Infertilidad

Reproducción asistida: el tortuoso camino hacia la maternidad

Aunque en España se realizan cerca de 180.000 tratamientos al año, muchas mujeres viven este proceso en soledad debido a la incomprensión social

Laura Quiroga vio cumplido su sueño de ser madre después de más tres años de tratamientos.

Laura Quiroga vio cumplido su sueño de ser madre después de más tres años de tratamientos. / ALBA VILLAR

Ágatha de Santos

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Siempre quiso ser madre, aunque hasta que no consiguió una estabilidad laboral no se planteó dar el paso. Lo que no podía imaginarse Laura Quiroga Pastoriza es que fuera infértil, un problema que afecta a casi el 20% de la población española. "Ni siquiera te lo planteas porque das por hecho que puedes ser madre", comenta esta gallega de 42 años.

Ella lo descubrió cuando ya se encontraba en la mitad de la treintena y fue, confiesa, un golpe al sueño de la maternidad. "Yo vengo de una familia numerosa, somos seis hermanos, y mi ilusión siempre fue formar una familia grande", aduce.

Con su expareja, con quien estuvo diez años –desde los 18 hasta casi los 29–, nunca lo intentó. Y no solo por la incertidumbre laboral. “Era una relación tóxica, tras la cual tuve que recomponerme entera”, sostiene.

Laura tenía claro que, si no encontraba una pareja, daría el paso de ser madre sola en cuanto su situación laboral se lo permitiera. “No estaba dispuesta a renunciar al sueño de ser madre por no tener pareja”, afirma.

Cuando con 35 años consigue la tan ansiada estabilidad laboral, comprende que ha llegado el momento. “Me planto en la seguridad social –comenta– diciendo que quiero ser madre y que qué tengo que hacer”. Desde allí la derivan a la Unidad de Reproducción Asistida del Complejo Hospitalario Universitario de Vigo (CHUVI), y a partir de aquí comenzará un largo y tortuoso camino, que muchas veces le tocará recorrer en solitario y en silencio debido a la incomprensión social. “Hay mucho desconocimiento y muchos tabúes alrededor de la infertilidad”, se lamenta.

En Galicia, el Sergas cubre seis intentos de inseminación con semen de donante y tres ciclos de inseminación in vitro con sus propios óvulos en el caso de las mujeres sin pareja. En octubre de 2016, tiene la primera cita con el especialista. Después vendrá una batería de pruebas que determinan que puede engendrar, pero que no se verán avaladas por la sucesión de intentos, todos infructuosos, de concebir.

En febrero de 2017 se somete a su primer intento. El resultado es negativo, al igual que lo es el de la segunda tentativa y el de la tercera. Cada negativo conlleva un golpe psicológico. “Cada vez que empiezas el tratamiento tienes la esperanza de quedarte embarazada, por lo que cada negativo te hunde”, afirma. Es, reconoce, como estar montada en una montaña rusa, a lo que tiene que sumar los efectos adversos de los tratamientos. “Aunque dicen que sus efectos secundarios son mínimos, yo tengo dolor muscular, cansancio e hinchazón, por lo que entre un tratamiento y otro tengo que dejar parar dos meses o dos meses y medio”, explica.

“Ser consciente de que nunca podría ser madre biológica fue el golpe más duro”

Laura Quiroga

— 42 años

Laura cierra así el 2017 sin ver cumplido su sueño de ser madre y decide hacer un paréntesis, durante el cual se somete a acupuntura, sigue dietas específicas y prueba casi cualquier complemento con el sello “natural” que le recomiendan con el único propósito de aumentar sus probabilidades de quedarse embarazada. “Me meto a hacer de todo. En reproducción parece que siempre hay alguien que sabe mucho y que todo lo natural es perfecto para quedarte embarazada, así que tú te metes en toda esa vorágine de tomarte mil historias”, dice.

Seis meses después, en verano de 2018, se somete a la cuarta inseminación sin que el resultado varíe. Decide entonces buscar una segunda opinión en una clínica privada, de la que sale con un diagnóstico demoledor: la prueba de la hormona antimulleriana revela que su reserva ovárica es tan muy baja que quedarse embarazada mediante inseminación es casi misión imposible y lo fue siempre. “En estos tres años que llevo intentándolo, las pocas probabilidades que podía haber tenido se han desvanecido”, sostiene.

Con este resultado bajo el brazo, regresa a la seguridad social, donde aún realizará, sin éxito, un último intento de inseminación antes de pasar a la fecundación in vitro. En la primera tentativa salen tres óvulos, de los cuales uno no es maduro y de los otros dos solo uno fecunda, aunque su calidad es muy mala. “No tengo capacidad de engendrar, pero como en la seguridad social no desechan ningún óvulo me lo implantan igual. Da negativo y es uno de los peores momentos que viví. Me hundí”, afirma.

