Esperada cita anual

Festival Open House: arquitectura de circunstancias

La arquitectura social de Barcelona busca ofrecer respuestas a los problemas más acuciantes de sus ciudadanos

Largas colas en la primera mañana del Open House Barcelona

Comedor de la fábrica de Seat en la Zona Franca

Comedor de la fábrica de Seat en la Zona Franca / Jordi Cotrina

Ricardo Mir de Francia

Ricardo Mir de Francia

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Es difícil escapar de las secuencias de Tiempos Modernos cuando se entra en una fábrica. Uno se imagina inmediatamente a Chaplin apretando tuercas febrilmente en la cadena de ensamblaje, antes de ser engullido a dentalladas por los engranajes deshumanizados de aquella Revolución Industrial que puso los cimientos del capitalismo y el mundo moderno. En la vieja fábrica de la SEAT en Zona Franca, Chaplin hubiera tenido un respiro. Al menos durante el almuerzo, en los comedores y las zonas de descanso proyectadas en la mitad del siglo XX por César Ortiz-Echagüe, Manuel Barbero, Rafael de la Joya y un equipo de ingenieros aeronáticos que le dieron a la España del desarrollismo la modernidad que no tenía. Entre todos lograron que, al salir de la jungla de planchas, guillotinas y humos, el obrero volviera a sentirse vivo entre geometrías limpias, estanques cristalinos y atracones de luz meditarránea.

Los comedores de la Seat son uno de los secretos arquitectónicos que esconde Barcelona y que el festival Open House abre al público desde hace más de una década para ayudar a romper su ensimismamiento cotidiano. El mismo que no deja ver los prodigios inagotables de una ciudad que acostumbra a quejarse por sistema, quizás porque tiene demasiado. “El problema que tienen ustedes es que no tienen problemas”, dicen los cubanos. Pero todas las ciudades tienen problemas y Barcelona lleva tiempo tratando de encontrarles soluciones con sus experimentos de aquitectura social. Una respuesta a las circunstancias y plagas del momento, desde la exclusión social, al maltrato, la indigencia, la alienación industrial o la falta de vivienda asequible.

“Podríamos decir que la arquitectura siempre ha sido social, pero a partir del boom industrial los trabajadores empiezan a reivindicar sus derechos, y el término recupera vigencia”, afirma el arquitecto Miquel Zuzama, director del programa del Open House. Los comedores de la SEAT son uno de los mejores ejemplos. El primer edificio del país con aire acondicionado y uno de los pocos pabellones construidos en aluminio, un hito que tuvo recompensa con la concesión para sus arquitectos en 1957 del Premio Reynolds que otorgaba el American Institute of Architecture. Por dentro, los comedores tienen aire de ‘dinner’ americano, con sus sillas rojas y mesas blancas bañadas por la luz que se cuela por las cristaleras. Por fuera beben de la escuela Bauhaus y la arquitectura de Mies Van der Rohe, quien les entregó personalmente el Reynolds en EEUU.

Racionalismo industrial

“Fíjense en la sensación de orden, tecnología y modernidad que transmiten”, les cuenta este sábado a los visitantes el arquitecto Albert Crispi, quien prepara una tesis sobre la arquitectura de los años 50. Muchos vienen a ver la exposición de coches históricos de Seat, que completa la visita. “Este es un edificio que se hizo una vez y no tuvo réplicas porque era muy caro”. Su principal arquitecto, Ortiz-Echagüe, tiene una peripecia vital novelesca. Es hijo de José Ortiz-Echagüe, primer presidente de la compañía y fundador de Construcciones Aeronáticas SA (CASA), más conocido sin embargo por su obra como fotógrafo de la España de posguerra.

Exterior del comedor de la fábrica de Seat en la Zona Franca

Exterior del comedor de la fábrica de Seat en la Zona Franca / Jordi Cotrina

El hijo tocó la cima como arquitecto, con otras genialidades racionalistas como los edificios de la filial de la Seat en la plaza Cerdà, hasta que conoció a Escrivá de Balaguer y tuvo un viaje místico. Colgó la escuadra y el cartabón para hacerse docente y sacerdote del Opus Dei. La afección al régimen de su familia acabaría nublando su legado, ahora progresivamente poco redescubierto.

Por la ciudad y su área metropolitana hay otros ejemplos de arquitectura social. Desde las deslumbrantes viviendas sociales del Buen Pastor, que tratan de recrear la vida de puertas afuera que imperaba en las casas baratas del barrio, al jardín vertical tapizado de bromelias del Espai Oasiurbà del Raval, un centro que ofrece servicios técnicos, legales y sociales para buscar respuesta a la escasez de vivienda asequible.

Vivienda cooperativa

Las nuevas modalidades exploradas incluyen la vivienda cooperativa, como la que construye La Mar d’Arquitectes en La Barceloneta. Un antídoto contra la especulación. El suelo pertenece al Ayuntamiento, pero la construcción corre a cargo de las ocho familias que se han unido en la cooperativa la Xarxaire para levantarlo. La fórmula reduce costes, aunque los socios de la cooerativa no podrán revender sus pisos. En su construcción, todavía inacabada, se ha recurrido a la madera para mejorar las condiciones térmicas y reducir las emisiones, mientras sus persianas venecianas buscan entroncar con la tradición mediterránea.

“No nos damos cuenta de la riqueza que tiene esta ciudad”, dice Aina Ardevol, una arquitecta técnica que espera con su madre para entrar en la Xarxaire. Hay que ponerse casco y chaleco porque el edificio sigue en construcción. Se entra en grupos de 15. Entre los visitantes, son mayoría las mujeres. Señoras como Begoña, desafectas con su ciudad: “Hasta 1992 me sentí feliz en mi ciudad. Ahora la encuentro muy dejada y sucia”. Y señoras como su amiga Griselda, instalada en el polo opuesto: “A mí me encanta viajar, pero cuando vuelvo a Barcelona me encuentro profundamente satisfecha”.   

En L’Hospitalet se puede visitar también Can Colom, una antigua masía, probablemente del siglo XVI, transformada en un centro de atención e información para la mujer. Rehabilitada por el estudio de Meritxell Inaraja, las formas y el color del edificio ejercen como una suerte de terapia. Líneas geométricas, techos altos y un blanco explosivo en paredes y estancias, una suerte de refugio inmaculado que invita a dejar atrás miedos, abusos y dudas. Y es que, aunque la arquitectura no sirva de escudo para los golpes de la vida, al menos puede contribuir a sanarlos.