Vuelta a la tradición

La pandemia catapulta el árbol de Navidad: “Nunca habíamos visto nada parecido”

La compra de abetos naturales se dispara en España por segundo año consecutivo

Los productores estiman que en 2021 venderán un 20% más que en 2020

¡Viste tu árbol de Navidad con los mejores adornos y luces a mitad de precio!

¡Viste tu árbol de Navidad con los mejores adornos y luces a mitad de precio!

Juan Ruiz Sierra

Juan Ruiz Sierra

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Susanne y Thomas Jeromin, un matrimonio de la ciudad de Rinteln, al norte de Alemania, batieron hace unos días el récord mundial de árboles de Navidad situados dentro de las mismas cuatro paredes. Adornaron 444 abetos, cada uno de forma distinta, con 10.000 bolas y más de 300 cables de luces de fiesta, y los colocaron en el salón, las habitaciones, la cocina, el garaje e incluso los baños y pasillos de su casa de 105 metros cuadrados. La marca anterior, también obra de los Jeromin y certificada por el organismo que se dedica a estas cosas en el país de Europa central, se situaba en 420. Pero el matrimonio quiso ir este año un paso más allá. El ‘zeitgeist’, o espíritu de los tiempos, estaba de su parte. 

Junto a las cintas para correr, el papel higiénico o las suscripciones a las plataformas de 'streaming', el coronavirus ha provocado que se disparen las ventas de los árboles de Navidad, sobre todo de los naturales, un objeto puramente decorativo, sin ninguna aplicación práctica, que llevaba décadas en decadencia debido a la pérdida de ciertas tradiciones y al empuje del plástico, su sucio competidor. El fenómeno comenzó a sentirse el pasado año, pero ha sido en 2021 cuando ha terminado de explotar de un lado a otro del planeta.

Del miedo al júbilo

La familia de Albert Gallifa lleva tres generaciones produciendo árboles de Navidad en sus tierras. Los han vendido en tiempos de recesión y bonanza económica, en dictadura y democracia, antes y después de la aparición del plástico. “Nunca habíamos visto nada parecido a lo de ahora”, dice Gallifa, de 48 años. 

En la Navidad de 2020, Gallifa, presidente de Cultivadors d’arbres de Nadal de Catalunya (CANAC) y responsable del árbol navideño que decora en estos momentos la plaza de España, en Madrid (18 metros), y del de la plaza de San Marcos, en Venecia (15 metros), tenía “mucho miedo”. Sin precedentes a los que agarrarse, se veía incapaz de anticipar el impacto de la pandemia en la venta de su producto. Las expectativas no eran buenas. “Pero no solo nos mantuvimos, sino que incrementamos”, explica. Y este año, continúa, “ha ido a mucho más”. 

Resulta imposible dar con cifras contrastadas sobre el comercio de árboles de Navidad. Sin estudios de mercado fiables ni datos de los ministerios de Transición Ecológica y Agricultura, lo único que queda son los números de los propios cultivadores. La zona del Montseny-Guilleries, en la comarca de la Selva (Girona), se encuentra detrás de más del 90% de los abetos que se venden en toda España. Antes competía con Bizkaia, pero allí no hubo apenas renovación generacional, así que la producción se desplazó casi por completo a Catalunya. Según los datos de CANAC, en 2020 las ventas se incrementaron algo más de un 10% respecto a 2019. Este año, la subida frente al anterior será “del 20%, como poco”, asegura Gallifa. 

El productor ofrece dos motivos para explicar el aumento. El primero tiene que ver con la pandemia. “La gente está ahora más en casa”, dice. El segundo, con un cambio de mentalidad: la mayor conciencia de que hay que cuidar el planeta. “El discurso ecologista ha calado; se nota”, continúa. 

La huella ecológica

Hubo un tiempo en el que se consideraba que optar por un árbol de plástico era la opción más ecológica. La huella que deja este material no estaba tan interiorizada socialmente, y al mismo tiempo la mayor parte de los abetos venían de espacios naturales, no de viveros, como ahora. Según los cálculos de la organización Carbon Trust, un árbol artificial de unos dos metros de altura emite cerca de 40 kilogramos de gases de efecto invernadero. Tendría que ser reutilizado al menos durante 10 navidades para que su impacto medioambiental fuese menor al de uno de verdad, cuya huella también depende mucho de su destino final. Si acaba en la basura después del Día de Reyes, será mucho peor, debido al metano liberado durante su descomposición, de ahí que la mayoría de las grandes ciudades cuenten con programas para replantarlos en espacios urbanos

Pero ni el cambio en los hábitos domésticos ni la expansión del ecologismo explican por sí solos el recobrado esplendor del abeto auténtico. El producto existe sobre todo en un plano emocional: cumple con la tradición, refleja el paso del tiempo y simboliza, al menos en teoría, el amor y los buenos propósitos. Su consumo está directamente relacionado con el estado de ánimo de una sociedad. En EEUU, por ejemplo, las ventas también se dispararon en la Navidad de 2001, tras los atentados terroristas del 11-S. Ahora, ante las incertidumbres de un virus que sigue condicionando la existencia diaria y ha provocado más de cinco millones de muertes en todo el mundo, la Navidad parece ejercer, tanto o más que nunca, su presunta labor de esperanza y recuerdo. 

Aun así, Gallifa no cree que el fenómeno sea coyuntural. “El árbol de Navidad ha vuelto para quedarse”, anticipa. Si sirve como anticipo de lo que está por venir, los Jeromin ya han anunciado que el próximo año quieren batir su propio récord de abetos dentro de su modesta vivienda alemana. Con un total de 47.000 luces esta Navidad, el suyo, en todo caso, es cualquier cosa menos un modelo sostenible.  

Suscríbete para seguir leyendo