Desolación en la isla

Los primeros afectados por el volcán de La Palma en volver a casa

Pilar, de 77 años, y su marido Francisco, de 80, abrieron ayer la puerta de su hogar casi dos meses después del desalojo

"Esto está que da hasta pena", afirma ella

Regreso a casa de vecinos afectados por el volcán de La Palma.

Regreso a casa de vecinos afectados por el volcán de La Palma. / EL DÍA

Alberto Castellano

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Pilar Lorenzo llega sobre las tres de la tarde a su casa de la calle Nicolás Brito País con una bata morada y una gorra roja puesta. «Ella era la primera que quería venir», apunta su nieto Yeray Correa. A sus 77 años, Pilar junto a su marido Francisco Barreto Sánchez, de 80, tuvieron que abandonar hace casi dos meses las paredes en las que habían vivido toda su vida por el «demonio negro», como ella llama al volcán, que por aquellos días arrasó con parte del barrio de La Laguna. Ayer, este matrimonio, al igual que una treintena de familias de Las Martelas de Arriba y de Abajo, se convirtió de los primeros en poder volver a abrir las puertas de su hogar. «Esto está que da hasta pena», comenta Pilar mientras pasea por las distintas habitaciones en las que hay cenizas por todos lados. «Ya la casa se salvó», afirma Francisco, quien cree que «lo peor ya pasó». La erupción, que a unos pocos kilómetros en dirección a la Cumbre continúa expulsando gases y lava, parece a simple vista estar bastante más tranquila que cuando fueron desalojados.

Lo que más molesta a Pilar es la cantidad de arenilla negra que hay acumulada en el piso. «Se me cae la moral al suelo», afirma mientras va inspeccionando cada una de las habitaciones. De la cocina destaca la cantidad de loza que inunda el fregadero y parte del poyo. «No recuerdo tener tanta», dice con algo de humor, con una ligera sonrisa que se le escapa al estar de nuevo en su casa. En los dormitorios por los que merodea un gato negro llamado Tripocho apenas hay rastros de muebles que adivinen lo que había allí antes del desalojo. En uno de ellos, la estructura de madera de una vieja cama está volcada bajo una imagen de una virgen colgada en la pared. No saben por qué. Intuyen que fueron los voluntarios, quienes intentaron desmontarla para salvarla, pero que al ver que era imposible decidieron dejarla en esa posición.

Cuando este matrimonio abandonó este hogar familiar que tiene más de cien años de historia lo dejó tal como estaba. Fueron otros quienes días después entraron para salvar todo aquello que pudiera servir: electrodomésticos, muebles, bastante ropa, algo de menaje. Lo desnudaron. «Todo está guardado en El Paso», indica Pilar, quien añade que durante estos casi dos meses que ha estado fuera de casa los ha pasado en una casa no muy lejos de allí en la que conviven siete personas, entre ellas su suegra de 105 años de edad, y ocho perros. Y tendrán que seguir durante unos días más porque el regreso aún no es definitivo. «No vamos a dormir aquí, tenemos que limpiar, airear la casa, pintar... vamos a ver», explica. «Bueno, estamos aquí otra vez», apunta Francisco, quien prefiere ver la situación con positividad. «Hay gente que está peor, que ha perdido todo lo que tenía», se consuela.

La decisión de posponer la vuelta la refrenda su nieto Ayoze Correa. En su opinión, la decisión de que los vecinos de Las Martelas puedan volver a sus casas es precipitada porque considera que no estaría mal que se alargara unos días más. «El volcán sigue ahí, ¿quién te asegura que los vientos no van a cambiar y que los gases vendrán para acá?», pregunta. Por ello, la familia ha decidido que Pilar y Francisco no regresen hasta que el volcán esté apagado.

Ayoze habla mientras se afana en retirar la ceniza que hay en la azotea, desde donde tiene una vista privilegiada del cono volcánico y de la colada que ha arrasado con todo lo que se ha encontrado por delante. La cantidad de arena que hay es ínfima comparada con la que había hace algunos días. «No tiene nada que ver con el principio», comenta, al mismo tiempo que agradece el trabajo que hicieron «los chicos de la UME (Unidad Militar de Emergencia)» quienes se encargaron de liberar todas las canalizaciones ante la posibilidad que había de que se registraran fuertes precipitaciones.

Francisco, por su parte, prefiere no mirar por la ventana. No quiere comprobar cómo ha cambiado el paisaje que recuerda desde niño y que el volcán ha modificado por completo, que se resume en una lengua enorme de lava petrificada que ha hecho desaparecer barrios como Todoque. «No quiero mirarlo», afirma. Y recuerda que este no ha sido la única desgracia que han vivido a lo largo de los últimos meses. El pasado agosto, el incendio que arrasó con numerosas fincas agrícolas y casas de El Paso pasó por delante de la puerta de la suya. «Y el bicho», como Pilar llama al coronavirus. «Vaya año», apostilla.

Pese a que a corto plazo no van a dormir bajo su techo, Pilar y Francisco reconocen que es una alegría volver a entrar por la puerta de su casa. Él cree que todo ya pasó, que el volcán se está apagando. Este parece darle la razón porque ni se le escucha pese a la cercanía. Ella, en cambio, admite que tienen «miedo» de que «el demonio negro» vuelva a rugir como en los peores momentos de estos casi tres meses de erupción. «Si eso pasa», continúa, «que nadie me saque de aquí; yo de aquí me voy con el volcán».

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