Derechos de la infancia

Crónica de un desahucio con niños: "¿Y ahora dónde vamos, mamá?"

EL PERIÓDICO asiste a un desahucio en el que una madre y cuatro niños han sido expulsados de su vivienda en Barcelona

La empresa Global Licata SA se ha negado a hacer un alquiler para esta familia

Niños desahuciados: la infancia que carga con dos mochilas

Niños desahuciados: la infancia que carga con dos mochilas / MANU MITRU

Elisenda Colell

Elisenda Colell

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

"Hay un papel que dice que los niños tenemos derecho a tener una casa ¿verdad? ¿Por qué nos tenemos que ir? ¿Por qué no podemos vivir aquí?", se pregunta Ástrid Feliz Rojas, una niña de 12 años que este viernes por la mañana ha sido desahuciada del piso de Barcelona donde vivía con su madre y sus tres hermanos de 13, 11 y 10 años. Los han desalojado los Mossos d'Esquadra. El piso, ocupado, es propiedad de Global Licata SA, el fondo de inversión que gestiona las viviendas del Banco Santander, que se ha negado a hacer un alquiler a la familia. A pesar de las propuestas de los Servicios Sociales, y de estar en lista de espera para un piso social, los niños han salido de su casa entre llantos y portando dos mochilas. "Una para las cosas del cole. La otra con la ropa y nuestras cosas. Pero no se dónde iremos. ¿Mamá, qué haremos?", dice la niña.

Sobran las palabras. Aquí solo hay llantos. Rosaura y Nickol, de 11 y 10 años, tienen los mofletes empapados en lágrimas. Miran al suelo, cogen unas maletas de color rosa y azul, con dibujos animados y de princesas, y salen cabizbajas por la puerta de su casa, donde dos agentes de los Mossos les piden que abandonen su hogar. La última dejar la casa es Ástrid, que pide a algún adulto que descuelgue una foto antigua en la pared donde aparecen los cuatro hermanos. Con las prisas, el estrés, y el aparente estado de ansiedad de su madre, la foto se queda allí.

La niña coge sus dos mochilas y sale con el resto de su familia. En la calle, de nada han servido las proclamas de los vecinos. Todos tienen el corazón en un puño y los ojos entelados. "Estos niños han perdido el curso". Es la una del mediodía y nadie ha podido evitar que cuatro menores se queden sin casa. La familia lleva más de un año en lista de espera para un piso de emergencia social.

Otro desalojo en el barrio

Su historia es una de tantas. Solo este viernes, en el barrio de Ciutat Meridiana, un total de seis menores han sido desahuciados. Sus padres, víctimas de la pobreza y los elevados precios del alquiler, no pueden darles un techo. Lo cuenta Rakelvis Rojas, madre de estos cuatro niños. Ha estado trabajando toda su vida pero se quedó en paro debido a la pandemia del coronavirus. "Nos salió este piso y vinimos aquí. Yo estoy dispuesta a pagar un alquiler, pero los requisitos de los pisos son imposibles", dice. Los niños aún recuerdan aquel junio de 2019. "El piso estaba asqueroso, lleno de pelos de perro, cucarachas...", cuenta Ástrid. "Nos pusimos a limpiar y a pintarlo entre todos", añade Nickol.

Miedo y tristeza

A las nueve de la mañana, los niños esperan sentaditos en el sofá mirando la tele. "No hemos ido al cole porque nos van a desahuciar. Vienen los policías y te sacan a la fuerza", describe Ástrid, con una claridad que asusta. Las más pequeñas, Nickol y Rosaura, dicen que tienen miedo. "No tendremos donde dormir", añade Rosaura. Este es su tercer desahucio. Francis, de 13 años, es el hermano mayor. "Miedo no tengo, no nos van a matar. Pero me pongo muy triste. No quiero pensarlo", afirma. Los niños prefieren hablar de lo que les gusta. Al adolescente, los videojuegos y la música. A la mediana, las extraescolares de música y teatro. En sus cuartos guardan varias mochilas y maletas. En unas hay los libros de texto y libretas de la escuela. En las otras, todo de lo que no quieren desprenderse. "Calcetines, bragas, bambas, camisetas, chándales... y cosas que nos gustan", cuenta Ástrid. Francis quiere conservar una colonia y una gorra. Ástrid, un reloj del Real Madrid.

