Curiosidades

La sidra maldita del siglo XIX: del cura que pidió una ley seca al alcalde que alertó sobre el cólera

Un estudio de la Cátedra de la Sidra firmado por José Manuel Fernández Prieto recupera la demonización que en el siglo XIX se hacía del consumo sidrero por parte de las clases populares

El hándicap de la sidra: "La botella se vende a 2,9 euros y el camarero tiene que ir seis veces a la mesa; una copa de vino la pones y te olvidas"

El hándicap de la sidra: "La botella se vende a 2,9 euros y el camarero tiene que ir seis veces a la mesa; una copa de vino la pones y te olvidas"

Eduardo Lagar

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El alcalde de Oviedo temía a la

sidra

como al cólera. El 26 de octubre de 1865, el periódico “La Joven Asturias” publicaba un edicto del munícipe ovetense Victoriano Argüelles prohibiendo el consumo de sidra en la ciudad para evitar la extensión de la epidemia de cólera “que aflige a otras poblaciones del interior del Reino”. Al parecer, y según el bando del alcalde, aquella Vetusta que todavía no lo era (Clarín era aún un anónimo estudiante universitario) andaba “sobreexcitada” por la aparición de un “sujeto atacado por un cólico en la mañana de ayer”. Y aunque el sujeto mejoraba, parecía “evidente” de que la enfermedad “no pudo tener otro origen que el uso indiscreto de alimentos y bebidas perniciosas”. Así que el alcalde dictó la “ley seca” de sidra en

Oviedo

.

Este sucedido ha sido rescatado de la prensa del momento por José Manuel Fernández Prieto para su estudio “El sector sidrero asturiano (1814-1875), y su tratamiento en la prensa”, un trabajo editado por la Cátedra de la Sidra de Asturias, dirigida por el historiador Luis Benito García y que forma el número dos de su serie de cuadernos sobre la cultura sidrera en Asturias, que muy previsiblemente se convertirá en patrimonio inmaterial de la humanidad declarado por la

UNESCO

, toda vez que ha logrado convertirse en la única candidatura que presentará España al próximo proceso de selección. En este pequeño volumen, fruto de la beca/premio de investigación de la Cátedra de la Sidra de la Universidad de Oviedo, queda claro que la bebida asturiana por antonomasia estaba un tanto criminalizada a mediados del siglo anterior. Y cuando no era culpable de los contagios por cólera, se la responsabilizaba de cosas mucho peores, como la propagación de la alegría y el pensamiento crítico entre las clases populares, sus principales consumidores. “En la prensa de la época se refleja la demonización de la sidra por la perniciosa sociabilidad que proporcionaba y que, según algunos, podía resultar perjudicial para las clases bajas. Digamos que la sidra, por su baja graduación, entre las clases populares caldeaba los ánimos pero suscitaba consensos más amplios que el aguardiente, que a la media hora de tomarlo ya no sabía uno lo que estaba haciendo”, apunta Luis Benito García con ironía.

Se ve que la sidra era enemiga de las clases dominantes, que la veían como un repelente del control social que pretendían ejercer. De nuevo en “La Joven Asturias”, en ese mismo año 1865, se lamentaban del “profundo dolor” que causaban entre los responsables de aquel diario “los espectáculos que de continuo ofrecen las tabernas, esos sombríos lugares elegidos por el artesano y el labrador para derrochar sin provecho suyo y en manifiesto perjuicio de sus pobres familias, el fruto de sus penosos afanes”. Este diario -que de “joven” debía tener muy poco- la había tomado con la bebida regional que, a sus ojos, era más bien el veneno para Asturias. Según aquella línea editorial eran los chigres foco principal de la destrucción de la economía asturiana ya que “el bracero que pase el día en la taberna, gasta una peseta y deja de ganar otra”. Eran tiempos en los que, claro, Asturias aún no vivía de la hostelería. Los autores de aquella páginas, miraban al que se enfilaba y veían esto: “Despierta en nosotros lástima, ya que no profunda indignación, la presencia de cualquier embriagado, que ora solo, ora acompañado de su amigos en el vicio, tan falsos como este, ora seguido de su pobre mujer, víctima infeliz de sus criminales goces, marcha con incierto paso desde el sitio en que casi todos los días vende su razón, hasta la húmeda bodega o estrecha boardilla donde habita, no con el decoro de la honrada pobreza, si no con el abandono propio de quien derrocha lo necesario, lo que demanda la subsistencia de seres tan dignos de respeto y amor como los padres, las mujeres y los hijos”. Como ven, un texto para enmarcar y colgar, por ejemplo, en la actual calle Gascona de Oviedo. Por hacer contraste histórico.

