Novedad editorial

Frans de Waal, primatólogo: "La violación es excepcional en el reino animal"

Regresa a las librerías todo un macho alfa de la etología (en el auténtico sentido del término) para atemperar debates como la lgtbifobia, el género, el 'mainspreading', la pauperización de la política...

Barcelona 12/05/2014 Barcelona Primatologo Frans de Waal presenta en el Zoo de Barcelona un libro sobre bonobos, en la foto frente los chimpances. Foto de RICARD CUGAT

Barcelona 12/05/2014 Barcelona Primatologo Frans de Waal presenta en el Zoo de Barcelona un libro sobre bonobos, en la foto frente los chimpances. Foto de RICARD CUGAT / RICARD CUGAT

Carles Cols

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Las mejillas de los orangutanes son la repanocha del mundo animal. Le crecen solo a los machos dominantes, vamos, a los que son dueños de un territorio y, por ende, de un harén esparcido por la selva al que solo visita para la cópula. Los pelirrojos de las selvas de Borneo son grandes solitarios. Cuando uno de ellos muere o flaquea le crecen las mejillas al aspirante al trono mejor posicionado, pura magia potagia si se tiene en cuenta eso, que no viven en comunidad. El caso es que en un zoo era motivo de gran misterio por qué al orangután más imponente del lugar no se le desarrollaban los mofletes. El veterinario no encontraba respuesta. Lo visitaba cada día en busca de novedades. Nada. Hasta que se jubiló. Por lo que parece le intimidaba la presencia del veterinario.

Es esa una de las decenas de fenomenales historias que cuenta en su último libro Frans de Waal, primatólogo mayúsculo de la escena internacional, todo un macho alfa en la correcta acepción de ese controvertido término (luego verán por qué), que lo ha sacado de imprenta bajo el título ‘Diferentes’ (Tusquets) y con la promesa de revelar qué nos enseñan los primates sobre las cuestiones de género, sobre el universo lgtbi, sobre la violencia machista, sobre la degradación de la política, sobre el ‘manspreading’ o, dicho de otro modo, el mal gusto masculino de sentarse en el metro y el bus con un exhibicionista despatarre y, todo ello, además, salpimentado con sorprendentes desdichas como la de aquel orangután del zoo que había cedido el cetro del trono a un simple veterinario sesentón.

Lo de comenzar esta reseña de ‘Diferentes’ con una historia de orangutanes no ha sido por sorteo. Tiene su motivación. Del reino animal se han observado todo tipo de comportamientos. Por ejemplo, cuenta De Waal que hay como poco 450 especies en las que la homosexualidad es habitual. También son certificables comportamientos que a menudo se consideran exclusivamente humanos, como la compasión. E incluso en un libro anterior, ‘El bonobo y los 10 mandamientos’, este primatólogo holandés sostenía que los grandes simios practican algo parecido a una cierta religiosidad.

--Pero luego está, dice usted en su libro, lo rarísimamente constatado, como la violación.

--Así es. La violación es excepcional en el reino animal. En los primates, lo vemos, es cierto, en los orangutanes, en machos adolescentes, pero en muy pocas otras especies, y fuera de los primates también es aún más raro. En los humanos puede ser promovido por nuestros arreglos familiares, donde colocamos a cada familia en su propia choza o casa, lo que permite que los machos ejerzan el control. Durante la crisis del covid, por ejemplo, aumentó el abuso doméstico ya que la gente estaba encerrada en casa. Esto no explica todas las violaciones humanas, por supuesto, pero está claro que el mejor antídoto contra las violaciones por parte de los hombres es la solidaridad de las mujeres, que a menudo se ve impedida por nuestra manera de convivir.

De Wall es un reputado primatólogo pero es sobre todo (si así se puede decir) un sobresaliente bonobólogo, un investigador de la especie de gran simio menos habitual en los documentales de La 2, los bonobos, los también llamados chimpacés de izquierdas, una especie cuya vida en comunidad ruboriza incluso a National Geographic porque, ¡ay!, desdeña el siempre muy televisivo uso de la violencia para dirimir sus disputas y prefiere el sexo sin fronteras como lubricante de sus relaciones sociales.

Los bonobos son preferentemente una sociedad matriarcal. Eso ya podría ser presentado como un argumento de por qué la violación es inimaginable en esa especie. Pero también es una excepción en otras especies, lo cual invita a desgranar cuál es, según de Waal, lo que verdaderamente es un macho alfa, o hembra, que también las hay.

Hay que ir por partes. Del autor hay que conocer tres episodios biográficos que, según se mire, son tres borrones en su currículum. No los esconde. Es lo que tiene ser un macho alfa de la primatología.

Primero. Una insensatez de juventud. Visto que los chimpancés tratan distinto a los investigadores de campo que a las investigadoras, y que incluso algún que otro orangután ha pretendido propasarse más allá de los límites de su especie, De Waal y un colega se travistieron un día como parte de un experimento para ver qué pasaba. No sucedió nada más allá de demostrar que los chimpancés no son tan tontos como para caer en esa trampa.

