,4% en Alcarràs (Segrià). Les molesta tener vecinos como Butayna Attou, una estudiante de Ripoll. “Mis padres vinieron a hacer el trabajo que nadie quiere. Yo he nacido aquí, pero solo seré catalana si renuncio a mis orígenes”, lamenta. Una herida en la convivencia recorre Catalunya. La fractura traza una diagonal de este a oeste en la que unos rechazan a los otros, a pesar de necesitarles. 

Los conflictos por la integración mal resuelta han estallado en países como Francia o Gran Bretaña

Este conflicto no es exclusivo de Catalunya o de España. En Gran Bretaña, la violencia contra los migrantes ya ha estallado en las calles. En Francia, las recientes elecciones legislativas demostraron cómo el país se ha partido en dos entre detractores y defensores de la inmigración. ¿Qué puede pasar en nuestro país? ¿De dónde y por qué surge el odio? ¿Qué se está haciendo mal en la integración de los inmigrantes?

EL PERIÓDICO se adentra en el conflicto migratorio de la Catalunya interior, el laboratorio de la ultraderecha catalana, que cada día cosecha más seguidores y donde, a diferencia de lo que ocurre en el área metropolitana, el choque estalla en la puerta de casa, en la plaza, en el aula. Iniciamos una serie de siete reportajes dominicales a modo de viaje para entender qué está pasando y extraer lecciones extrapolables al resto del país antes de que la fractura social tenga mayores consecuencias.

En las elecciones al Parlament, Aliança Catalana sumó un 33% de votos en Ripoll; 15% en Olot; 12,4% en Alcarràs; 10% en Manlleu y 8,6% en Vic

Butayna y Quim tienen poco en común, salvo vivir en el territorio que este diario ha bautizado como el ‘corredor del fuet’. Una línea que cruza Catalunya desde Figueres (Alt Empordà) hasta Alcarràs (Segrià) y donde la demografía, la economía y la política se entrecruzan para explicar el sentir de un país. En paralelo al Eix Transversal se ha erguido una potente industria cárnica, especialmente sustentada en el sector porcino, que suministra con éxito carne y embutidos a consumidores de medio mundo.

La industria cárnica catalana, con un volumen de negocio de 12.500 millones de euros, lidera las exportaciones europeas y es la tercera del mundo

Y es precisamente en esta diagonal donde, en mayo de 2024, se contaron la mayoría de votos de Aliança Catalana, el partido independentista xenófobo que reivindica la pureza de la identidad catalana. En la mayoría de estos municipios, el porcentaje de votos al partido ultra de Sílvia Orriols se sitúa en torno al 10%, con casos como el de Ripoll, Sant Joan les Fonts (Garrotxa) o Bellvís (Pla d'Urgell) donde el rechazo a la inmigración representa hasta uno de cada tres sufragios.

Para empezar este recorrido es importante entender la diagonal porcina. Los pueblos con más cabezas de ganado, especialmente de cerdos, coinciden con el caladero de votos de Aliança Catalana. ¿Por qué?

El sector da empleo a 35.000 personas, la mayoría de origen migrante, que asume labores descartadas por la población local

En este ‘corredor del fuet’ es donde, históricamente, se ha ubicado la industria cárnica catalana: granjas, mataderos, salas de despiece y de elaboración de embutidos y demás productos. "Nos hemos convertido en el primer motor exportador de Europa y en el tercero del mundo. Hemos crecido una barbaridad, con plantas más potentes, con ciclos integrados de producción… pero el sector sigue concentrado en los mismos municipios", se enorgullece Ignasi Pons, secretario general de la Federación Empresarial de Carnes e Industrias Cárnicas (FECIC).

En los últimos veinte años, las exportaciones de la industria cárnica catalana se han multiplicado por siete, superando la barrera de los 5.200 millones de euros en 2023. El principal producto exportado es la carne, que se ha disparado un 1.098% desde 2000 hasta hoy. El volumen de negocio ha pasado de los 5.126 millones de euros que se generaban en los 2000 a los 12.635 millones de euros en 2023.

"El modelo cárnico catalán requiere mano de obra muy intensiva, con bajo valor añadido y poco cualificada. Esto genera porcentajes de inmigración cada vez mayores”

Pere Puig

— Concejal de Educación de Manlleu

En paralelo, la población ocupada en este sector ha crecido un 60%. Si en el 2000 había 22.000 empleados, en 2022 eran más de 35.000. A pie de matadero, a las cuatro de la madrugada, no cabe la menor duda: la mayoría son inmigrantes. Las empresas han ido a buscar a estos empleados a sus países de origen o han optado por contratar a los que ya residían aquí. "Lo que necesitamos es talento, venga de donde venga", insiste Pons.