Le costó salir del pozo, lo reconoce, pero nunca tiró la toalla. En 2020 decide volver a intentarlo, pero entonces estalla el COVID y el confinamiento paraliza su segundo ciclo. Sin embargo, asegura que fue la pandemia la que le trajo a su hija Alma, ya que durante el encierro conoció al médico que finalmente obró el milagro. Fue a través de los cafés 'online' de la asociación Red Nacional de Infértiles (RNI). “Me abrió los ojos. Me dijo que tenía un 3 por ciento de probabilidades de llevar a término un embarazo con mi genética, que era inviable. Ser consciente de que no sería nunca madre biológica fue el golpe más duro”, afirma. Pero también le propuso opciones y, por fin, vio cumplido su sueño gracias a la donación de embriones.

Sus padres repartieron parte de la herencia entre sus hijos para que ella pudiera someterse a este tratamiento. Tenía tres oportunidades, aunque solo precisó una. Después de realizar en Vigo el tratamiento con la supervisión de una especialista de Ribera-Povisa, viajó a Sevilla un lunes, 24 agosto de 2020, y tres días después regresaba, embarazada. Alma tiene ahora 22 meses.

En su familia y en su amiga Olalla, la madrina de Alma, encontró Laura los mejores apoyos durante este largo viaje, durante el que no solo tuvo que superar el duelo genético por no poder ser madre biológica, sino lidiar con la incomprensión social. “Llega un momento en que tus amigas se van quedando atrás porque no empatizan con lo que te ocurre y no entienden que sigas intentándolo cuando te ven que estás mal”, manifiesta.

La Red Nacional de Infértiles fue otro pilar importante porque le permitió conectar con mujeres en su misma situación, y le ayudó a gestionar sus emociones y a no sentirse sola. Su caso, sin embargo, no es excepcional. En España, una de cada seis parejas tiene problemas de infertilidad, una enfermedad reconocida por la OMS, y cada año se realizan alrededor de 180.000 tratamientos de reproducción asistida –el 30% en el sistema nacional de salud y el otro 70% en la sanidad privada–. Aun así, hoy por hoy siguen recayendo sobre la infertilidad y la reproducción asistida muchos tabúes.

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Frases como “se te va a pasar el arroz”, “si no puedes tener hijos, cómprate un perro” y “cuando te relajes te quedarás embarazada” son algunas de las frases a las que tienen que enfrentarse las mujeres en edad reproductiva que no tienen hijos o cuando comparten con su entorno que no consiguen concebir de manera natural. “Son frases profundamente dolorosas para quienes tienen problemas de infertilidad”, sostiene Helena Fernández, presidenta de la asociación de pacientes Red Nacional de Infértiles (RNI), que la próxima semana recibirá en Madrid a las representantes de las asociaciones europeas de pacientes en su reunión anual, cuya jornada inaugural, el día 23, repasará en Madrid los “40 años de fertilidad en España”.

Según Fernández, el desconocimiento sobre la infertilidad, la falta de empatía con quienes la sufren y los prejuicios sobre esta enfermedad agravan el malestar de las personas infértiles. “La incomprensión social hace que quienes sufren este problema lo vivan en la más absoluta soledad y no se atrevan a expresar cómo se sienten”, afirma. Precisamente la incomprensión social fue lo que impulsó a un grupo de mujeres con problemas de infertilidad a crear en 2014 esta asociación como una red de apoyo entre pacientes y que hoy integran más de 2.700 personas, la inmensa mayoría mujeres.

Aunque, por suerte, la concienciación sobre la enfermedad ha avanzado, Fernández asegura que aún queda camino por recorrer, y que es necesario erradicar expresiones que lesionan a las personas con infertilidad. “Saber apoyar en un proceso como éste empieza por utilizar un lenguaje menos ofensivo y más empático”, afirma.

Por ello, RNI ha elaborado, a partir de los testimonios de asociadas y la experiencia de profesionales de las clínicas IVI, la guía 'El lenguaje de la fertilidad: rompiendo tabús', que tiene como fin divulgar el buen uso del lenguaje sobre fertilidad y omitir comentarios hirientes entre la sociedad en general, pero también entre la profesión médica.

El hecho de que mujeres con proyección pública como la actriz Jennifer Anniston hablen de sus problemas para ser madres de forma natural y revelen que se han sometido a tratamientos de fecundación in vitro sin éxito durante años ayuda a normalizar la enfermedad y anima a otras mujeres a hablar abiertamente del tema, aunque Fernández matiza que ni la infertilidad es un problema exclusivo de mujeres -de hecho, afecta en igual grado a hombres y a mujeres- ni solo de quien es infértil. "La infertilidad afecta a la pareja", sostiene la presidenta de RNI.

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