Una epidemia silenciosa

Fármacos, colchones, aplicaciones de móvil y terapias: la industria del insomnio se hace de oro

El negocio internacional del mal dormir alcanzará en 2023 una facturación anual de más de 100.000 millones de dólares

Insomnio

Insomnio / Ferran Nadeu

Olga Pereda

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Dormir interrumpidamente, hacerlo menos horas de las necesarias (entre siete y nueve), carecer de un descanso profundo y hasta sufrir épocas de insomnio es una realidad cotidiana en los hogares españoles. El consumo de hipnóticos y sedantes (sin contar con los ansiolíticos) no para de aumentar. De 29 dosis diarias por mil habitantes en 2012 hasta las 34 dosis diarias por mil habitantes en 2021 (15% más), según la estadística de la Agencia Española de Medicamentos, organismo dependiente del Ministerio de Sanidad. En una década (2010-2021), el consumo de fármacos para conciliar y mantener el sueño ha aumentado un 21%.

Dormir es un proceso fisiológico de vital importancia para la salud integral del ser humano, pero, según las estimaciones de la Sociedad Española de Neurología (SEN), entre un 20% y un 48% de la población adulta española sufre dificultad para iniciar o mantener el sueño.

España no es 'rara avis'. Fármacos, gominolas con melatonina (la hormona que induce el sueño), talleres donde imparten terapias relajantes (incluido el 'mindfulness'), colchones que prometen un mejor descanso, aplicaciones de móvil para monitorizar el sueño (incluso los ronquidos)… La industria internacional del mal dormir alcanzará en 2023 una facturación anual de 101.900 millones de dólares, según pronostica la revista 'Time'.

 El consumo de fármacos para conciliar y mantener el sueño ha aumentado el 21% en una década

Objeto de deseo

"Esta pujanza muestra que muchas personas valoran su descanso lo suficiente como para invertir tiempo y dinero en su mejora. Además, el discurso comercial de estos productos ha convertido el sueño en un objeto de deseo". Así lo explica el profesor universitario David Jiménez Torres en su reciente ensayo sobre el sueño, la vigilia y el cansancio titulado 'El mal dormir' (premio de No Ficción de Libros del Asteroide). El autor recuerda que la consultora McKinsey calcula que el mercado de productos vinculados al mal dormir lleva años creciendo a un ritmo del 8%.

"He vivido en tres ciudades, en siete países y en 15 pisos distintos. En todos he dormido mal"

— David Jiménez Torres, autor de 'El mal dormir'

El divulgador, de 36 años, reconoce que duerme mal desde siempre. "He vivido en tres ciudades, en siete países y en 15 pisos distintos. En todos he dormido mal", explica tras destacar que ha tomado pastillas (mordisquea una píldora de melatonina casi todas las noches desde 2010), ha consultados webs especializadas, ha renunciado al café después de comer y ha asistido (con poco éxito) a talleres de 'mindfulness'. Nunca lo ha consultado con un médico. Su caso no es único. Menos de un tercio de las personas con problemas de sueño buscan ayuda profesional, según la Sociedad Española de Neurología.

Contar ovejas, imaginar un lienzo en blanco, practicar la atención plena, centrarse en la respiración… “En realidad -concluye el ensayista madrileño- el maldurmiente veterano ya da por hecho el fracaso de cualquier estrategia”.

“Estamos delante de una epidemia silenciosa de pérdida de sueño, el reto de salud pública más importante del siglo XXI”, sentencia Matthew Walker, profesor de Neurociencia, director del Centro para la Ciencia del Sueño Humano y autor de '¿Por qué dormimos?', la biblia científica del sueño editada en España por Capitán Swing.

El “mal dormir”, como lo califica el profesor Jiménez Torres, no es sufrir insomnio extremo. No dormir mata. Literalmente. “Sin embargo, la mayoría de los insomnes llevamos existencias razonablemente sanas y productivas”, explica Jiménez. Y eso a pesar de que dormir mal (“querer dormir e intentar dormir, pero no poder”) afecta a casi todos los órganos.

Impacto vital

Los neurólogos, efectivamente, explican que no dormir bien impacta en la calidad de vida, aumenta el riesgo de hipertensión, baja la concentración y la capacidad de atención, se pueden producir fallos de memoria, cambios bruscos de humor, alteraciones en el proceso de toma de decisiones y problemas de aprendizaje.

El actual mundo laboral hiperproductivo no tolera bien la existencia de trabajadores cansados. El autor de 'El mal dormir' explica cómo en la última década se han instalado salas especiales en compañías como Facebook, Nike o Google para que los trabajadores se retiren a descansar si les entra sueño a mitad de jornada. Jiménez cita el caso de la aseguradora estadounidense Aetna, que en 2016 creó un programa que ofrecía a sus empleados 25 dólares extra de sueldo cada noche en la que durmieran siete o más horas. “Ninguna época ha convertido el acto de dormir en un objeto de deseo de manera tan explícita y comercializada como la nuestra”, sentencia el docente universitario, que asegura que la escasez de sueño de una parte de la población trabajadora puede llegar a costar a un país desarrollado más del 2% de su PIB anual.

Búhos y alondras

La comunidad médica distingue entre las personas búhos (se acuestan más tarde), alondras (se acuestan pronto y se levantan pronto) y colibrís (la mayoría de la población, que está en un punto intermedio). A pesar de esos condicionantes ‘naturales’, las condiciones ambientales que nos rodean a la hora de dormir -como puede ser la temperatura de la estancia, el ruido o la luz- pueden desempeñar un papel significativo a la hora de tener una buena calidad de sueño, explican los neurólogos de la SEN. Otros condicionantes para la ausencia de un descanso reparador van desde la comodidad de la cama hasta el uso de pantallas luminosas (nuestro cerebro interpreta que es de día) o la ingesta de ciertos alimentos o bebidas. Los tres principales sospechosos de sabotear el sueño son la cafeína, la nicotina y el alcohol.

La cafeína -recuerda el autor de 'El mal dormir'- es el estimulante psicoactivo más utilizado del mundo y el producto más comercializado después del petróleo. “Nunca ha sido tan fácil acceder a un chute de cafeína”, subraya tras mencionar la inmensa cantidad de cafeterías en todas las ciudades, las franquicias que hay en cada esquina y las máquinas expendedoras de café de las oficinas.

Desayunar un café y tomarse un Lorazepan es un absurdo farmacológico

Muchas personas se levantan por la mañana, se toman un café para levantar el ánimo y después, un Lorazepan (un ansiolítico, un medicamento que combaten los síntomas de la ansiedad y la angustia) para bajar las revoluciones. “Necesitan ambas sustancias, aunque la combinación es un absurdo farmacológico”, recuerdan los autores de 'Malestamos', el médico de familia especializado en salud pública Javier Padilla y la psiquiatra Marta Carmona.

Jiménez concluye que los medicamentos inducen el descanso a base de noquear artificialmente ciertas zonas del cerebro. Ese sueño es de peor calidad que el natural. Por no hablar de los efectos secundarios: aturdimiento, pérdida de memoria o aumento del tiempo de reacción.

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