Informe de 'Nutrients'
Solo el 22% de los escolares catalanes toman meriendas saludables
Un estudio de la UOC advierte de la mala calidad nutricional de los refrigerios a la salida del cole, que empeoran a medida que los niños y las niñas cumplen años
María Luisa Ferrerós, neuropsicóloga infantil: "Una lata de sardinas es una cena estupenda para el cerebro de tu hijo"
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Unos niños toman su merienda al salir del colegio / FERRAN NADEU


Olga Pereda
Olga PeredaPeriodista
Especialista en Educación de El Periódico. A los mandos de la sección 'Mamás y Papás' y del Club de Educación y Crianza. Te mando cada viernes una newsletter con contenidos clave para afrontar la maternidad y la paternidad. Escribo en la sección de Sociedad y tengo alergia a la pseudociencia.
El mejor tentempié para la tarde (y también el más sencillo) es la fruta. Fruta entera, no zumos ni batidos, por más caseros que sean. Sin embargo, solo el 22% de las meriendas que toman los niños y las niñas de 3 a 13 años que viven en Catalunya se puede considerar saludable. Este es el duro veredicto de un estudio liderado por el grupo de investigación FoodLab de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) en colaboración con la Agència de Salut Pública de Catalunya (ASPCAT) y publicado en la revista 'Nutrients'.
La mayoría de los refrigerios que toman los escolares rebosan azúcares añadidos y consisten, básicamente, en bollería industrial, cereales refinados, productos ultraprocesados y bebidas azucaradas disfrazadas de saludables. El estudio añade que la mala calidad nutricional de los alimentos aumenta a medida que el escolar cumple años. Es una realidad palmaria que se ve cada día a la salida de los colegios. Las familias de niños y niñas de infantil y primeros cursos de primaria suelen llevar tarteras con fruta partida. Sin embargo, a medida que los chavales se hacen mayores, la fruta van desapareciendo y entran en escena meriendas industriales compradas en el súper. No de manera puntual sino cada día.
El mal tentempié que domina en Catalunya no es una excepción. Los resultados del informe universitario son similares a los de otros estudios del resto España y también en países de nuestro entorno.
Bocadillos
Tras analizar 2.163 meriendas de 734 familias catalanas con niños y niñas de 3 a 12 años, los autores del estudio de la UOC concluyeron que el 42% consistía en bocadillos, seguidos de bollería (24%), fruta (14%) y una combinación de fruta y bollería (6%). De las meriendas registradas, solo el 22% puede considerarse saludable porque cumple las recomendaciones de las autoridades sanitarias respecto a nutrición infantil.
El bocadillo es, efectivamente, el tentempié estrella. Chorizo, sobrasada, jamón curado o cocido, fiambre de pavo y salchichón están a la orden del día. Sin embargo, el dietista nutricionista Julio Basulto y el profesor universitario experto en alimentación humana Juanjo Cáceres recuerdan en su libro 'Dieta y cáncer' que la carne procesada es responsable del 1,8% de todos los tumores, una cifra a tener en cuenta a pesar de ser muy inferior a la cantidad de cánceres que provoca el tabaco o el alcohol. “Si te estás preguntado qué pongo ahora en el bocadillo, te diremos que cualquier cosa que pongas en él muy probablemente será mejor que el embutido”, explican los autores de 'Dieta y cáncer'.
Consecuencias en la salud
El estudio de la UOC no incluye qué posibles efectos en la salud tienen las meriendas no saludables sostenidas en el tiempo. Sin embargo, sus autoras recuerdan que mucha literatura científica ya ha respondido esa cuestión. “La evidencia demuestra que un desequilibrio nutricional recurrente en el tiempo puede tener consecuencias para la salud a corto y largo plazo. También puede afectar el crecimiento y el desarrollo", explica Nadia San Onofre, investigadora de FoodLab y profesora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC.
¿Qué le pasa al cerebro de un niño que merienda cada día bollería industrial? La neuropsicóloga María Luisa Ferrerós respondía hace días esta pregunta en una entrevista publicada en el Club de Educación y Crianza de EL PERIÓDICO. “Es un producto procesado, con mucho azúcar añadido y química pura. Les da subidón de energía, pero la asimilan en 20 minutos y les baja en picado. Eso les provoca ansiedad, una montaña rusa emocional que les pide comer más. La toxicidad de esos productos ejerce de disruptores endocrinos, algo muy importante porque las hormonas son responsables del bienestar emocional”, afirma la especialista, que acaba de publicar el ensayo 'Dime qué come y te diré cómo se porta'. Tras tratar en consulta a muchos niños y niñas que sufrían pataletas, rabietas inexplicables y bucles emocionales, Ferrerós ha estudiado la relación directa entre la mala alimentación y el mal comportamiento.
“Una alimentación sana y saludable es un seguro de vida para tu hijo porque le estás ayudando a formar sus conexiones neuronales”, explica Ferrerós, que pide sustituir la bollería industrial por un puñado de nueces con un plátano o hacer chucherías caseras con zumo de fruta y gelatina.
La investigadora de la UOC también pide “programas de educación alimentaria” para mejorar la calidad de la merienda desde la primera infancia. Es, en su opinión, una oportunidad para ajustar las necesidades dietéticas diarias de los niños y niñas.
Obesidad
La Organización Mundial de la Salud (OMS) también ha emprendido una guerra sin cuartel ante el aumento del sobrepeso y la obesidad infantil en todo el mundo. En 2022, más de 390 millones de niños y adolescentes de entre 5 y 19 años y 37 millones de menores de 5 años tenían sobrepeso. Según la OMS, el sobrepeso en la infancia y la adolescencia -unido a la vida sedentaria- se asocia a un mayor riesgo de contraer de manera precoz enfermedades como la diabetes de tipo 2 y enfermedades cardiovasculares. Además, tiene consecuencias psicosociales adversas y afecta al rendimiento escolar y a la calidad de vida.
Según la Enquesta de Salut de Catalunya 2022-2023, casi un 34% de niños de entre 6 y 12 años tienen sobrepeso (más niños que niñas), de los cuales, un 12,6% sufre obesidad. La obesidad, sin embargo, no solo está causada por una mala alimentación sostenida en el tiempo y una vida sedentaria sino que también influyen el nivel de renta y estudios de los padres y las madres. A menor nivel, mayor riesgo de obesidad.
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