Gran fuego del verano
"Mi casa son cenizas, no ha quedado nada": el trágico regreso a casa de los vecinos del incendio del Bages
Los vecinos lamenta la falta de limpieza forestal de la zona pero el alcalde defiende que en invierno se limpiaron los alrecedores de la urbanización
Elisenda Colell
Redactora
Periodista de desigualdades y exclusión social crecida en la redacción de informativos de la Cadena SER en Catalunya. Nací en Viu Comunicació y Cugat.cat.
"Lo que antes eran árboles ahora son palos quemados. Las casas son todas negras y los cables de la luz están desparramados por el suelo. Los coches están quemados... está todo destrozado: no ha quedado nada", explica Núria Ferrer con la piel erizada después de volver de la urbanización River Park, en El Pont de Vilomara (Bages). Esta una de las urbanizaciones más afectadas por el incendio que quema desde el domingo en la comarca del Bages y que ha convertido en cenizas más de 1.743 hectáreas. Los bomberos ya lo han dado por estabilizado pero los daños causados son desoladores. Roberto García se ha quedado sin casa. "¿Dónde viviremos?", se pregunta.
El fuego ha afectado cuatro municipios: Talamanca, Sant Fruitós de Bages, Sant Vicenç de Castellet, El Pont de Vilomara i Rocafort. Los 80 vecinos de Rocafort han estado más de 24 horas confinados en casa (igual que los vecinos de la urbanización Les Brucardes, de Sant Fruitós de Bages) y los 150 vecinos desalojados de la urbanización River Park siguen desalmados deambulando por las calles del pueblo. Es la una de la tarde y el calor es insoportable. El frenesí de los equipos de extinción de incendios es constante. Nadie se acuerda de que hoy era fiesta mayor. Los llantos, los abrazos y los suspiros sustituyen la música de la orquestra y dan un alcance de cómo las llamas han impactado a los habitantes.
Ferrer habla temblando y con un hilo de voz. Ha sido de los pocos vecinos que han podido regresar a casa. "Te queda una sensación de rabia, de impotencia... Es que no ha quedado nada", sigue. "Solo son unas 15 casas que están intactas. El resto es una ruina", cuenta. Ha entrada acompañada de los agentes rurales y por motivos de causa mayor. Otro vecino, por ejemplo, necesitaba recuperar un respirador. O David y Dolores, que querían saber si sus animales domésticos, atrapados dentro del domicilio, seguían vivos.
Recuerdos calcinados
"Lo que más me duele son los recuerdos que se han quedado allí y no recuperaré", dice desolado Roberto García. Lleva una gorra y tiene la mirada perdida. Es viudo y padre de una niña de 11 años. "Ya me han dicho que no hay techo... que son todo cenizas", explica. Su casa, de una planta y con un verde jardín que hoy son grises cenizas, estaba forrada en madera. "El fuego entró por la ventana y se lo ha cargado todo", explica. Ha pasado la noche en el pabellón municipal. "Es que no tengo adónde ir... ¿Qué haremos ahora?", dice. García aún estaba pagando la hipoteca.
"Me lo tomo como puedo, por la niña tiene todo allí: los libros, los deberes, el ordenador...", sigue. Resignado, mira al frente. "De peores hemos salido", responde esperanzado. Hace seis años, el fallecimiento de su mujer por un cáncer ya le hizo tambalear toda su vida. "Pensaba que no tendría que soportar otro palo", suelta cabizbajo. Apenas logra pensar en toda la documentación que puede haber desaparecido: las escrituras de la casa, el libro de familia, la ropa. Solo recuerda una: los discos duros con las fotos de toda una vida.
Sus vecinos tratan de animarle. Asunción Blanco, 'Conchita', sujeta a su perra maya en frente de las puertas del polideportivo municipal. Ella vio cómo el domingo las llamas se acercaban a su casa. "Estaba tendiendo la ropa y empecé a llamar a mi marido que viniera. Estaba tan nerviosa que se me rompieron las gafas... Aquello era como estar en el infierno", sigue. Pasó la noche en casa de su hermana, donde también está su otro perro de ocho años.
"Estoy tranquila porque pude salvar a los perros... Pero allí siguen las fotos y la ropa de mi hijo", dice con los ojos rojos, al punto del llanto. "Se murió cuando tenía 14 años, pero yo tenía todas sus cosas allí guardadas". No sabe si su casa sigue en pie y, por lo tanto, si los recuerdos de si hijo fallecido estarán allí cuando vuelva. Al cabo de unas horas, saluda con media sonrisa. "El jardín y la piscina sí que están quemados, pero al menos la casa está bien".
David no puede articular palabra. Le tiemblan los labios y solo reza por su gata. "De momento hay mucho enfado, pero empezarán a salir cuadros de ansiedad en cuanto vayan a sus casas y vean la situación", asegura Carme Espelt, psicóloga de Cardona trasladada hasta El Pont de Vilomara para atender a los afectados. En total, han sido 150 atenciones médicas, muchas por ansiedad y otras por ayudas con la medicación. Pero el enfado que ha visto la psicóloga es mayúsculo. Los vecinos han abucheado al alcalde, Enric Campàs en la primera reunión de atendidos. "No saben decirnos que casas están quemadas. Y es que hace tiempo que avisamos, no limpian el bosque: aquello era un polvorín, estaba cantado que iba a pasar", critica Gerard Candel uno de los vecinos afectados que ha tenido que dejar su casa. Se ha levantado a los 30 minutos del encuentro. "No aguantaba más".
Un polvorín
Unas críticas que pronuncian muchos vecinos, y más cuando a las tres de la mañana vieron como quemaba el otro lado del monte, dirección Manresa, que seguía intacto. Los vecinos se postran en la plaza de la iglesia con el corazón en el pecho. Al fin ese fuego también se estabilizó. Ahora solo queda el miedo y el temor. A finales de la tarde, el alcalde se defendió de los abucheos. Recordó que en 2018, con fondos de la Diputación de Barcelona, se limpió el perímetro de la urbanización (25 metros de ancho) y en invierno de 2021 hicieron otra limpieza de mantenimiento.
Fuera del polideportivo varios niños juegan mientras esperan a sus padres. "¿Y tu casa se ha quemado?", pregunta Elisa, de 5 añitos, a los otros niños que corretean entre voluntarios y camas improvisadas de la Cruz Roja. "Ayer sí que tuve miedo, hoy he dormido en casa de mi tía", dice la niña. Xenia, otra menor, hace hincapié en un dato. "Ayer era mi cumpleaños, cumplí 9 años". Nadie se acuerda ya de la celebración. Tuvo que suspenderse. A la cría y sus padres les tocó huir con lo puesto. Pero a ella esta fecha, su noveno aniversario, jamás se le olvidará. El día que sobrevivió al infierno.
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