Crisis volcánica en La Palma

Volcanes que dejaron huella: Mont-Pelée, la Martinica

El martiniqués es un volcán mítico que dio nombre a un tipo de erupción especialmente peligrosa tras acabar en 1902 con la vida de casi 30.000 personas

Su altura no alcanza los 1.400 metros en una isla, con 400.000 habitantes, de soberanía francesa, más pequeña y con una geografía más llana que la canaria

Volcán Mont-Peelé en la Martinica

Volcán Mont-Peelé en la Martinica

Fernando Hernández Guarch

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Estaba en la Martinica por motivos que no vienen al caso, pero que no me ocuparían hasta el lunes siguiente. Así que sábado y domingo los dedico con mi compañero de viaje a recorrer la isla, conocer la capital, Fort-de France, y acercarnos al Mont Pelée (Monte Pelado), volcán mítico que dio nombre a un tipo de erupción especialmente peligrosa y que acabó en 1902 con la vida de cerca de 30.000 personas.

La Martinica es una isla de unos 1.100 kilómetros cuadrados, por tanto más pequeña que Gran Canaria y también más plana. Su mayor altura es el volcán que vamos a visitar y que no alcanza los 1.400 metros. Es también más verde y lluviosa y tiene una población de unos 400.000 habitantes con un nivel de vida similar al de Canarias. Fue española. La ‘descubrió’ y conquistó Colón, luego francesa en 1635, por algún tiempo inglesa y volvió a Francia, de la que ahora es una región ultraperiférica en la UE.

Su historia y sociedad están muy ligadas al esclavismo. Francia acabó con los indios caribes que originalmente poblaban la isla (cuentan que estos maldijeron a sus dominadores: La Montaña de Fuego nos vengará) y los sustituyó por africanos que trabajaron en los ingenios de azúcar y que protagonizaron algunas revueltas para liberarse a la manera de los de Haití, pero sin éxito. Podemos añadir que a los indios caribes les había ido algo mejor con los españoles como gobernantes. Todo esto ha dejado huella clara en la tipología de sus moradores.

Entre mis visitas del sábado está en Fort-de France una casa-museo de los criollos que en los siglos XVIII y XIX controlaron la isla. Es un edificio de tipo colonial, hecho de madera en gran parte, con muebles y decoración propias de la moda del Imperio francés. Curiosa sin más. Y no hay mucho más para turistas excepto la isla misma, de espléndida naturaleza que invita a conocerla.

Fort-de France es la ciudad en la que nació, es el personaje criollo más famoso de la isla, Josefina Rose Tascher de la Pagerie (1763-1814), más conocida como Josefina Bonaparte, emperatriz de los franceses y antepasada de los reyes actuales de varios países europeos ( todos los países nórdicos y Bélgica). Sin embargo, no es muy querida aquí porque ella y su familia fueron firmes defensores del esclavismo y consiguieron evitar que se aplicaran las leyes dictadas tras la Revolución Francesa para acabar con esa odiosa práctica. A pesar de esto vemos en la ciudad una estatua que la recuerda. Añado un lío de familia: Josefina había estado casada anteriormente con el caballero de Beauharnais, del que se divorció y que acabó guillotinado. Sabemos que Napoleón se divorció de ella y se casó con María Luisa de Austria y que ésta, cuando mandaron a su marido a Santa Elena, no tardó en sustituirlo en su lecho por el conde Adam Albert von Neipperg con el que tuvo tres hijos. Después, aún le quedaban ganas, tras la muerte de Neipperg, se casó con el conde Carlos René de Bombelles. Da para un buen programa de televisión.

