Dismorfia del selfi

"Me da pavor publicar fotos sin retocar": los filtros de Instagram impactan en la salud mental

Muchos tratamientos estéticos esconden problemas psicológicos no tratados

Los expertos piden protocolos para que la intervención estética no dependa solo del criterio del médico

Un grupo de jóvenes se hace un selfi

Un grupo de jóvenes se hace un selfi / 123RF

Miriam Ruiz Castro

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“Me genera pavor publicar una foto mía sin retocar”. La frase la pronunció Jedet, una actriz e 'influencer' a la que siguen en Instagram más de 460.000 personas. Como ella, miles de usuarios de redes sociales son incapaces de colgar una imagen de sí mismos que no haya pasado por un filtro que les quite el acné, les afine el mentón, les agrande los ojos o les deje una piel aterciopelada. Esa versión mejorada a golpe de clic hace que su propia percepción de su rostro se distorsione: las inseguridades aumentan y la autoestima baja. Y, en muchos casos, el destino final es una clínica estética para tratar de convertirla en realidad.

El sufrimiento por la autoimagen crece, y la psicóloga Mireia Cabero, directora de Cultura Emocional Pública, apunta a las redes sociales como el gran disparador: “Las fotos ya no las retocan las revistas del corazón o la publicidad, sino nosotros mismos. Y acabamos comparando esa imagen con la realidad, que obviamente sale perdiendo siempre”. Desde la UOC, Cabero ha estudiado la ‘dismorfia del selfi’, un nuevo tipo de trastorno dismórfico corporal (TDC) que consiste en operarse para parecerse a la imagen irreal de nuestras propias autofotos. Las asimetrías de sus ojos, su nariz, sus pómulos… se convierten en una obsesión y los pacientes terminan pasando por quirófano cuando lo que necesitan es terapia psicológica. “Ven imperfecciones y alteraciones físicas donde no las hay”, señala Cabero.

Redes y distorsiones

El psicólogo Fernando Azor cree que las redes sociales “potencian las distorsiones''. Y esto es especialmente grave en adolescentes y jóvenes, porque “son personas que aún no se han responsabilizado de sus inseguridades o miedos y es más fácil que acudan a la cirugía para intentar resolverlos”. Ello no quiere decir que no pueda hacerse un uso responsable de las redes, como señala el experto, pero en “personas con cierta tendencia obsesiva o compulsiva, se potenciará hasta dispararse o incluso descontrolarse”. Una investigación del Wall Street Journal reveló documentos internos de Meta, la matriz de Instagram, en los que la propia compañía reconocía que tres de cada diez chicas dicen que, “cuando se sienten mal con su cuerpo, Instagram les hace sentir peor”.

Por la consulta de Júlia Pascual, psicóloga sanitaria, pasan muchos jóvenes con trastornos alimentarios, y también con dismorfias de este tipo. “Pasan tantas horas en redes que confunden quiénes son. En las redes pueden evadirse y construir su avatar de percepción idealizada, con estos filtros, y quedan enamorados de esos. En la realidad pueden parecer unos impostores, y la decepción puede producir aislamiento”, explica. “La cirugía estética no se debe demonizar, puede ser una buena solución para mejorar nuestra autoestima. Pero si damos la solución quirúrgica antes de tiempo, si no se valora correctamente con quién, cómo y dónde lo vamos a hacer, esa solución se puede transformar en un gran problema”, explica la psicóloga. 

Protocolos psicológicos

Pascual está acostumbrada a trabajar con algunos cirujanos de referencia en la zona de forma bidireccional, en una especie de intercambio interconsulta para proteger al paciente. “Hay cinco preguntas que activan banderas rojas”, explica la psicóloga, y de su resultado debería depender la conveniencia o no de una intervención estética. El problema es que no todos los médicos estéticos tienen los mismos estándares éticos. “Si no se los hacen, se marchan a otro que no tenga tantos reparos”, dice Pascual. 

Cabero es partidaria de establecer protocolos rigurosos: “Dudo mucho que ahora los haya, porque intuyo que perderían muchas clientas”. Además, no todos los pacientes evidencian sus patologías a ojos no expertos: “La mayoría de las veces no hay un trastorno mental como tal sino un malestar emocional, y este no siempre sabemos cómo gestionarlo”. Para Azor, “sería razonable establecer unos test de ‘screening’, una especie de analítica general que permita ver si se requiere un examen más detallado”, aunque advierte de que “las pruebas de autoinforme son fácilmente falseables”. 

Límites médicos

Al otro lado, la dermatóloga Paloma Borregón cree que son los médicos quienes tienen que poner límites: “Si nosotros consentimos los tratamientos que piden los pacientes sin tener en cuenta las proporciones ideales de la cara, al final estamos haciendo caras que están como distorsionadas, y eso no deja de ser un problema psicológico. Son pacientes que no están a gusto con ninguno de los cambios que se hacen y siempre piden más y más”. 

La cirujana plástica Nélida Grande defiende que los profesionales estéticos reciban “sesiones de abordaje psicológico para detectar la dismorfofobia” para no empeorar un posible problema psicológico. “La medicina estética es, ante todo, medicina”, sostiene la doctora, “y la primera norma deontológica de la medicina es no hacer daño”.

Los peligros del “intrusismo” 

En diciembre de 2021, Sara se decidió a hacerse una liposucción a sus 39 años en un centro privado. Varias semanas después, Sara murió en el hospital a causa de las lesiones que sufrió en la operación. La familia habla de negligencia y asegura que el médico que la trató no estaba especializado en medicina estética, sino cardiovascular. El Congreso aprobó una proposición no de ley instando al Gobierno a coordinar con las comunidades autónomas la necesidad de que sea obligatoria la posesión del título de médico especialista.

Según los datos de SEME, solo dos de cada diez pacientes piden el número colegial a quien le realiza un tratamiento. La doctora Vega apunta a los jóvenes como los más propensos a “cometer una insensatez” y caer en manos de personal no autorizado “por su propia edad, que los predispone a ser menos críticos y más crédulos, porque son los que más tiempo pasan en las redes sociales y porque tienen economías más reducidas”. 

Una de esas 'influencers' que habla sin tapujos sobre cirugía estética en sus canales, Rosario Matthew, también usó esta vía para contar cómo con 19 años sufrió las consecuencias de una intervención que salió mal. “No tenía mucho dinero y quería labios ya, donde fuera y como fuera. Encontré un sitio medio clandestino que ponía labios por 160 euros y allá que fui”, explicó. El resultado fueron infecciones e inflamación de los tejidos. “Al final estás metiéndote en tu cuerpo productos y sustancias que a lo mejor ni siquiera han pasado un control sanitario”, insiste Nélida Vega.

La cirujana lamenta que no haya una regulación clara en la medicina estética: un médico formado con un máster ya puede practicarlo. Otra cosa es la cirugía plástica y reparadora, que debería estar en la formación MIR específica del cirujano que quiera practicarla: “Tienen que pedirse los títulos en cualquier hospital”, reclama.

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