Obituario | Miquel Fuster: muerte de un artista
El ilustrador Miquel Fuster, abanderado de la Fundació Arrels de ayuda a los sintecho, fallece a los 78 años. Su cómic sobre los 15 años que pasó en la calle marcó un hito en la ilustración realista
El ilustrador Miquel Fuster, abanderado de la Fundació Arrels de ayuda a los sintecho, fallece a los 78 años. Su cómic sobre los 15 años que pasó en la calle marcó un hito en la ilustración realista
Fidel Masreal
Periodista
Licenciado en Ciències de la Comunicació por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), curso de periodismo jurídico-político por la UAM-El País, ha ejercido como periodista político en Onda Cero, diari Menorca, Ràdio Barcelona (cadena SER) -donde fue jefe de la sección de Política- y Els Matins de TV3. Desde septiembre del 2008 es redactor en El Periódico, primero como cronista parlamentario en Madrid y en la actualidad especializado política catalana. Autor de "Conviure amb la depressió" (Mina, Eniclopèdia Catalana, 2007), "Game Over: els partits polítics, corrupció i vicis del sistema" (La Mansarda, 2013), "Cuentos Ex" (Magma Editorial, 2019) y "Contes del procés" (Magma, 2019). Colabora como analista en TVE, Catalunya Ràdio, SER Catalunya y RAC-1, entre otros.
Ha muerto un gran ilustrador. Ha muerto un artista de Barcelona. Miquel Fuster, de 78 años, ha fallecido en su casa, en la Zona Franca, rodeado de lo que más quería: sus bocetos, sus ilustraciones, sus dibujos, amontonados en su caos ordenado, colgados en las paredes sin grandes marcos ni ornamentos. Miquel deja tras de sí una extraordinaria carrera, formado en la Massana pero haciendo camino propio en Bruguera y Selecciones ilustradas.
Corrían buenos tiempos para la ilustración romántica e incluso para la erótica. Se pagaba bien. Se valoraba el trabajo artístico. Miquel dejó la Massana pero nunca dejó de estudiar. No se conformaba con ejecutar los encargos. E hizo caso a su jefe, que le vio leer y le animó a seguir haciéndolo. "Lea, señor Fuster, lea". Y leyó, por su cuenta, a los clásicos, leyó filosofía, leyó historia, leyó arte, por supuesto.
Frío, miedo y calimocho
Pero la vida se tuerce en muy pocos segundos. Un incendio en un piso, un divorcio, la añoranza de un amor perdido... y llegó el infierno. Quince años en la calle. Quince se escribe rápido pero se malvive hora a hora. Abrazó el alcohol -un abrazo del que, explicaba, nunca te libras del todo- y aprendió a vivir en la calle frente a su peor pesadilla: el miedo. Y el frío. Miedo a los malnacidos hinchados de rayas de coca que lo patearon más de una vez. Se refugió en los bosques de Les Planes para dormir tranquilo. Pero aunque tuviera que alimentarse con cuatro litros de calimocho cada mañana para vencer al temblor de manos, no dejaba de dibujar para malvender dibujos para comprar más vino o pagar una pensión. Entraba y salía de centros de desintoxicación, incapaz de acatar "la disciplina".
"Más inexistentes que el estiércol"
Años en los que se convirtió en un ser invisible, a ojos de los demás: «Para ellos somos más inexistentes que el estiércol; porque al menos al percibir el hedor, les haría, aunque fuese por un instante, alterar sus inhumanas facciones. Nos niegan lo único que nos queda, el reconocimiento de nuestra propia existencia», escribió después.
Escribió después porque hubo un después. Miquel llegó a pesar 40 quilos, midiendo un metro ochenta. Y llegó la Fundació Arrels y logró que Miquel se reconciliara consigo mismo.
Y el dibujante, el artista que nunca jamás había desaparecido, creó un cómic, una novela gráfica, extraordinaria, que dejó con la boca abierta a la editorial Glénat. Un trazo negro espeso para viñetas como puñetazos. La vida misma.
Miquel logró vivir bajo un techo y recuperó proyectos e ilusiones. Entre ellos tenía en mente escribir su vida. Y tenía encargos, proyectos, ilusiones. Su pequeño apartamento era un templo caótico en el que convivía el tabaco, los periódicos, las revistas artísticas, los recuerdos y sobre todo, los lápices, la mesa y la lámpara. Sin más. Miquel fue un abanderado de Arrels y un conversador incansable, agudo, canalla, culto, leal.
Nunca hizo de su vida motivo de orgullo. La explicaba «para que la gente tome conciencia de que dentro de los bultos de la calle hay alguien sufriendo como un hijo de puta. Y que nadie se crea que no le puede tocar a él, he visto a directores de banco en la calle». Su vida no era la calle, era la ilustración. Y se quejaba de lo que cuesta que se aprecie un buen trabajo.
Una muerte cada diez días
Miquel sobrevivió aprendiendo los códigos no escritos de la calle. El primero, seguir la corriente a todo tipo de personajes Pero otros como él no han superado los golpes físicos y mentales. La Fundació Arrels ha despedido, en lo que llevamos de año, a nueve personas sin hogar. En la Barcelona de la Copa América de vela viven en la calle 1.064 ciudadanos, según el censo del pasado año.
Miquel ha tenido una propina vital digna. Últimamente andaba cabreado porque las piernas le dolían una barbaridad y los médicos no encontraban una solución. Pero él seguía saliendo a la calle y yendo a Arrels, que justamente estos días está analizando la estrategia gubernamental para los sintecho.
Miquel era un conversador incansable, enlazando Nietzsche y Baltasar Gracián con anécdotas sobre los motivos por los que se vende tan poco cómic erótico. En Arrels sabían de su compromiso y fidelidad y sorprendió que no acudiera a una cita. Ha muerto en paz y quizás escuchando los gritos de los niños en el patio de la escuela de enfrente de su piso.
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