EL OTOÑO DE LAS TRES CRISIS

Ante el invierno del miedo: "Ahora soy yo quien quizá no pueda pagar la calefacción"

Asalariados y autónomos sufren por la inflación, el miedo a un invierno sin estufas por el precio de la luz y ahora también la subida de las hipotecas

"Estamos en la época de las crisis en racimo que se acaban interiorizando en forma de un miedo global", afirma el filósofo Santiago Alba Rico

Antonio Barros

Antonio Barros / Manu Mitru

Germán Aranda

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Alberto Barros es dueño de un restaurante y, tal como explica en la carta que envía a la sección Cartas de los lectores de este diario, la imposibilidad de cuadrar cuentas le deja frito a las nueve de la noche, aunque a las cuatro de la mañana ya se despierta sobresaltado por el insomnio. A Iria Bouzas y Àlex Díaz sus sueldos por encima de la media se les han adelgazado de golpe por una repentina subida de la hipoteca. Y Roxana Hernández, camarera de piso, ya no enciende otro electrodoméstico que no sea la nevera y se aprovisiona de mantas de cara a un invierno en el que cree que no podrá encender la estufa.

La inquietud de todos ellos se encuentra en diferentes coordenadas de una misma encrucijada de crisis, la mayoría precipitadas por la invasión rusa de Ucrania cuando aún palpitan las heridas de la pandemia. La subida de las hipotecas variables se ha sumado recientemente a la inflación de la cesta básica, que pese a haberse estancado sigue dañando a las economías domésticas, y a unos precios de la luz y el gas que dan más miedo cuando se acerca el invierno, por mucho que estos también se hayan frenado en parte gracias a la excepción ibérica y a algunas medidas del Gobierno de Pedro Sánchez.

El hilo que conecta la inquietud de Àlex e Iria por la subida de la hipoteca con las mantas de Roxanne para no encender la estufa y el insomnio de Alberto por no conseguir cuadrar cuentas no se queda en España y está detrás de la mecha de las huelgas que se suceden por Francia. El filósofo y ensayista Santiago Alba Rico, que escribe sobre la relación del ser humano con su tiempo, define esta época como la de “crisis en racimo que se acaban interiorizando en forma de un miedo global”. 

Futuro sin proyectos

“No es un miedo que se ciña a nuestra vida cotidiana, aunque afecte al qué vamos a comer mañana o cómo llegamos a final de mes, nos pone en contacto con todos los seres humanos del mundo”, reflexiona Alba Rico. “Es una reunión de todos los miedos en un sujeto global amenazado que podemos llamar humanidad. Pasó con la pandemia, prosigue con la crisis energética y a través de la guerra se extiende un miedo muy reprimido durante décadas al uso de armamento nuclear”, prosigue el ensayista, que defiende que “lo que realmente globalizó a la humanidad fue precisamente el uso de la bomba atómica en el año 1945”. 

Roxana Hernández cocina a la luz de las velas para no gastar electricidad.

Roxana Hernández cocina a la luz de las velas para no gastar electricidad. / Jordi Otix

“Hemos abandonado la instancia futura como un marco donde se vuelcan nuestros proyectos, y en un contexto de miedo e impotencia las respuestas colectivas son complicadas”, expresa un Alba Rico que ve ahí un caldo de cultivo para la extrema derecha. “El invierno será duro”, añade, y ve difícil que haya movilizaciones masivas contra la pérdida de poder adquisitivo porque “no basta que haya indignación o incluso hambre, también nexos y que se entienda que las movilizaciones sirvan para algo y hay una falta de marcos de respuestas colectivas”. 

"Ya me he hecho con mantas"

“No sé por qué no salimos a la calle”, recoge Roxana Hernández, camarera de piso y madre soltera. “¿Sabes qué hice? He desconectado todo, me compré una linterna y unas velas y apagué todo. Ya me he hecho con mantas porque no pienso encender la estufa. Calentaré agua en una olla para bañarme, porque no hay manera, me llegaban facturas de más de 100 euros de luz sin apenas estar en casa”, relata. 

Roxana ve la televisión en casa de una amiga y sigue de reojo las noticias de la guerra de Ucrania, conectadas con su situación económica, aunque ella cree que es todo “un chanchullo” de las élites. 

Cobra 1.100 euros y tiene que medir las compras y gastos con lupa porque en abril le subieron el alquiler de 650 a 800 euros en el barrio de Besòs de Barcelona. “¿Mudarme? Me pedirán 3.000 euros nada más de entrada y un montón de requisitos”, defiende, acorralada por las subidas y por un sueldo que, aun con el aumento del salario mínimo, sigue siendo exiguo para los gastos de ella y de su hijo de 22 años, que estudia por las mañanas y trabaja por las tardes para pagarse la academia y sus gastos personales. 