La sidra y las clases pudientes se ve que no maridaban. Y, eso no podía faltar, también topó la sidra con la Iglesia. El estudio de Fernández Prieto rescata una polémica ovetense de ese mismo año 1865 relativo a la levítica ciudad capital del Principado. “Cierto párroco de las inmediaciones de Oviedo” acudió a la “autoridad gubernativa” exigiendo que se prohibiera la venta de sidra en un llagar que había próximo a su casa rectoral. Al párroco le pitaban los oídos porque “algunos de los que allí asisten pronuncian palabras no muy decentes”. Lo dicho: la sidra, que suelta la lengua sin atascarla del todo, no gustaba ni las alturas terrenales y en las celestiales.

No obstante, había gozosas excepciones. El trabajo de Fernández Prieto recupera la noticia de la jura en Gijón el 18 de febrero de 1821 de la milicia nacional, publicada por “El Constitucional. Correo General de Madrid”. Ese día cuenta el cronista que se llevó una pipa de sidra para distribuir al pueblo “y que el juez de primera instancia Dr. Mata Vigil, hombre identificado con el sistema, no pudo resistirse a la santa tentación de escanciar la sidra de los patriotas circunstantes, lo que hizo con gracia y expedición sin igual”.

El estudio de Fernández Prieto no sólo se queda, obviamente, en esa demonización de la sidra que aparecía reflejada en algunos papeles de la época. Además, reproduce algunas otras interesantes noticias y aborda el desarrollo del sector vidriero a la par que la expansión de este sector (sobre todo gracias al lanzamiento de la sidra espumosa) en una época en la que Asturias empezaba a industrializarse. Entonces se resaltaba continuamente que Villaviciosa era, sin duda, el principal productor de toda Asturias y también se veía en los papeles que, allá donde hubiera un asturiano, siempre intentaba tener a mano un buen culete. La prueba son, por ejemplo, varios artículos publicados en 1832 y 1833 en el “Diario de Avisos” de Madrid anunciando la llegada de material del bueno. Como éste: “Al parador de S.Bruno, en la calle de Alcalá, llega de hoy a mañana la galera de Oviedo, que conduce una partida de sidra de Villaviciosa, en Asturias, muy exquisita y a precios cómodos. El mozo del mismo dará la razón”.

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Luis Benito García incide en el salto que está a punto de dar el sector sidrero asturiano con la declaración, prevista para 2023 o 2024, de la cultura sidrera como patrimonio inmaterial de la humanidad por la UNESCO. Un salto, apunta, como el que dio la cerveza belga, que goza de la misma distinción, “y que después aumentó sus ventas un 30%, y eso que ya era un producto conocido”. El director de la Cátedra de la Sidra afirma que la declaración de la UNESCO “nos permitirá acceder a un promoción mundial que sólo puede estar al alcance grandes compañías como Coca-Cola, por ejemplo”. Y mientras llega ese momento, empiezan a tomarse iniciativas. Luis Benito García ya ha perfilado los contenidos del pabellón de Asturias en la Feria de Muestras de este año, que estará dedicado a la sidra y a todo lo que la rodea. Y para el año que viene, el Museo de Bellas Artes de Asturias albergará una gran exposición en torno a la presencia del mundo de la sidra en el arte. Será, además, la primera vez que entre un llagar en la pinacoteca asturiana. Una prensa “de apretón” se instalará en el patio central del edificio Ampliación.

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