Poco antes de las diez de la mañana, la casa se llena de mujeres. Son las educadoras de la asociación Ubuntu, donde los niños acuden para realizar actividades socioeducativas. "Estamos aquí para ayudar a Rakelvis y a los niños. Darles apoyo. Esto es indecente, que estos niños tengan que pasar por esto... ¡¿Así se protegen los derechos de los menores?!", implora Vanesa Españó, coordinadora de la entidad. Las educadoras llenan el salón de risas. Montan un bingo improvisado para distraer a los pequeños.

A las once de la mañana llega un equipo de mediadores de los Mossos d'Esquadra. Piden que bajen los niños. "Les he dicho: 'Hola, no nos echéis'", dice Nickol. La puerta del edificio se va llenando de vecinos que quieren dar su apoyo para evitar el desalojo. Entre ellos está Santiago Jiménez, presidente de la comunidad. "Esta familia no nos ha dado ni un solo problema. A mí me ayudan con mi madre y yo les ayudo con los deberes. Especialmente a Francis, es un niño muy especial", explica. También se presentan varios políticos y un diputado de ERC.

Negociaciones

Media hora más tarde llegan los trabajadores sociales del Ayuntamiento. En la calle empiezan unas negociaciones que demuestran que ni las leyes ni los servicios públicos son capaces de garantizar un techo para estos niños. De banda sonora, los gritos de las vecinas. "Este desahucio, lo vamos a parar". Las trabajadoras sociales proponen una alternativa. "Ella pagará 350 euros de alquiler y la Agència de l'Habitatge pondrá el resto". El procurador, representante de la propiedad, se enfada. "Habéis tenido meses para hacernos alguna propuesta y la hacéis así, a última hora", se queja. El diputado nombra un par de leyes parlamentarias que podrían impedir este desahucio. "¿Y usted quién es? El juez ha dicho que el desahucio se hace y lo vamos a hacer", le responde el representante de Global Licata SA. Se niega a hacer un alquiler para la familia. "Haremos el desahucio sí o sí".

Dentro de la casa, los niños se van poniendo nerviosos. Francis se distrae con la consola pero no sabe qué hacer. "Han dejado de gritar, eso es malo", dice. Las niñas se postran en las ventanas del balcón y la cocina. Cuando ven llegar las ocho furgonetas de los antidisturbios, se asustan y empiezan los sollozos. Poco después aparece la madre. "Nos tenemos que ir, no quieren negociar". Le tiemblan las piernas y la voz. "¡Cómo puede ser! ¡Parece que mis hijos no merecen nada!", grita, desesperada, entre lágrimas.

"Niños, nos vamos"

Los niños abrazan a la madre, asustados. Lloran. Gritan. Abren las mochilas y las cierran. Se abrazan. Buscan y rebuscan cosas que no quieren perder. "¿Te han hecho daño?¿Qué haremos mamá, qué haremos?", dice Ástrid. Francis acompaña a su madre y trata de calmar los ánimos. Las pequeñas no pueden dejar de llorar. A la desesperada, colocan una madera frente a la puerta. A la una menos cinco, un agente de los Mossos les pide que se vayan. "No nos iremos", responde la madre. Diez minutos después, asume que no quiere que sus hijos vean ningún tipo de violencia. "Niños, nos vamos".

Los cuatro hermanos pisan la calle y no saben dónde ir. Las educadoras de Ubuntu los llevan hasta su local, mientras la madre se queda negociando con los servicios sociales qué hace con todos los muebles. "Francis ha perdido el curso", pronostica el vecino, muy afectado. Los niños pasarán la noche en casa de una amiga. La madre no quiere llevarlos a una pensión, como proponen los servicios sociales. "Seguramente volveré a ocupar. Si hace falta pago un piso de 800 euros, pero es que te piden fianzas y un contrato indefinido que no tengo", cuenta. Justo en aquel mismo momento, a escasos metros de esa vivienda, se ejecuta otro desahucio. "Dos niños: uno de 2 y el otro de 10 años. A la calle. Y a todo el mundo le da igual. Se acaba la Navidad y vuelven los llantos. Es desesperante", se queja Filiberto Bravo, presidente de la asociación de vecinos de Ciutat Meridiana.

Los hermanos llegan al centro social y se ponen a jugar. En la sala, donde dejan sus ocho mochilas, ya hay varias cajas de un desahucio similar que se ejecutó el miércoles pasado. Les ofrecen algo de comida, son ya las dos del mediodía. Con unas letras de plástico, escriben el lema de la asociación. "Jo soc perquè tu ets". Y Ástrid les suelta. "Vosotras sois mis compañeras de las batallas que jamás hayas podido imaginar". La sala enmudece. La batalla de este viernes la han perdido.

Suscríbete para seguir leyendo