Vecinos ante el fuego

Unos héroes en John Deere: así se coordinó Vera de Moncayo contra el incendio

Una brigada vecinal y una docena de tractores comandados por el alcalde labraron los rastrojos, limpiaron las acequias y apagaron llamas con sulfatadoras y ramas de almendro para librar al municipio del avance del fuego

Parte de la brigada vecinal que luchó contra las llamas en Vera de Moncayo, en un campo calcinado junto al Monasterio de Veruela.

Parte de la brigada vecinal que luchó contra las llamas en Vera de Moncayo, en un campo calcinado junto al Monasterio de Veruela. / M.C.L.

M. Calvo Lamana

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"¿Miedo? A uno no le da tiempo a tener tener miedo, hombre. No te da para pensar en eso. Es todo coraje y rabia, ese era nuestro combustible. Y eso que alguno salió entre las llamas a toda pastilla". En las peores horas del incendio del Moncayo, cuando la incertidumbre y el

fuego

arrasaban las tierras de Bécquer en la tarde del sábado, las gentes de Vera de Moncayo (así como los de El Buste, Alcalá y un largo etcétera) se calzaron sus monos, se echaron a la espalda sulfatadoras y ramas de almendro y se subieron a los tractores mientras el pueblo sufría un desalojo frenético.

Había que salvar los hogares de las más de 500 personas que viven allí en verano mientras las lenguas de fuego cercaban el municipio. Lo lograron, pero no sin riesgo, pues las llamas se desplazaban "como un atleta" de un lado a otro, cercando a la docena de tractores y a la veintena de moncaínos que veían como el fuego les rodeaba. Aquí debería deslizarse una extensa lista con los nombres de todos los voluntarios que acudieron desde Ambel, Tarazona y otros municipios de la comarca a la llamada de socorro de los vereños. Pero insisten una y otra vez en que no quieren que sea así.

Los vecinos de la brigada que

El Periódico de Aragón

ha podido reunir a orillas del Monasterio de Veruela prefieren el anonimato a que alguno de los héroes se quede sin su reconocimiento. "Di solo que el 'comandante en jefe' fue el alcalde", repiten de forma unánime la docena de pastores, agricultores, ganaderos, alguaciles, electricistas y un sinfín de oficios más. En definitiva, gentes normales de cualquier localidad moncaína que se arriesgaron -desdicha fuerte- a perder la vida por salvar los pueblos.

En cuanto tuvieron noticias del galopante avance del fuego, la brigada se puso manos a la obra. Fue a eso de las siete de la tarde. Los tractores surcaban las llamaradas mientras labraban los montes bajos. El objetivo era crear cortafuegos de forma inmediata mientras los equipos de extinción profesionales llegaban a la zona. "Colaborar en todo lo que se pudiera", resume uno de los miembros. Las tareas a bordo de las máquinas duraron hasta la noche. Fue entonces cuando la brigada fue a pie, en la oscuridad del cielo, alejando las llamas con mangueras conectadas a una cuba de agua, a ramazos o con sulfatadoras.

Las horas pasaban y los cuerpos comenzaron a caer rendidos. Algunos vomitaban, a otros se les quemó algo de pelo. Pero ahora, tras el titánico esfuerzo, los voluntarios contemplan su hazaña. Todo lo que quedó al suroeste del monasterio de Veruela está arrasado. Esperpéntico. También la parte anversa del municipio, aunque en menor medida. Sin embargo, las llamas no tocaron apenas el casco urbano, aparte del restaurante La Corza Blanca y una pequeña urbanización junto al establecimiento.

En cuanto pasó la primera noche, la brigada estableció un puesto municipal de vigilancia en una peña desde donde divisaban todo el perímetro municipal. Fue así como se coordinaron. Si el avistador veía una columna de humo, alertaba a los brigadistas y estos iban a sofocar el fuego. Si era de consideración, de inmediato se avisaba a los equipos de extinción que trabajaban monte arriba para que los profesionales se encargaran del frente.

Mientras hubo cobertura, se comunicaron por teléfono móvil. Pero la conexión era intermitente, por lo que fue una pieza clave la ayuda de los radioaficionados, que a través de 'walkies' mantuvieron un canal de comunicación abierto entre los oteadores y los que estaban en primera línea.

"Yo lo único que puedo sentir es orgullo por estas personas que se han jugado la vida por salvar el pueblo"

Pero no solo se dedicaron los vecinos a apagar conatos y crear cortafuegos. En la madrugada del domingo, la acequia de la balsa de Vera quedó completamente anegada por las ramas arrancadas por el fuerte viento. Si no bajaba el agua, los bomberos forestales no podían recargar sus camiones. Y allí que se dirigió una pareja de estos valientes, en mitad de la noche cerrada, a quitar el tapón que anegaba el cauce del recurso imprescindible para las labores de extinción. Además, muchos amigos de los vereños acudieron raudos a la ayuda para salvar a los animales de las perreras y las granjas. La zona no tuvo que lamentar pérdidas de calado más allá de la catastrófica asfixia de un ganado de 400 ovejas en Alcalá de Moncayo.

Es más, en algunas ocasiones, cuando los bomberos forestales o los efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) se perdían por los sinuosos caminos del Moncayo, fueron los agricultores quienes les guiaron hacia los frentes del incendio. "Yo lo único que puedo sentir es orgullo por estas personas que se han jugado la vida por salvar el pueblo", decía Ángel Bonel, el alcalde de Vera de Moncayo y cabecilla de esta resistencia vecinal ante el avance del fuego. El pueblo está salvado. La brigada respira.

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