Un hallazgo excepcional

Otra cabeza cortada engrandece la leyenda ibera

Una misión del Museu d'Arqueologia de Catalunya descubre una nueva testa que se exhibía como trofeo en la puerta del asentamiento prerromano de Olèrdola

CRANEOS

CRANEOS / Jordi Otix

Carles Cols

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La colección de cabezas cortadas (sí, ha leído bien, colección de cabezas cortadas, y son casi 40) del Museu d’Arqueologia de Catalunya (MAC) acaba de crecer en número con una (como siempre si de esta materia se trata) valiosísima incorporación. En los estratos inferiores del castillo de Olèrdola (Alt Penedès), por debajo de una porción de la muralla de la época tardorromana, fue hallado el pasado 29 de noviembre un cráneo del que (sin ser Sherlock Holmes, bastaría la intuición de un Watson) se podía deducir nada más verlo que era una de aquellas cabezas que algunos pueblos iberos, no todos, tenían por costumbre ensartar en un clavo junto a la puerta principal de la villa, como trofeo probablemente, como advertencia, tal vez, o, quien sabe, simplemente por un gusto estético más que discutible. Quien fuera el dueño de aquella testa acaba de ser presentado en sociedad en el MAC, donde, más de dos milenios más tarde, aquel infeliz, un hombre de entre 18 y 25 años, se ha reencontrado con algunos de sus contemporáneos que corrieron la idéntica suerte de ser exhibidos como trofeo.

La cabeza fue delicadamente desenterrada por los arqueólogos sin que en un radio razonable apareciera ni un solo hueso del resto del cuerpo. Esa fue la primera pista. No estaba intacta. Era solo medio cráneo fragmentado en un puzle de cinco piezas. Estaba sepultada por debajo de una de las torres de la muralla romana, en un estrato correspondiente al siglo III antes de Cristo, es decir, la época en que romanos y cartagineses libraban una de sus dos guerras mundiales y en que la península ibérica era un campo de batalla de las disputas, con los pueblos indígenas, más que como espectadores, como insensatos pobladores obligados a elegir uno de los dos bandos.

La segunda pista fue que por su ubicación parecía estar en lo que algún día fue la puerta de entrada del fortificado asentamiento ibero de Olèrdola, una construcción que colapso y sepultó el cráneo para su hallazgo hoy en día. La tercera, que entre la constelación de restos hallados en el lugar apareció la punta de un ‘pilum’, el’cetme’ de la soldadesca romana. Allí, como en otros tantos poblados iberos, hubo más que intercambio de palabras con las legiones romanas.

A la izquierda, la cabeza trofeo de Ullastret, y, a la derecha, la primera de la colección, descubierta en 1904 en Santa Coloma de Gramenet, que pertenecía a una mujer.

A la izquierda, la cabeza trofeo de Ullastret, y, a la derecha, la primera de la colección, descubierta en 1904 en Santa Coloma de Gramenet, que pertenecía a una mujer. / Jordi Otix

Esta esquina noreste de la península era entonces un paisaje en el que cada pocas cimas se alzaba un poblado ibero. De noche, la lumbre de cada asentamiento era probablemente visible desde cualquier otro habitado no mucho más allá. Desde Montjuïc, que se supone que tuvo su poblado, se divisaba perfectamente el de Puig Castellar, hoy Santa Coloma de Gramenet. Y fue precisamente en este último poblado (una excursión muy recomendable, por cierto) donde en 1904 se cobró el MAC la primera pieza de su colección de cabezas cortadas, que estudios posteriores certificaron que era el de una mujer. La sorpresa entonces se la llevó Ferran de Sagarra, padre del escritor Josep Maria de Sagarra, a quien hay que imaginar como un Hamlet ante los restos de Yorick, con un cráneo en la mano, pero con el plus de que el suyo estaba atravesado por un clavo de algo más de un palmo, perturbadora imagen que habría hecho las delicias de Shakespeare.

Sagarra sacó sus propias conclusiones y el tiempo, con posteriores hallazgos similares, no le desmintió. Los iberos layetanos e indigetes parece que se habían enamorado de cómo los galos, más al norte, mostraban como trofeo las cabezas de sus rivales a la entrada del poblado. Es cierto que los pobladores de la actual Francia tenían una técnica más sofisticada. Se sostiene que trataban la cabeza recién seccionada con unos aceites especiales que ralentizaban su putrefacción y posterior descarnamiento. O sea, que la cara del decapitado era reconocible durante mucho más tiempo, pero al final el resultado terminaba por ser el mismo. Una cabeza enclavetada de frente a cogote no es algo que deje indiferente, y eso por mucho que fuera ensartada cuando el pobre desgraciado ya estaba muerto. La operación de atravesar el cráneo tenía, se supone, algo de artesano. Debía haber en el poblado alguien con esa habilidad. Mal ejecutada la operación, la testa podía partirse y el efecto, con los sesos fuera de su resguardo, no habría sido el mismo.