Empobrecimiento de los trabajadores

“Tenía unos ingresos extra limpiando las casas de unos abuelos, pero murieron”, explica Roxana. Su hija, educadora infantil, se ha ido a Finlandia a buscarse la vida después de acabar la carrera, pero Roxana cree que “para los mileuristas va a ser imposible tener hijos en la universidad” con el empobrecimiento precipitado de las clases trabajadoras por la subida de precios de vivienda, cesta básica y energía. 

 "Ya no enciendo otro electrodoméstico que no sea la nevera", afirma Roxana Hernández

Alberto Barros, dueño de los bares-restaurantes Casa Pagès y Cafè Pagès del barrio de Gràcia, antes veía situaciones como las de Roxana “por la televisión”. “Ahora puedo ser yo quien empiece a no poder poner el calefactor”, dice, agobiadísimo por las pérdidas del mes de septiembre del restaurante, y eso que lo ha tenido prácticamente lleno. Muestra la factura de la luz, de 2.400 euros, y la equivalente del año pasado, de 400 euros, y asegura que pese a facturar 60.000 euros ha perdido 6.000 por el aumento de los precios. 

Aunque cae rendido de agotamiento a las nueve de la noche cada día, se despierta con ansiedad casi cada día a las cuatro o cinco de la mañana. “Me pongo a mirar Instagram o Tiktok durante dos horas para distraerme hasta la hora de hacer el desayuno y llevar a los niños al colegio”, relata. 

A Alberto se le solapa esta crisis con la del covid, durante la cual estuvo “trabajando gratis” ante los intermitentes cierres y reducciones de aforos. Aunque ha recibido algunas ayudas, lleva “dos años y medio trampeando” y se encontró un nuevo susto al tener que pagar en la declaración de la renta gran parte de lo que se ahorró en seguridad social por tener a sus trabajadores en erte. Ahora, impera en él “un miedo absoluto”. 

La hipoteca también sube

Si la crisis de inflación y energética viene arrastrándose desde hace más de un año de la mano de la endémica subida de precios de alquiler, en los últimos meses un nuevo actor se ha sumado de repente: la subida del euríbor, que hace que se disparen las hipotecas por la subida de los tipos de interés impuesta por el Banco Central Europeo.”Tocaba revisión de la hipoteca en octubre y me encontré la alegría”, explica irónicamente Àlex Díaz, funcionario y vecino de Corberà de Llobregat, mostrando el recibo de 623 euros del 1 de octubre, 112 euros más que el mes anterior. 

"No solo es la hipoteca: está la luz, la cesta de la compra…Vamos acumulando algunas deudas, aplazamos compras y esperamos a que llegue la paga doble", afirma Álex Díaz

La mujer de Àlex trabaja como autónoma en el sector téxtil y tienen un hijo. La subida de los sueldos a funcionarios les supondrá 500 o 600 euros más de ingresos al año en casa -“bienvenidos será”-, pero los alrededor de 2.500 a 3.000 euros que entran en casa cada mes “antes bastaban” y ahora no del todo. “Si solo fuera la hipoteca aún, pero es todo: la luz, la cesta de la compra…Vamos acumulando algunas deudas, aplazamos compras, esperamos a que llegue la paga doble…”. 

"Sobrevivir me consume toda la energía"

En una situación similar se encuentra Iria Bouzas, de 45 años y vecina de Madrid, con un buen sueldo por encima de los 2.000 euros como comercial pero que tiene que afrontar gran parte de los 1.750 euros al mes que pagan por la residencia de su madre. Su marido, además, está en paro y tienen una hija de 2 años que alimentar. Le han subido la hipoteca 190 euros y la sensación de que van perdiendo poder adquisitivo no se frena. “Del ocio, olvídate. Un café de vez en cuando y poco más”, resume Iria, que calcula que la compra ha pasado de los 300 a los 500 euros mensuales en poco tiempo. 

“Estudié dos carreras, tengo un buen sueldo, pero no disfruto de nada. Todo se me va en sobrevivir y eso que vivo mejor que mucha gente”, reconoce Iria, que tiene la sensación de ser “títere de un sistema”. “Es un momento en el que no puedes arriesgar absolutamente nada, tienes mucho más miedo de seguir formándote o de hacer una inversión”, reflexiona. “Soy una mujer implicada en causas como el feminismo o el cambio climático, pero sobrevivir me consume todas las energías que podría dedicar a luchar por ellas”, completa. 

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