MeToo en la academia

Hablan las víctimas de acoso en la universidad: "Denunciar no me sirvió de nada"

Las universidades catalanas acumulan más de 150 expedientes por acoso sexual y laboral en cinco años

#MeToo en la universidad: más de 25 profesoras de las universidades públicas españolas denuncian haber sufrido acoso

Cuatro profesionales denuncian la "debilidad" de los actuales protocolos contra acoso sexual y laboral en la academia

Mural reivindicativo feminista en la UAB

Mural reivindicativo feminista en la UAB / Ferran Nadeu

Valentina Raffio

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"Sufrí situaciones de acoso durante años en la universidad. Denuncié, seguí todos los protocolos y, aun así, en mi caso, no sirvió de nada. Las personas que me acosaron siguen en sus puestos y es a mí a quien se le han cerrado todas las puertas", denuncia la neurocientífica Celia Arroyo. Hace ya un año que esta investigadora, junto a 25 profesionales más, denunció ante el EL PERIÓDICO las situaciones de acoso sexual, de género y laboral que infestan el mundo académico. Un año después del primer gran MeToo en la universidad', Arroyo vuelve a alzar la voz junto a cuatro científicas más para denunciar que, aunque el silencio se está rompiendo, la debilidad de los protocolos actuales a menudo sigue dejando desamparadas a las denunciantes.

El goteo de denuncias públicas o judiciales no cesa. Los últimos casos han salpicado a desde la Universitat Autònoma de Barcelona hasta la Facultat de Comunicació Blanquerna (Ramon Llull) o la Universitat Pompeu Fabra. De hecho, según ha desvelado EL PERIÓDICO, las universidades catalanas acumulan más de 150 expedientes por acoso sexual y laboral en los últimos cinco años. Según apuntan los expertos, esta cifra solo representa la "punta del iceberg" de un problema mucho más grande ya que, tal como señalan algunos estudios, el 90% de los casos de acoso en la universidad nunca llegan a denunciarse.

"Las personas que me acosaron siguen en sus puestos y es a mí a quien se le han cerrado todas las puertas"

— Celia Arroyo, investigadora

Port tanto, que un centro no registre casos no quiere decir que no sucedan. Es más, en los últimos años, tras el 'boom' de denuncias del MeToo, academias de prestigio internacional han empezado a presentar públicamente estos números como muestra de transparencia y de que, pese a todo, las políticas contra el acoso están funcionando, en tanto en cuanto las víctimas confían en los mecanismos de la institución para denunciar una situación. Aun así, todavía hay muchas instituciones que se muestran reticentes a compartir esta información por "miedo a manchar su prestigio", explica una persona vinculada a una unidad de igualdad de una universidad catalana. 




Este diario ha contactado con cuatro investigadoras que han sufrido situaciones de acoso en diferentes universidades catalanas (y en un caso también en centros extranjeros) y que han denunciado públicamente su caso. Entre ellas hay consenso en que el acoso se ha puesto sobre la mesa y que la impunidad empieza a resquebrajarse, pero todas denuncian que han tenido que lidiar con la aplicación de "unos protocolos que siguen protegiendo más a los acosadores que a las víctimas". "A mí me acosaron a plena luz del día hace dos años. Todos lo vieron, todos lo sabían y nadie hizo nada", explica María (nombre ficticio), una académica que prefiere hablar desde el anonimato por miedo a represalias. "Cuando presenté la denuncia ante la universidad a nadie le sorprendió. Hacía años que el equipo de rectorado sabía que mi tutor de tesis hacía la vida imposible a sus estudiantes pero prefirieron mirar hacia otro lado", comenta la investigadora.