Segundo. Puede parecer un deshonor, pero De Waal ganó en 1992 un Ig Nobel, o sea, la rechifla de los solemnes Nobel de verdad. Investigó y publicó por los canales científicos exigibles que los chimpancés son capaces de identificar a otros congéneres simplemente viendo fotos de sus culos. Ningún bípedo, como nosotros, debería reírse por ello y menos si ha leído aquel memorable y discutible ‘best seller’ que fue en los años 60 ‘El mono desnudo’, de Desmond Morris, que reparó en lo extraño que era que, en la gran familia de los hominoideos, los humanos sean los únicos, a diferencia de lo que ocurre con chimpancés, gorilas, bonobos y orangutanes, que tienen labios carnosos, narices grandes y, en el caso de las hembras, pechos voluminosos. Sostenía Morris que tras el bipedismo, esas tres características venían a ocupar simbólicamente, por ese orden, el lugar que antes era propio de las vulvas, los penes y los pechos. Morris, queda claro, es un caso aparte.

El tercer borrón en la biografía de De Waal es el más interesante. Se autoinculpa de haber publicado en el año 2000 ‘La política de los chimpancés’, un libro que se malinterpretó en las altas esferas políticas de Estados Unidos. El congresista republicano Newt Gingrich lo recomendó a sus colegas de partido para que aprendieran a ser auténticos machos alfa de la política. Qué descomunal error.

Donald Trump y Kim Jong-un, con un lenguaje corporal que De Waal invita a buscar en los machos alfa de otros grandes simio.

Donald Trump y Kim Jong-un, con un lenguaje corporal que De Waal invita a buscar en los machos alfa de otros grandes simio. / EFE / YONHAP

“Ningún bravucón debería ser llamado macho alfa, ni que fuera solo por respeto a los chimpancés que ocupan ese puesto en el grupo”, dice. Su función real en el reino animal es velar por la salud general del grupo y garantizar que el alimento se reparte equitativamente. “En realidad, los primates son los políticos que anhelamos”. La comparación es menos descabellada de lo que parece. Explica que cuando algún joven macho aspira al puesto de alfa, es incluso cariñoso con las crías de las hembras. Si fuera un político, lo alzaría en brazos.

--Curioso. Hacen campaña y, sobre todo, cuando hay ‘elecciones’ en la selva pierden el poder. En ese sentido, y ya que es una materia de gran actualidad estos días en Reino Unido, la monarquía podría considerarse una anomalía etológica.

--Los humanos son realmente buenos para aferrarse al poder. En los demás primates, el orden de dominancia cambia cuando los individuos envejecen o mueren, y son reemplazados por individuos más jóvenes y vigorosos. El parentesco perpetúa el sistema en el sentido de que ciertos individuos tienen más apoyo que otros, pero esto no dura para siempre. Nosotros, los humanos, somos una especie simbólica, por lo que rodeamos el poder con símbolos e historias y decimos, por ejemplo, que nuestro poder proviene de Dios o de nuestra familia de sangre azul, y la población es lo suficientemente estúpida como para caer en esta estafa. La sangre azul no existe y si Dios está de tu lado es solo una cuestión de opinión. Entonces, una monarquía es una anomalía pero típicamente humana basada en argumentos sin sentido.

--Ya que estamos en ello…, en ocasiones, según como son presentados algunos documentales de vida salvaje, uno cree intuir la trama de las tragedias shakespearianas.

--Es que en realidad todo lo que aparece en esas obras, la atracción sexual, los celos, el dolor, la venganza, la lealtad, es más antiguo que nuestra propia especie. Shakespeare aprovechó, por supuesto sin saberlo, la psicología de los primates para escribir sus grandes obras.

A De Waal habrá quien, llegados a este punto, le podrá criticar esa mirada tan etológica del comportamiento humano. Es este un viejo debate. Una inteligencia superior (bueno, eso dicen) debe ser estudiada desde otras disciplinas académicas. En este sentido es interesante el breve pero jugoso repaso que en el libro realiza el autor a cómo los grandes filósofos de la historia, por ejemplo, han retratado a la mitad de la Humanidad, o sea, las mujeres. Ahí está Schopnhauer, para quien ellas siguen siendo niñas toda la vida. O Hegel, que aunque no queda muy claro qué quería decir, sostenía que “el hombre se corresponde con los animales, mientras que la mujer se corresponde con las plantas”. Incluso Darwin, no filósofo pero sí un buen observador de la realidad, descartaba que las mujeres pudieran igualar intelectualmente a los hombres.

No es una andanada gratuita. El eje del libro, lo dicho al principio, es qué nos dice el reino animal de las cuestiones actualmente a debate, sobre el género, el feminismo, la violencia machista o, si se desea, incluso qué es un clítoris, ese nudo de terminaciones nerviosas que el biólogo evolucionista Stephen Jay Gould se atrevió a definir como “un glorioso accidente”, como si fuera un error que estuviera ahí.

El libro, en resumen, es una nutritiva y muy variada ensalada de información, aderezada con deliciosas anécdotas. Y ya que el texto comenzaba con una, qué mejor que terminar con otra. Cuenta De Waal lo que se observó tras visionar decenas de videos en los que hombres de negocios se daban la mano para saludarse, en congresos o en reuniones de trabajo, tanto da. Lo interesante venía después. De forma a veces imperceptible y seguro que inconsciente, la mayoría se tocaba en un momento u otro la nariz. Eso hacen los grandes simios también para saber quién manda. Qué lastima que la entrevista con De Waal haya sido telemática.