“Con la integración de todo el ciclo productivo, las pequeñas explotaciones familiares han perdido peso en favor de las grandes corporaciones. Significa mucho más trabajo: mano de obra muy intensiva, con bajo valor añadido y poco cualificada. Esto provocó una llegada de inmigración, primero del Magreb y después del África subsahariana. El modelo cárnico catalán genera porcentajes de inmigración cada vez mayores”, describe Pere Puig, concejal de Educación de Manlleu. Este potente sector económico ha cambiado inevitablemente el paisaje demográfico de pueblos y ciudades.

Las comarcas del 'corredor del fuet' han visto crecer su población y mantienen tasas de paro inferiores a la media catalana

En Osona, la tasa de población extranjera se ha multiplicado por cuatro desde 2000. En la Garrotxa y el Ripollès, por cinco. En la Segarra, por siete y en el Segrià, por diez, pasando de un 2% en el 2000 a un 20% de extranjeros en 2022. Y esas llegadas no han incrementado las cifras de paro, inferiores a la media catalana, sino al contrario. En Osona, por ejemplo, el desempleo ha bajado del 15,7% en 2010 al 8,6% en 2022. Esta realidad se ve al amanecer por las calles, cuando decenas de extranjeros, vestidos con monos de trabajo, se dirigen, en patinete o bicicleta, a sus empleos.

Los CAP, las escuelas, los ayuntamientos y las mismas cárnicas asumen que la industria y sus comarcas han crecido gracias a los inmigrantes dispuestos a trabajar en ella. El salario más bajo del convenio, un peón, es de 19.667 euros brutos al año. El más alto, técnico titulado superior, de 29.799 euros. Los sueldos de la decena de trabajadores contactados por este diario oscilan entre los 1.400 y 1.300 euros al mes netos.

Sílvia Orriols culpa a las empresas cárnicas de traer un "alud" de inmigrantes a Catalunya

"Es innegable que en esta industria quien se siente interpelado a ocupar los lugares de trabajo son personas de procedencia diversa, no de aquí. Y no sé por qué la población local no quiere un salario de 20.430 euros brutos al año. Hacemos todo lo que está en nuestra mano para ofrecer una buena oferta laboral, invertimos en formación para que asciendan", defiende Jordi Port, director de Sostenibilidad y Comunicación de Noel, una empresa con el 52% de plantilla extranjera; la mayoría de África, América y Asia.

"Estamos remando contra la despoblación: nuestros empleados consumen en los pueblos, generan actividad económica. Si los queremos fuera… ¿qué haríamos?"

Ignasi Pons

— Federación Empresarial de Carnes e Industrias Cárnicas

"Es evidente que estos trabajos no los harán los catalanes porque están mal pagados. Mientras haya mano de obra barata, los salarios no subirán, y es un problema para nuestros trabajadores", afirma la líder de Aliança Catalana, Sílvia Orriols, que culpa a estas empresas de traer un "alud" de inmigrantes a Catalunya.

Otra versión tienen los empleados de las cárnicas. "Los españoles no quieren trabajar en el matadero porque es muy duro. Pero yo no tengo otra opción: o voy al matadero o limpio escaleras. Todo mata", dice Baby, una mujer nigeriana que se pasa ocho horas cortando carne de cerdo en Le Porc Gourmet (Santa Eugenia de Berga) por 1.300 euros al mes.

"¿Quién quiere matarse a trabajar en un matadero con unos sueldos tan bajos?"

Montserrat Castanyé

— Exlíder de Càrnies en Lluita

"Si no trabajas en el matadero no puedes hacer nada. Los españoles solo trabajan de encargados. Ellos se quedan los trabajos suaves, se aprovechan de nosotros... es que yo no conozco mis derechos", señala Maxwell Wiredu, gambiano empleado en el polígono de la isla cárnica de Vic. Cobra 1.200 euros al mes destripando cerdos.

Enoch Mensah trabajó en Noel a través de la ETT Grup Català. Lo dejó cansado de esperar un ascenso que no llegaba. Para garantizar la seguridad alimentaria, les toca trabajar a temperaturas muy bajas. "Tienes que estar de pie, apenas puedes descansar. La carne llega muy fría, casi no la puedes ni agarrar. Y tienes que ir muy rápido porque hay muchos cerdos para cortar. Yo, en la cinta, solo he visto africanos", se sincera.

