Gas natural: ¿combustible puente o ruina climática?

El auge de esta fuente de energía fósil plantea grandes dilemas en plena tormenta de emergencia climática

Un grupo de trabajadores en una plataforma de 'fracking' en la ciudad de Midland, en Texas.

Un grupo de trabajadores en una plataforma de 'fracking' en la ciudad de Midland, en Texas. / Spencer Platt/Getty Images/AFP

Ricardo Mir de Francia

Ricardo Mir de Francia

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La cita fue en un hotel de Denver (Colorado) en el verano de 2003, el de la guerra de Irak. Decenas de funcionarios, ingenieros y empresarios estadounidenses se reunieron en la sala de actos del hotel Marriot para abordar las conclusiones de un estudio sobre el futuro del gas natural en Estados Unidos. El pesimismo fue la norma entre los asistentes: el país se estaba quedando sin gas. Ni el incremento de los precios, ni el aumento de la demanda ni el esfuerzo de las compañías gasísticas por doblar el número de pozos activos se había traducido en un repunte significativo de la producción. EEUU estaba abocado a convertirse en el mayor importador mundial de gas natural licuado (GNL), cuenta de aquella reunión el historiador de la energía Daniel Yergin en ‘The New Map’, una hipoteca llamada sumarse a su también masiva dependencia del petróleo exterior.

En la otra punta del país, sin embargo, todo estaba a punto de cambiar. Y no solo en EEUU. En los pozos de la cuenca de Barnett, alrededor de Dallas, Devon Energy acababa de descifrar el código del gas de esquisto almacenado en la roca de pizarra, usando una combinación de dos técnicas poco utilizadas en el sector: la fracturación hidráulica o ‘fracking’ y la prospección horizontal. “No hubo un momento eureka, sino muchos pequeños momentos eureka a medida que nuestra tecnología mejoraba gradualmente”, diría después el cofundador de Devon, Larry Nichols.  

Aquello no tardaría en retumbar en todo el mundo, mejorando la posición geopolítica de EEUU y ayudando a alterar el curso del gas. En 2005 la producción estadounidense comenzó a aumentar. En 2016 partió desde Luisiana hacia Brasil su primer barco metanero con GNL para la exportación desde los años sesenta. En 2017 las ventas de gas al extranjero superaron a las compras por primera vez desde 1957. Y en 2019 Estados Unidos se convirtió oficialmente en el primer productor mundial de gas, por delante de Rusia, y de petróleo, por delante de Arabia Saudí. En ambos casos gracias al esquisto.

Menos contaminante que otros hidrocarburos

“El impacto de la entrada estadounidense en los mercados internacionales fue enorme”, asegura Carlos Torres Díaz desde la consultora noruega Rystad. “Los precios del gas empezaron a caer, se hizo más competitivo y para los generadores de electricidad. La demanda se incrementó y, poco a poco, ha ido desplazando al carbón del menú energético". Como el carbón o el petróleo, el gas que alimenta fogones, calienta hogares o enfría veranos es un combustible fósil que desprende dióxido de carbono al quemarse y contribuye al calentamiento global. Pero emite menos que sus pares. Cerca de un 50% menos que el carbón y un 25% menos que el petróleo. 

En plena emergencia climática, eso ha hecho que algunos vean en esta nueva abundancia una suerte de regalo del cielo, el “combustible puente” que el mundo necesita para acometer la transición a las renovables. Pero esa transición, que se está quedando sin tiempo, ha visto también como el esquisto ha alargado la vida de los hidrocarburos y ha permitido a países restarle urgencia a a las renovables, al ver cómo el aumento de gas en su dieta energética contribuía a reducir las emisiones. “Nosotros no lo llamamos gas natural, sino gas fósil”, dice el coordinador de la campaña sobre el gas de Greenpeace, Francisco del Pozo. “Las grandes compañías del sector le han hecho un lavado de cara en los medios, pero este es un gas que desprende metano, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el CO2”. 

Grandes expectativas de crecimiento

Aparte de sus emisiones directas, hay que sumarles las indirectas, que se derivan de las fugas de metano que se producen durante su extracción en los pozos, su almacenamiento, en las procesadoras o en los gasoductos. Y ese metano es capaz de concentrar hasta 80 veces más calor en la atmósfera que el CO2 durante sus primeros 20 años. Lo que no ha impedido, sin embargo, que sea el combustible fósil con más expectativas de crecimiento a medio plazo, tanto que en 2025 podría superar al carbón globalmente y en 2047 al petróleo, según las proyecciones del Foro de Países Exportadores de Gas, una suerte de patronal del sector. 

Para el planeta es una mala noticia. Naciones Unidas advirtió esta misma semana que la producción de combustibles fósiles prevista para 2030 es “dos veces mayor de lo que haría falta para limitar el calentamiento global a 1.5 grados”. En el caso del gas, un 71% más de lo que se necesitaría para alcanzar ese objetivo. Pero no es la única consecuencia adversa de su creciente popularidad, beneficiada por la insuficiente capacidad actual de renovables para satisfacer toda la demanda, el freno a las nucleares o el progresivo desmantelamiento del carbón.

Red cara e infrautilizada

A la explosión de sus precios en los mercados internacionales, habría que añadirle el efecto perverso que tiene sobre el precio final de la luz en la Unión Europea o los costes que el consumidor acaba pagando por mantener la infraestructura gasística. En España está más desarrollada que en ningún otro país del continente, lo que le ha permitido al país diversificar su suministro y alejar el fantasma del desabastecimiento. Pero el peaje es elevado. El 39% de la factura de la luz que pagan los españoles va a dedicado a mantener la red gasística de Enagás, la empresa privatizada en 1994 que tiene el cuasi monopolio del sistema, según un estudio del Instituto de Economía Energética y Análisis Financiero. Más que en ningún otro país de la UE.  

Esa red parece superar con creces las necesidades del país, como demuestra el hecho de que, en los últimos 20 años, la tasa de utilización de la capacidad instalada en España nunca ha llegado al 50%. “El problema es el exceso de inversión en proyectos de gas innecesarios por el afán de obtener ingresos regulados, lo que parece beneficiar a los accionistas de Enagás en vez de atender las necesidades del sistema técnico o de los consumidores”, sostiene el informe.

A pesar del aumento de su demanda, entre los bancos multilaterales el gas ha empezado a ser combustible non-grato. El Banco Europeo de Inversiones anunció recientemente que dejará de financiar a finales de año proyectos de gas natural en el mundo. Otros como el Banco Mundial se lo están pensando. 

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