El maridaje de la nieve y la madera

Los esquís artesanales piden pista

Fueron de madera durante más de 6.000 años y, tras un paréntesis industrial, regresan, más que como una moda, los esquís tallados a mano

Carles Cols

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Un mes necesita Oriol Baró para convertir un tablón de fresno, madera muy noble, dura pero flexible, en un par de esquís artesanales de alta gama. Por si a alguien cuatro semanas le parecen una muy larga espera, es el tiempo que Sonny Chiba le reclama a Uma Thurman para forjar la mejor de sus espadas Hattori Hanzo. ‘Kill Bill,, volumen 1’. “Si en tu viaje te cruzas con Dios, Dios saldrá herido”. La cita, una tarantinada estupenda, está aquí con calzador para salpimentar periodísticamente esta excursión a La Pobla de Lillet (Berguedà), y es porque la ocasión se lo merece, porque lenta pero paulatinamente la fabricación de esquís está regresando a lo que durante miles de años fue un trabajo de carpintería o, como se dice ahora para tantas y tantas cosas, a un producto de proximidad, de kilómetro cero.

Fue en 2015 cuando Baró, ingeniero industrial de formación y oficio, descubrió en una revista un artículo sobre los talleres de esquís artesanos en Estados Unidos. Fue toda una sorpresa. Él, que esquiaba, nada sabía de aquello. En algún momento indeterminado de hace 50 años, los esquís dejaron de ser de madera. Al menos, en apariencia. Las fibras plásticas artificiales tomaron el relevo de la madera y lo hicieron, eso es lo perverso, con un engaño, con un sobrentendido de que aquello era un salto a un producto de mayor calidad. Falso. Abarató los costes, es cierto, democratizó la práctica del esquí, eso también, pero además abrió la puerta de estampar en el dorso de las tablas chispeantes colores y nombres que, a su manera, casi obligaban a estar a la moda, a no esquiar con versiones trasnochadas de una marca. A la hora de la verdad, sin embargo, lo que los grandes fabricantes no subrayaban es que el corazón de sus esquís de más alta gama era en realidad de madera, un producto natural sin rival. Aún es así.

Grabado al fuego del logo tipo de la marca, en el taller de Liken.

Grabado al fuego del logo tipo de la marca, en el taller de Liken. / Oriol Clavera

El retorno de los esquís íntegramente de madera a las pistas (y, también, fuera de pistas, porque parece que los moldeados para nieve virgen le transforman a uno en Amundsen contra Scott) es ya más que una excentricidad en Estados Unidos, Suiza y Austria, países punteros en este retorno a los orígenes. En España, los talleres se cuentan con los dedos de una mano, o menos. Gurutz Coretti, tirolés afincado en San Sebastián, es un referente internacional. Más cerca, Josep Arisa, carpintero jubilado, los talla en Sort (Pallars Sobirà), pero a Baró esto le pilla más joven y su marca, Liken, con ocho versiones distintas de esquís en el catálogo, ya ha recibido dos reconocimientos oficiales. El pasado 26 de enero, la Generalitat le concedió el Premi Nacional d’Artesania, el mismo galardón que un mes antes, a finales del 2021, le otorgó, en la categoría de emprendedores, el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo.

Oriol Baró, en su taller.

Oriol Clavera

Explica Baró que él usa el fresno para sus esquís tal vez por la misma razón que esta es la madera que se emplea para tallar bates de béisbol y críquet y para encordar arcos para flechas, pero haberlos, de otros artesanos, los hay de chopo e incluso de bambú. En el fondo, esa es la cuestión, que los esquís se suman, en cierto modo, a esa corriente del hecho en casa o el hecho a mano por la que ya ha transitado, por buscar un equivalente, la cerveza artesana, otro producto con más de 6.000 años de antigüedad, como el esquí, y que estuvo a punto también de desaparecer aplastado por las grandes industrias del sector.

Cuáles son los más ancianos restos arqueológicos de la práctica del esquí es una cuestión de encendida disputa. Hay los defensores de la tesis siberiana y, frente a ellos están los que sostienes que el esquí no solo nació en las latitudes más septentrionales de la península escandinava, sino que, además, fue allí donde, como una especie animal más de las que habitan el planeta Tierra, esta con pies de madera, evolucionó darwinianamente hacia nuevas formas. La última ocasión fue alrededor de 1868, cuando el noruego Sondre Norheim fue más allá del simple uso de los esquís para desplazamientos sobre llanuras nevadas y desarrolló un conjunto de técnicas para descender laderas de montañas.

Últimos retoques.

Últimos retoques. / Oriol Clavera

A Catalunya, aquella novedad no llegó hasta entrado el siglo XX. Se fecha en 1908 y en Rasos de Peguera el nacimiento de la práctica del esquí al sur de los Pirineos y de su arraigo, primero como una excentricidad de ricos, da fe el hecho de que al cabo de unos años surgieran los primeros talleres de fabricación, como el que puso en marcha la familia Poll Puig. Bautizó sus tablas con el apellido familiar y hoy son piezas de coleccionista muy buscadas, por supuesto como objeto de decoración, no para hacerles cantos y bajar pistas.

¿Son caros unos esquís artesanos? Depende. El precio de un par supera los 1.000 según la versión elegida, pero son piezas duraderas, remozables si es necesario, con una esperanza de vida más larga que la de los esquís salidos de cadenas de producción.

Nieva.

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