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San Nicolás y el 'tió', juntos en la Navidad de los refugiados ucranianos

Niños y mayores acogidos por familias catalanas tratan de mantener las tradiciones festivas de su país mientras se incorporan a las celebraciones locales

Refugiada

Refugiada / Zowy Voeten

Daniel G. Sastre

Daniel G. Sastre

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La Navidad de Lidia Trudkova no será muy diferente a la del año pasado en lo formal. Nacida en Fenevychi, a 60 kilómetros de Kiev, esta niña de 10 años lleva viniendo a Barcelona desde que tenía seis. Pasaba en la capital catalana tres meses al año, dos en verano y uno en invierno -fiestas incluidas-, hasta que empezó la guerra. En abril se instaló en el barrio de la Guineueta con Nuria Galán, a quien llama "mamá", en la casa que ya conocía, porque es la misma donde ha vivido sus temporadas lejos de Ucrania durante todos estos años.

En 2021, Lidia pasó de nuevo la Navidad con Nuria tras el paréntesis de la pandemia. Hizo cagar el 'tió’ mientras en su país recibían los regalos del conejito de la nieve y de San Nicolás, el nombre por el que allí es más conocido el protagonista de la casi universal figura que premia a los niños que se han portado bien. Pero, aunque lo parezca, este año las fiestas no son iguales para ella.

"Mi madre me preguntó hace unos días si quería que me guardase un regalo, pero le dije que no", dice la niña, porque no sabe cuándo podrá volver a casa. "Tengo muchas ganas de volver, pero no lo haré hasta que acabe la guerra. Hacemos videollamadas, pero este diciembre no tanto, porque la luz está fatal e internet está fatal", continúa.

Pese a la comprensible añoranza de Lidia, la implicación de Nuria y de otras personas y familias hace que la Navidad de los niños acogidos sea mucho menos traumática de lo que podría pensarse. En este caso, desde la asociación És per tu han procurado que el mayor número de menores posible pueda alejarse de la tragedia que se ha adueñado de su país.

Tres días en autobús

La niña se instaló en Barcelona en abril, después de un viaje de más de tres días en autobús, que hizo paradas en Polonia y en Alemania. Ahora ya va al colegio con normalidad. "Hago lo mismo que los demás", explica orgullosa en un castellano casi perfecto, aunque el catalán le cuesta aún un poco más. El hermano de Lidia, de 25 años, no ha tenido tanta suerte: aunque no ha participado en la guerra, no puede salir del país. Y mucha menos tuvo un tío suyo, que falleció en el frente el 31 de junio.

Solo en Catalunya, y en datos a fecha de 28 de noviembre, 34.124 personas llegadas de Ucrania habían solicitado protección temporal a las autoridades españolas: 23.306 en la provincia de Barcelona, 5.116 en Girona, 3.760 en Tarragona y 1.942 en Lleida. Se calcula que en toda España han pedido acogerse a esa figura más de 140.000 ucranianos. 

De otra zona al norte de Kiev cercana a Chernóbil, de una aldea a unos 180 kilómetros de la capital, viene Ruslana Voloshchuk. Su historia es parecida a la de Lidia Trudkova: cada año desde hace cuatro pasa unos meses en Catalunya, dos en verano y uno en invierno. Ruslana, como Lidia, tampoco pudo viajar en 2020 por culpa de la pandemia de coronavirus, pero sí lo hizo el año pasado. "Siempre se lo ha pasado pipa, tenía desde el principio un grupo de amigos", dice Nanda Aixandri, en cuya casa de Amposta (Tarragona) se alojaba.

REFUGIADOS

Nanda Aixandri, con las niñas Ruslana y Yasha. / CEDIDA POR LA FAMILIA

La familia de Ruslana llamó llorando a Nanda el mismo día que empezó la guerra en Ucrania, el 24 de febrero. "Después perdimos el contacto y estuvimos un mes sin saber nada. Entonces, quisimos hacerles llegar un mensaje muy concreto para que se pusieran en contacto con nosotros, encargamos una traducción cuidadosa e intentamos hacérselo llegar. Funcionó: llamaron unos días después", explica.

Diez en casa

El miércoles santo posterior llegó Ruslana a Valencia, en un avión lleno de refugiados. No llegó sola: venía con su madre, dos hermanas, una tía y un bebé de un año y medio. "Pasamos de ser cuatro a 10 en casa, y sin ninguna ayuda institucional. La gente sí que nos trajo colchones, ropa, comida", dice Nanda. Unos meses después, dos de las niñas, Ruslana y Yasha, siguen viviendo en su casa, mientras que el resto se ha instalado en otra. Todas las menores en edad de ir al colegio están escolarizadas, en parte, afirma Aixandri, por la diligente labor de Núria Marco, concejala en el Ayuntamiento de Amposta.

Como veterana en las tradiciones 'nostrades', Ruslana ha explicado al resto de la familia qué se hace aquí en Navidad. Aunque para los ucranianos todo empieza un poco antes: el domingo pasado [18 de diciembre] ya vino San Nicolás con regalos. Después recibirían también la visita de Papá Noel, harían cagar al 'tió', escribirán la carta a los Reyes Magos... Ruslana ya es experta en todo tipo de costumbres catalanas, porque ya se disfrazó de castañera y de 'pagesa' durante otras celebraciones locales.

REFUGIADOS

La familia de Nanda Aixandri, con algunos de los refugiados acogidos. / CEDIDA POR LA FAMILIA

En cuanto a la naturaleza familiar de las fiestas, no hay muchas diferencias entre España y Ucrania. "Ellos vienen a casa a cenar en Nochebuena y también pasamos el día de Navidad juntos. El 26 no porque la madre no puede: ha encontrado trabajo en una lavandería", explica Nanda Aixandri.

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