"Cuando yo denuncié sentí que mi acosador seguía teniendo la complicidad de la universidad y yo fui la que acabó siendo señalada"

— María*

Esta misma dinámica también la sufrieron las otras académicas con las que ha hablado este diario. "Las universidades se llenan la boca con sus políticas de 'tolerancia cero' y sus medidas contra el acoso pero cuando llega la hora de la verdad los protocolos actuales no sirven", denuncia Lucía (nombre ficticio). "Cuando yo denuncié mi caso sentí que mi acosador seguía teniendo la complicidad de la universidad y yo, mientras, fui la que acabó siendo señalada, marginada y estigmatizada", añade esta académica, que el año pasado denunció públicamente a su acosador y que, después de destapar su caso, volvió a sufrir una campaña de acoso. "Hubo compañeros que hasta dejaron de saludarme", explica.

Los "intocables" de la academia

Todas las académicas consultadas por este diario coinciden en señalar la existencia de "intocables" en las universidades. "Los acosadores suelen ser personas con mucho peso en la universidad. Hablamos de veteranos, de esos que conocen a todo el mundo y que consiguen buenos contratos. A las universidades les sale más a cuenta proteger a los acosadores, que son estos perfiles poderosos, que ponerse del lado de las víctimas, que suelen ser personas en una situación más vulnerable", señala Arroyo, quien señala las dinámicas "feudales" y "jerárquicas" que siguen rigiendo en universidades, academias y centros de investigación de todo el mundo.

"A las universidades les sale más a cuenta proteger a los acosadores que ponerse del lado de las víctimas"

Según señalan los (pocos) análisis realizados sobre acoso en las universidades, una gran parte de las denuncias interpuestas se gestionan de forma interna. Pero hay casos como el de Sandra (nombre ficticio) que acaban elevándose a los tribunales, aunque esta es la última de las opciones, ya que el dinero invertido y el desgaste de los procesos judiciales hacen que no sea una salida viable. "La universidad reconoció que había sufrido situaciones de abuso de poder y de negación de recursos pero consideraron que, pese a todo, no era un caso de acoso laboral. Denuncié por vía judicial, el proceso se alargó más de tres años y cuando llegamos a juicio muchas cosas ya habían prescrito", denuncia la investigadora. "Mi caso sigue estando en los tribunales porque estamos pendientes de la resolución. Mientras, yo vivo con el miedo de encontrarme con mi agresor y él sigue trabajando como si nada", añade.

Medidas cautelares ineficientes

Tras denunciar públicamente su caso, Sandra explica que la universidad impuso como medida cautelar mantener una distancia física entre ella y su acosador. Pero esto, en vez de protegerla, acabó aislándola aún más. "Fui yo la que tuvo que cambiar de laboratorio y de despacho. Era yo la que se tenía que buscar la vida para no cruzarse con él en los pasillos. Tuve que dejar de ir a congresos porque tenía pavor de encontrarme con mi acosador y con su séquito", explica. Lo mismo ocurrió en el caso de María y de Lucía. "Perdí muchas oportunidades laborales tras mi denuncia. Hubo investigadores que se negaron a trabajar conmigo por miedo a enfrentarse con mi acosador", explica María. "Me convertí en una paria social. En vez de recibir apoyo, me marginaron por 'conflictiva'", añade Lucía.

"Yo vivo con el miedo de encontrarme con mi agresor y él sigue trabajando como si nada"

— Sandra*

Todas las científicas consultadas por este diario coinciden en señalar que el acoso que han sufrido ha truncado o alterado drásticamente su carrera académica, ha perjudicado su salud mental y ha afectado a todas las esferas de sus vida. "Creía que, después de denunciar, todo volvería a la normalidad y podría trabajar como antes, pero no fue así. Tuve que acabar dejando la universidad y me busqué la vida en otro país", explica María, que ha abandonado del todo la vida académica. "El MeToo en la universidad aún no ha servido para crear protocolos más efectivos, pero sí para mostrar que hay muchas profesionales que están pasando por situaciones similares y que el acoso sigue estando instaurando en las universidades", reflexiona Arroyo. "Ya es hora de acabar con la impunidad", añade.

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