En un coche alquilado el domingo nos acercamos al norte de la isla donde están las ruinas de la población de San Pedro (Saint Pierre) que fue arrasada el 8 de mayo de 1902. Tenemos muchos relatos de lo que ocurrió. Yo tomo de B. Booth y F. Fitch lo principal de lo que sigue: Desde febrero de 1902 los habitantes de la zona habían empezado a notar el olor a azufre, pequeños terremotos, ruidos subterráneos y otros síntomas de que el volcán del vecino Mont Pelée, está a siete kilómetros, se estaba despertando. El 25 de abril se produjo una gran explosión y comenzó a emitir cenizas incandescentes. El asunto fue a mayores pero la población de St. Pierre no entendió que corría un peligro serio. Por entonces era una ciudad de 28.000 habitantes con un puerto dinámico por el que se importaba y exportaba la producción del norte de la isla.

El 2 de mayo las cosas se pusieron serias y una enorme y negra columna de cenizas y material incandescente se formó en la cima de la montaña entre grandes detonaciones. La gente empezó a rezar, pero no pensó en evacuar el lugar y ni siquiera los barcos que estaban anclados en el puerto lo abandonaron.

Los días posteriores fueron de calma con lo que día 7 de mayo las autoridades emitieron un comunicado: «Según las observaciones efectuadas, la intensidad del volcán está disminuyendo palpablemente. Esta mañana la altura de la columna de cenizas era de tan solo 2.400 metros, mientras que el domingo por la noche medía unos 5.200 metros. Muchos turistas se han ido a visitar el cráter».

Uno de los técnicos encargados de la vigilancia de la erupción declaró: «Según mi opinión, el Mont Pelée no representa para Saint Pierre una amenaza mayor que el Vesubio para Nápoles». Naturalmente eso bastó para alarmar a la población que empezó a construir barricadas para refugiarse, pero el gobernador se animó a visitar el volcán. Nunca volvió».

El día 8 de mayo, a las 7:50 horas se oyó una enorme explosión, una altísima nube de piroclastos se elevó sobre el volcán colapsando por su propio peso y convirtiéndose en un flujo ardiente que, como una potente ola, bajó desde la cima de la montaña hasta St. Pierre, arrasándolo todo a su paso. Mató a todos los habitantes de la ciudad y a los tripulantes de los barcos que fondeaban en el puerto, excepto a Augustus Cyparis, encarcelado en una celda subterránea por haber participado en una riña callejera. Fue el único entre 30.000 personas que pudo escapar al flujo del volcán.

Hoy llamamos peleanos a los volcanes que presentan una tipología parecida y están considerados como muy peligrosos.

Nosotros hemos llegado a un aparcamiento donde termina la carretera que sube al Mont Pelée. Hay que seguir caminando 200 o 300 metros para llegar a la cima. La montaña no guarda señales de aquella explosión ya centenaria y realmente no hay nada más que el ‘morbo’ que aconseje subir hasta allí.

Las ruinas de Saint Pierre en la costa bajo el volcán se pueden visitar, no tienen ningún encanto, y también vemos la celda en la que se salvó Augustus Cyparis. Este personaje se ganó la vida exhibiéndose en un circo por Estados Unidos como «el único superviviente del volcán de Mont Pelée». En la visita, perdida la impresión de lo cercano en el tiempo, no encontré nada de interés.

Cerca de la ciudad, en una playa poco frecuentada en ese momento, cenamos una langosta a la parrilla en la que no encuentro el sabor que tienen las de Canarias. Probablemente es un síntoma de morriña.

La explosión tuvo otra consecuencia inesperada. Por las mismas fechas Estados Unidos se había hecho con la propiedad del canal de Panamá y había nombrado una comisión (la Comisión Walker) para que estudiara el trayecto más razonable: a travesaños el istmo de Panamá o aprovechando el lago Nicaragua en ese país. Naturalmente en una u otra opción se movían importantes intereses económicos. Los partidarios del istmo aprovecharon la explosión del Mont Pelée para ‘arrimar el ascua a su sardina’ alegando que el volcán Momotombo de Nicaragua suponía un gran peligro. La histeria que propició la explosión comentada (hasta Georges Méliès hizo una película catastrofista sobre el volcán), inclinó la balanza y por eso tenemos ahora el Canal de Panamá y no el Canal de Nicaragua.

Suscríbete para seguir leyendo