Opinión | THE CONVERSATION

Manuel Peinado Lorca

Manuel Peinado Lorca

Catedrático de Universidad. Departamento de Ciencias de la Vida. Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, Universidad de Alcalá.

'The last of us' y la viagra del Tíbet

Los creadores de la serie y del videojuego en el que se sustenta se inspiraron en un episodio del documental Planeta Tierra

Una hormiga momificada por el ataque de un Ophiocordyceps cuyos estromas emergen del cuerpo del insecto.

Una hormiga momificada por el ataque de un Ophiocordyceps cuyos estromas emergen del cuerpo del insecto. / Bernard Dupond

'The last of us' es una nueva serie de HBO que presenta un distópico mundo posapocalíptico en el que la humanidad ha desaparecido casi por completo debido al brote de una peligrosa infección que controla el cerebro y convierte a los humanos en monstruos deformes sedientos de sangre.

La serie presenta dos diferencias sustanciales con respecto a las típicas películas como La noche de los muertos vivientes o The Walking Dead: los humanos afectados no son “muertos vivientes” (zombis), sino que están vivos; y el organismo infectante no es un virus, sino un hongo Ophiocordyceps que existe en la vida real.

Unos hongos manipuladores

Los creadores de la serie y del videojuego en el que se sustenta se inspiraron en un episodio del documental Planeta Tierra. En él, un hongo entomopatógeno del género Ophiocordyceps infecta a una hormiga bala (Paraponera clavata), cuyo cuerpo consume por dentro dejando intacto el cerebro, lo que le permite manipular el comportamiento del insecto.

Se conocen más de doscientas especies de Ophiocordyceps que pueden influir en el comportamiento de los insectos. Fueron descritos en 1931 pero, salvo para los campesinos tibetanos y en el mercado doméstico chino donde se comercializan todo tipo de organismos, los Ophiocordyceps eran unos perfectos desconocidos hasta hace tan solo treinta años.

El extraño caso de las atletas chinas

Septiembre de 1993. Los cronistas deportivos estaban impresionados. En los juegos nacionales chinos celebrados en Beijing todas las atletas de las carreras de velocidad de 1500, 3000 y 10 000 metros batieron el récord del mundo. Inmediatamente se desató la sospecha del uso de sustancias dopantes. La entrenadora china salió al quite en una entrevista publicada en Track & Field News: nada de drogas. El secreto estaba en el entrenamiento en altitud y en beber un brebaje milenario de la medicina tradicional china.

Ni que decir tiene que se desató la búsqueda de aquel bebedizo, y más aún cuando se supo que también tenía propiedades afrodisíacas. Inmediatamente quedó etiquetado como la “viagra del Tíbet”. La base orgánica de la milagrosa pócima era la “yarsagumba”, un gusano-hongo que crece entre los 3000 y 4000 metros de altitud en los prados alpinos tibetanos.

En realidad, como si se tratara del mitológico centauro, la yarsagumba es una quimera constituida por el cuerpo de una oruga de la polilla fantasma Thitarodes armoricanus, momificada después de ser invadida por el hongo Ophiocordyceps sinensis, cuyo micelio se desarrolla a partir de esporas existentes en el suelo.

Durante el otoño, el micelio infecta a la oruga viva que crece enterrada e invade su cuerpo. Para crecer, el hongo absorbe todos sus nutrientes del cuerpo de la oruga. Hacia el verano del año siguiente, después de consumirla completamente, la infección ha matado a la oruga, pero dejando intacta su piel.

Mientras tanto, el hongo se transforma en una masa endurecida, el esclerocio, que conserva la forma del cuerpo de la oruga y la empuja con la cabeza apuntando hacia arriba hasta situarla a unos pocos centímetros por debajo de la superficie del suelo.

Justo antes de que comience el invierno, de la cabeza de la oruga, que permanece enterrada en el suelo, surge una estructura erecta que emerge de la tierra, el estroma. Sobre este se localizan unas estructuras crateriformes, los peritecios, en cuyo interior se desarrollan las esporas que renovarán el ciclo una vez llegado el otoño, cuando comiencen a desarrollarse las larvas subterráneas que emergieron de los huevos enterrados por la mariposa a finales de primavera

En tercer lugar, la mayoría de los hongos son mesófilos que crecen a temperaturas frescas de alrededor de 10 ⁰C, lo que significa que normalmente no pueden crecer a la temperatura interna del cuerpo humano. Esa es una de las razones por las que la mayoría de las infecciones fúngicas suelen ser dermatomicosis superficiales.

Por lo demás, todos los Ophiocordyceps conocidos son específicos de determinados insectos (que tienen una temperatura corporal idéntica a la del aire que los rodea) y no están adaptados a prosperar a nuestra temperatura corporal ni pueden competir con nuestro sistema inmunitario, mucho más complejo y evolucionado que el de un insecto.

Un informe de la OMS y algunas investigaciones recientes basadas en la aparición casi simultánea en tres continentes de Candida aurisuna levadura capaz de causar infecciones potencialmente mortales, sugieren que el cambio climático puede estar aumentando la distribución geográfica de algunos patógenos y provocando más infecciones fúngicas en mamíferos y en humanos.

Esto es algo que ya conocían los expertos cuando lo pronosticaron hace tres décadas. El aumento de las temperaturas globales significa que los hongos deben adaptarse, lo que hipotéticamente podría aumentar el número de especies potencialmente causantes de infecciones humanas graves.

Tal como sugiere uno de los personajes de The Last of Us, el cambio climático quizás esté planteando nuevos escenarios pandémicos. Una vez más, puede que la realidad esté superando a la ficción.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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