CRANEOS

Reconstrucción virtual del aspecto que tenía en vida el joven decapitado de Ullastret. / MAC

De esta nueva cabeza se valora, primero, el lugar en el que ha sido hallada. Es la más meridional de las encontradas hasta la fecha y, por lo tanto, el primer vestigio de que los iberos cosetanos también compartieron ese ritual. Pero, con todo, eso no es lo que la convierte en un valioso tesoro. Lo más interesante de ella es que aporta material genético que estudiar.

Los ritos funerarios de los iberos han sido funestos para los arqueólogos de la actualidad. Incineraban a sus difuntos, lo cual ha dificultado sobremanera el rastreo de su trayectoria genética, un enigma tan indescifrable como su propia lengua. ¿De dónde venían aquellas gentes que, si eran hombres, para mofa de griegos y romanos, tenían el cuerpo velludo? En las obras del burlón Aristófanes eran un personaje secundario o terciario, una simple mención, pero un motivo para que el público riera por su aspecto. Habitaban la península cuando griegos y romanos la comenzaron a transitar, pero eso no significa que fueran los pobladores originales. Podían ser descendientes de una etnia centroeuropea (no norteafricana, como se había planteado años atrás) que se mezcló con poblaciones preexistentes en la península, de las que sí se sabe, por ejemplo por los restos hallados en el yacimiento del Coll del Moro (Gandesa), que inhumaban a sus seres queridos en necrópolis no muy distintas de un cementerio actual.

Es con la esperanza de resolver esos interrogantes que la cabeza hallada en Olèrdola es una joya de incalculable valor. Conserva parte de sus dientes y, así, la opción de extraer adn crece exponencialmente. Los científicos disponen para este fin del material genético que aportan las cabezas y, también, del que procede de otra excentricidad de aquel pueblo. Bajo el pavimento de sus hogares enterraban en ocasiones a sus hijos no natos o fallecidos a muy corta edad. La explicación es de momento un mar de especulaciones, desde que la incineración era cara por el volumen de madera que había que emplear, hasta la posibilidad de que no se les considerara aún miembros de la tribu si no superaban una cierta edad o ritual.

La osamenta de un niño hallada en el subsuelo de un hogar ibero.

La osamenta de un niño hallada en el subsuelo de un hogar ibero. / Jordi Otix

La feliz noticia, en cualquier caso, es que el MAC tiene una nueva cabeza con la que contar el pasado local, una testa que cada día veían cuando entraban y salían los habitantes del poblado, una forma de proceder que parecerá tan bárbara que se encasillará como algo exclusivamente propio de hace más de 2.000 años. Error. La historia del uso de las cabezas como trofeo es una enciclopedia sin fin, con capítulos bíblicos (he aquí el caso de Salomé, que en la versión de la historia recreada por Oscar Wilde hasta llega a besar los labios del profeta Juan), pero también más modernos. A Oliver Cromwell lo desenterraron tres años después de su muerte para, ceremoniosamente, decapitarlo y clavar su testa en una pica en la abadía de Westmisnter. 24 años permaneció allí, y por si no fuera poco, después fue de mano en mano durante más de 300 años hasta que, por fin, en 1960, fue devuelta a su sepultura original.

Sin ir tan lejos, la esta de Josep Moragues, uno de los generales que más echó el resto en la defensa de Barcelona en 1714, también fue decapitado por borbónicas órdenes y, muy iberamente, mostrado junto a una de las puertas de Barcelona durante 12 años, mientras el héroe al que se idolatra en recuerdo de aquella derrota, Rafael Casanova, reemprendía su vida profesional en Vilassar de Mar.

La nueva testa del gran tesoro catalán de cabezas cortadas se exhibirá en la exposición actualmente en curso en el MAC, dedicada a los iberos, pero la lástima es que está a unto de clausurarse, el próximo 16 de enero. Después, viajará a su hogar, a Olèrdola, donde también será visitable por el público. Vamos, como hace 2.300 años.