Colectivos vulnerables

"He sobrevivido 30 años en la calle gracias a mi perro"

Antonio García empieza a hacerse a su nueva vida en un piso: "Aún no me lo creo, me cuesta dormir en la cama"

Antonio mira a través de la ventana de su nuevo piso.

Antonio mira a través de la ventana de su nuevo piso. / Jordi Cotrina

Elisenda Colell

Elisenda Colell

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Tiene 54 años pero es como si hubiera vivido cien vidas. Su historia da para varias novelas. Antonio García ha vivido en la calle de Barcelona desde los 24 años, tres décadas. "Lo 'heavy' es que haya sobrevivido", puntaliza. Ha dormido en las playas, en las escaleras del edificio de Correos, en cajeros, en la plaza Reial, en habitaciones de contadores y en el pasaje del Reloj. De ahí fue expulsado cuando construyeron un aparcamiento de bicicletas.

Desde un piso facilitado por la fundación Arrels, un lugar al que se está acostumbrando a descansar, hace recuento de todas las personas que ha conocido en estos 30 años en la calle, con sus correspondientes apodos. Todos muertos. El último gran compañero que falleció fue Blanco, un perro lobo de Groenlandia, que le empujó a seguir viviendo cuando la vida se volvía de color negro. "Que dejen de poner dinero en cambiar las calles y se lo den a la gente que lo está pasando mal, que hay mucha", implora a los políticos.

Hace tres meses que Antonio entró en el primer piso que está a su nombre. "Aún no me lo creo, que esto sea mío... es muy difícil hacerse la idea. Llevo tres meses y solo he dormido tres noches en la cama... me cuesta acostumbrarme", explica. Ha vivido 30 años en la escala más baja de la sociedad. Se ha amoldado al asfalto de Barcelona. Solo así se sobrevive. "Tienes que amoldarte porque no hay otra, cuando se te cierran todas las puertas y no tienes dónde cogerte tienes que adaptarte. Si no, o te pasas el día llorando o te pegas un tiro. Y yo no quiero ni una cosa ni la otra", sigue. En la calle se ha enamorado, se ha decepcionado, se ha drogado, se ha desintoxicado, ha hecho amigos y enemigos.

La muerte del padre

Pero Antonio nació en Sant Boi, en una familia de nueve hermanos de los que solo cinco siguen con vida. Creció en el barrio de Marianao, justo el lugar donde su vida se desplomó. El inicio de todo el sufrimiento lo sitúa con la muerte de su padre. "Fue una tuberculosis mal curada", explica él. "Yo estaba las 24 horas con él. Le cuidaba, estaba con él en el hospital, le hacía de todo. Y cuando murió en mis brazos caí en picado", explica. Primero fue la ludopatía y luego la heroína. Era 1992. El año de los Juegos Olímpicos, que García se lo pasó siendo hamaquero en la playa de Sitges. "Allí fue cuando empecé a dormir en la playa. Primero una noche, luego otra y te acabas adaptando a eso", cuenta. Está prácticamente peleado con sus hermanos, y a su madre no la quiere preocupar. "Hace tres años les di mi número de móvil y ¿sabes qué? Nunca me llamaron", dice.

Antonio sobre su nueva cama.

Antonio García sobre su nueva cama. / JORDI COTRINA

En la calle y trabajando

Lo curioso de su historia es que los primeros diez años que estuvo viviendo en la calle los pasó trabajando. "El problema es que no tenía contrato ni nada, entonces sabes que un día trabajas pero al siguiente no lo sabes", dice. Recuerda a su empleador, Juan El Tramposo, le llama. Tramposo por lo de no hacerle contrato, y por pagarle mal. "Un día quizás dormía en una habitación, pero luego la otra ya no tenía dinero y me tenía que ir a la calle", sigue. A éste le siguieron otros trabajos similares. Logró dejar la adicción a la heroína, pero la situación de extrema pobreza jamás cambió. Hasta que ocurrió algo peor: tres hernias discales que le impedían trabajar. "Eso fue lo más duro, que no podía trabajar, pero no me dieron ninguna ayuda, la primera que cobré fue hace tres años", cuenta. Eso fue la caída a los infiernos.

Durante todo ese tiempo Juan ha estado viviendo en infinidad de lugares arropado con una manta y un edredón. "Lo importante es ir en grupo, para cuidarse unos a otros", cuenta. Compartía cajero con Rosario, la mujer a la que quemaron viva tres adolescentes. "Me podía haber tocado a mí", piensa en voz alta. De la calle dice recordar buenos amigos. El vecindario, depende. "La última época dormía en el pasaje del Reloj, pero los vecinos no me querían allí y llamaban a la Guardia Urbana, decían que no querían que sus hijos me vieran", explica.

La mirada de los demás es también algo importante. "La gente te mira por encima del hombro... pero cada vez menos. Muchos se tienen que replantear las cosas porque están viviendo lo que ya has pasado, están más cerca del abismo", cuenta. Pero en la calle, dice, también hay buena gente. Muchas personas le han ayudado para poder comer al menos una vez al día. Otros, le regalaron un perro, Blanco, que le cambió la vida.

El perro en el recuerdo

"Blanco era mi familia, era mi compañero de vida, mi mejor amigo", explica emocionado. Un perro lobo de Groenlandia, con un precioso pelaje blanco, que ahora tiene tatuado en el pecho. Lo sacrificaron en octubre de 2021. "Me ayudó a tirar para adelante", explica emocionado. Un perro que, a ojos de los servicios sociales, le cerraba muchas puertas. "Te dicen que con un perro no puedes ir a los albergues ni las pensiones ni nada", sigue. Por él siguió en el asfalto. Tampoco nadie oyó su petición de un piso social que lleva 12 años esperando en el patronato de vivienda de Barcelona.

Antonio cuelga una fotografía en la que aparece junto a su perro Blanco.

Antonio García cuelga una fotografía en la que aparece junto a su perro Blanco. / JORDI COTRINA

No tocó un techo hasta que en verano de 2021 Antonio contrajo el covid. Allí sus caminos se separaron. Blanco se fue con otra familia mientras Antonio se recuperaba en el Hospital del Mar, después en el Hotel Salut, y finalmente en una pensión.

El can fue sacrificado. "Es verdad que Blanco estaba mal, pero es que ni me avisaron". Del perro ahora queda una foto que hace más de tres años tomó el fotoperiodista Emilio Morenatti. Ambos están frente al mar, de espaldas. "Yo allí vivía en un cuarto de contadores, y Blanco podía usar el terrado". Este martes, Antonio ha colgado la foto en el comedor en su nuevo piso. "Habrá que decorar el piso con lo que yo he sido ¿no?", dice emocionado.

Suscríbete para seguir leyendo