Opinión | Entender más

Emma Riverola

Emma Riverola

Escritora

La mujer de la cuenta atrás

La escritora Emma Riverola se pone esta semana en la piel de una mujer atrapada en una inquietante lucha contra el reloj.

Cáncer de pecho

Cáncer de pecho / Konstantin Yuganov

Aún falta. Caramelizar la cebolla requiere paciencia. Le queda una media hora. La cuenta atrás ya se le ha instalado en el cerebro. Asoma la cabeza, todo bien. Los dos muy concentrados en los deberes. Recoge el lavaplatos. Vuelve a remover la cebolla. Unos 25 minutos. Quizá podría ordenar los cajones. Lleva tiempo posponiendo la tarea. Abre el superior. Lo cierra. No se ve con ánimo. Pero tampoco quiere quedarse quieta. ¿Leer? No, imposible concentrarse. Desde entonces, imposible. Puede poner fecha a ese entonces.  

Llegó con la cabeza empachada de asuntos pendientes. ¡Las peras! Tenía que comprarlas antes de llegar a casa. Al día siguiente tocaba fruta en el desayuno, lo habían acordado en la reunión del AMPA del colegio. Se le escapó un suspiro. Estaba cansada, y sabía que dormiría poco. Se había enviado el documento para revisarlo en casa. ¿Lo había hecho? Vistazo rápido al buzón del correo electrónico y sí, qué alivio. Esta visita le iba fatal. De hecho, había estado a punto de cancelarla. Pero se obligó a acudir. Y, claro, ya llevaba más de un cuarto de hora de espera. Programó una alarma en el móvil, por las peras. Justo oyó su nombre.  

¿Desde cuándo tienes molestias en el pezón? No supo responder. Su cabeza estaba llena de plazos y fechas, pero esta no la recordaba. Por un segundo, su mente empezó a vagar por todas las tareas pendientes, hasta que su mirada se topó con la de la ginecóloga. Mamografía, ecografía y biopsia por vía de urgencia. Y esas palabras se convirtieron en una suerte de comecocos. Indefectiblemente, se zampaban el resto de los términos agendados. Las peras, los documentos y las horas de sueño triturados por unos parásitos hambrientos de tiempo.  

De prueba en prueba

La urgencia funcionó. En una semana se vio de nuevo en una sala de espera. Esta vez, su mente no revoloteó por las tareas pendientes. Mantente serena, se ordenaba con cadencia sincopada. De prueba en prueba, superó la yincana del disimulo. Ahora solo quedaba esperar los resultados. Pero aquella mirada…  

Ya ha ordenado el cajón. No era para tanto, ha sido un momento. Otra ojeada a la cebolla. 20 minutos. A por el siguiente, el de los trapos. ¿Por qué siempre están tan revueltos? Se lo pregunta y se responde a sí misma: por su culpa. Es lo que tiene ir siempre midiendo los minutos. A veces, tiene que correr para cumplir con su cronómetro particular. Planificación y planificación, la obsesión del despistado. Esta vez también lo está haciendo. Se ha convertido en la protagonista de aquella película de Coixet que tanto le gusta, una de sus preferidas: ‘Mi vida sin mí’. 

El grupo de WhatsApp de las amigas del gimnasio se ha teñido de rosa. Unos calcetines con corazón, camisetas con mensaje, lemas almibarados o belicosos. Ya nada lo lee igual, reconoce. Es lo que ocurre cuando los días internacionales se transforman en particulares

En diez minutitos apagará el fuego y dejará que la cebolla acabe de pocharse con el calor residual. No se lo ha contado a nadie. No, hasta que tenga el resultado. Necesita sentir que lo tiene todo previsto. Se acuerda de aquella llamada de su amiga María José. Te llamo llorada -le soltó-, así que no me montes una escena. Ya ha llovido mucho desde entonces, y todo acabó bien.

También lo suyo, se anima. E inmediatamente se pone en alerta. El miércoles sabrá el resultado. Hasta entonces, no se permite dejarse arrastrar por el optimismo, tampoco por el pesimismo. Es, como siempre, la necesidad de tenerlo todo planeado. Por si acaso. Y por eso anoche se cubrió el pelo con un pañuelo y se miró al espejo, tratando de acostumbrarse.

También por si acaso ha estado buscando información en las redes. Asociaciones. Ayudas. Tratamientos… Planes y más planes adecuados a cada uno de los pronósticos. Incluso ha leído una guía de cómo contárselo a los niños. También ha estado haciendo números. Años, necesita unos cuantos años más.  

Revisa el móvil. El grupo de WhatsApp de las amigas del gimnasio se ha teñido de rosa. Unos calcetines con corazón, camisetas con mensaje, lemas almibarados o belicosos. Ya nada lo lee igual, reconoce. Es lo que ocurre cuando los días internacionales se transforman en particulares. Apaga el fogón. Inspira, la cebolla le ha quedado de maravilla. Al menos, esta cuenta atrás se acabó. 

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