Cuaderno de bitácora
Diario de a bordo (I): "Esto es un 'gran hermano' a lo bestia"
EL PERIÓDICO se embarca con Open Arms y navegará en el barco Astral durante diez días en busca de inmigrantes a la deriva en medio del mar Mediterráneo
Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
Soltamos amarras a las 13.07 horas del domingo sin nadie en el muelle para despedirnos salvo las gaviotas que revolotean sobre el mástil. El puerto de Badalona no tarda en encogerse, difuminado por una lluvia chispeante muy cerca de la central térmica de Sant Adrià, que en otras latitudes podría confundirse con una iglesia mormona de torres afiladas y aires de culto de ciencia ficción. En una travesía en la que estará presente EL PERIÓDICO, el Astral se dirige al Mediterráneo central, adonde debería llegar el martes, tras dos días y medio de travesía. Es allí donde comenzará su trabajo: localizar vidas a la deriva, informar a las autoridades, documentar cualquier violación de las leyes del mar y rescatar inmigrantes si su suerte corre peligro y no hay tiempo para que lleguen los guardacostas.
"Hay misiones en que no rescatas a nadie y, otras en que has salido a dar una vuelta, y acabas encontrando a 400 personas”, dice Savvas Kourepinis, el experimentado capitán griego del Astral, el primero de los tres barcos que la oenegé catalana Proactiva Open Arms empezó a utilizar desde comienzos de su andadura en 2016. En estos cinco años ha rescatado a más de 62.000 personas en un mar que fue la cuna de la civilización occidental y hoy es un cementerio de sueños truncados por los embates del mar, las trampas de las mafias de la inmigración y los fallos e incongruencias de la política migratoria europea. Pescadores, mercantes y avionetas dan los avisos. Y oenegés y guardacostas de las dos orillas se activan para los rescates.
Climatología imprevisible
A este primer día de travesía le seguirán otros nueve si los planes se cumplen. Pero pueden pasar mil cosas. Hacia mediados de octubre, explica el capitán, la climatología en el Mediterráneo se torna más volátil e imprevisible. Las tormentas llegan más rápido de lo esperado y les siguen días de calma chicha. Sin viento y de oleaje meloso. Pero en este estreno, la marejada acompaña el viaje bajo un cielo encapotado que deja abajo una franja de un blanco eléctrico. “Por más previsiones que tengamos, nadie sabe qué va a pasar. Solo Dios lo sabe”, les dice el capitán a los otros nueve miembros de la tripulación. Siete hombres y tres mujeres. Los españoles e italianos son mayoría, un equipo que se completa con un griego, un argentino y una uruguaya.
En este primer día lo más importante es familiarizarse con el Astral, un yate de 30 metros de eslora y siete de ancho, y recibir las instrucciones básicas para afrontar la travesía con seguridad. “Aquí todos somos iguales y todos tenemos que cuidar de los otros. Es un trabajo en equipo”, explica Óscar Camps al equipo reunido en el puente de mando. Acaba de concluir la comida: risotto con setas y guisantes, acompañados por humus y tzatziki. “Esto es un 'gran hermano a lo bestia. Hay que dejar espacio a todo el mundo y respetarlo porque en situaciones extremas la convivencia es difícil y puede ser vital”.
La tarde se apaga y el mar se encabrita a medida que cae la noche. Las olas superan los dos metros y todo baila a bordo del Astral, salvo una tripulación que ha cambiado la excitación de las primeras horas por un silencio meditabundo para tratar de hacer frente a la marejada. Muchos se marean y el risotto de antes empieza a volar por la cubierta con las primeras vomitonas. Hace frío y la humedad es cada vez más penetrante, te corroe los huesos con una pátina de escarcha.
Es difícil imaginar lo que debe ser estar a estas horas metido en un cayuco sin rumbo, sin techo y sin espacio para moverse. Completamente a merced del mar en la más abyecta oscuridad de una noche sin estrellas. El más absoluto terror.
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