"Nos molesta si salen a la calle, si tienen hijos, si van a la escuela, si van al médico, si rezan… Si queremos trabajadores tendremos que soportar sus vidas también, ¿no?"

Omar Elabdali

— Estudiante de Ripoll

"¿Quién quiere matarse a trabajar en un matadero con unos sueldos tan bajos? Les explotan", sostiene Montserrat Castanyé. Lideró el colectivo Càrnies en Lluita, que consiguió acabar con el modelo de las falsas cooperativas de autónomos y sus jornadas interminables. "En Catalunya, tenemos a los inmigrantes para trabajar y abusar de ellos. Pero una vez han hecho el trabajo que los de aquí rechazamos… queremos que se vuelvan a su país, nos molestan", sigue la mujer, con más de 30 años de trabajo en los mataderos de Vic.

"Si trabajan no me molestan, pero es que vienen a que les mantengamos y a cambiar nuestra cultura"

Jordi

— Carnicero en Ripoll

"Si trabajan no me molestan, pero es que vienen a que les mantengamos, a invadirnos y a cambiar nuestra cultura", expone Jordi, carnicero en Ripoll. "Aquí no cabemos más", repite un grupo de abuelas que se resguardan del calor en los porches de la plaza mayor de Manlleu. "Que vengan a trabajar vale, pero que bajen un poco la cabecita y no se flipen, que solo hacen que liarla", apunta Alba, estudiante veinteañera en Torelló.

"Nos molesta si salen a la calle, si tienen hijos, si van a la escuela, si van al médico, si rezan… Si queremos trabajadores tendremos que soportar sus vidas también, ¿no?", pregunta Omar Elabdali, estudiante magrebí en Ripoll.

"Ahora las segundas generaciones pueden tener mejores oportunidades laborales… y esto no termina de encajar para muchas personas"

Sanaa Boujdadi

— Integradora social de Manlleu.

"Yo no quiero hacer como mi padre. No quiero agachar la cabeza ni todo el sufrimiento que él pasó", añade Youssef, un joven nacido en Vic que se considera marroquí. "Ahora las segundas generaciones pueden tener mejores oportunidades laborales… y esto no termina de encajar para muchas personas. Yo trabajé en la Administración y la gente no quería que yo les atendiera”, cuenta Sanaa Boujdadi, integradora social de Manlleu.

Hay cárnicas que asumen que tienen responsabilidad en ello. "No lo entendemos de otra forma. Debemos implicarnos en el territorio donde estamos", responde Xavier Moreno, director de Recursos Humanos de BonÁrea.

"Necesitamos políticas valientes, transversales e imaginativas. No podemos esconder la cabeza, hay que asumir este reto"

David Moya

— Coordinador del Máster Interuniversitario UAB-UB sobre Migraciones Contemporáneas

Pero no todos lo ven igual. "Nosotros como empresas les formamos porque queremos que se sientan a gusto aquí, que no se vayan, pero ayuntamientos y administraciones también tienen una responsabilidad", apunta Ignasi Pons, de FECIC, que aporta otro elemento: "Estamos remando contra la despoblación: nuestros empleados consumen en los pueblos, generan actividad económica. Si los queremos fuera… ¿qué haríamos? Tendríamos un problema", advierte.

Los datos son claros. Sin los inmigrantes, Ripoll, Torelló y Alcarràs estarían perdiendo vecinos año tras año. En cambio, ahora ganan entre 10 y 20 personas por cada mil habitantes. Olot, Vic, Manlleu y Guissona se quedarían en un crecimiento irrisorio, de dos personas nuevas por cada mil habitantes, muy lejos de las hasta 35 personas que ganan al año por cada mil vecinos.

La gestión de algunos ayuntamientos, como el de Guissona, muestran que la utopía de la convivencia y de la integración es posible. Otros consistorios, como el de Ripoll, reflejan que la fractura es una realidad. Y muchos, al límite y sin medios, no sáben cómo afrontar el problema y piden ayuda.

"Necesitamos políticas valientes, transversales e imaginativas. No podemos esconder la cabeza, hay que asumir este reto", pide David Moya, coordinador del Máster Interuniversitario UAB-UB sobre Migraciones Contemporáneas. "Ha habido mucha retórica sin recursos adecuados ni gestión de las diferencias culturales. La política ha sido errática en este ámbito", insiste Silvia Carrasco, antropóloga social y coordinadora del grupo de investigación Emigra de la UAB. Ambos alertan que de no hacer nada el respecto, se allana el camino hacia los disturbios ultra de Gran Bretaña o hacia la fractura de la sociedad francesa.

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