Sector agroalimentario

Catalunya busca ingenieros agrónomos

El año pasado terminaron el máster solo 20 alumnos mientras el colegio profesional tenía 150 ofertas de trabajo por cubrir

La gestión eficiente del producto de proximidad y sostenible hacen más perentoria la necesidad de expertos cualificados

Gerard Pidemunt

Gerard Pidemunt / David Aparicio

Carlos Márquez Daniel

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Tiempo atrás era habitual tener algún agrónomo cerca. Un primo, un amigo, un conocido. Esta profesión, que se asocia al campo, y así es, pero aborda muchísimo más, está perdiendo efectivos en Catalunya, precisamente cuando más necesarios son con la digitalización y la tecnificación del sector agroalimentario. Así lo advierte su colegio profesional, que recuerda que este es un oficio no solo imprescindible sino que también brinda un buen porvenir a los que lo ejercen. Porque como suelen decir, se dedican a "alimentar al mundo", y eso es algo que no parece que vaya a pasar de moda. Prueba de ello, es la cantidad de actividades ciudadanas, foros de debate y otros eventos que van a tener lugar en Barcelona a partir de esta semana y hasta finales de octubre, con motivo de su designación como Capital de la Alimentación Sostenible.

"Si queremos ser sostenibles a nivel de alimentación y apostar por la cercanía, es necesario conocimiento y eficiencia, y eso es precisamente lo que hacemos nosotros", afirma Conxita Villar, decana de los agrónomos catalanes. La sociedad demanda cada vez más productos ecológicos, pero conseguir eso requiere de "profesionales cualificados", insiste. Eran necesarios en 1855, cuando durante el reinado de Isabel II se creó la Escuela Central de Agricultura, y lo siguen siendo hoy, 166 años después.

Un ejemplo: el máster que habilita para ejercer la profesión incorporó al gremio una veintena de nuevos ingenieros agrónomos el pasado año. En el curso anterior fueron 15. Son pocos si se tiene en cuenta que el Colegio Oficial de Ingenieros Agrónomos de Catalunya (COEAC) tenía unas 150 ofertas de empleo sobre la mesa. Una situación, al parecer, que se repite en otras regiones, como Aragón, País Vasco o Navarra. Puede que muchos aspirantes se hayan pasado a los muy dignos grados de formación profesional, más asequibles, pero quizás también sea un efecto más de la España rural vaciada o de una globalización que, por mucho que se hable de producto de kilómetro cero, está achicando la agricultura y la ganadería de proximidad. La pandemia, sin embargo, unida a la sensibilidad ecológica, puede marcar un punto de inflexión, una ventana de retorno a los alimentos de cercanía. Esta es la crónica de una carrera en horas bajas, pero también es el reflejo de una sociedad.

Laia Villar, en la empresa cooperativa en la que trabaja, ActelGrup, en Lleida, el pasado jueves

Laia Villar, en la empresa cooperativa en la que trabaja, ActelGrup, en Lleida, el pasado jueves / Jordi Pou

 No está en su ánimo criticar la paleta de cursos de FP, pero recuerda que esas titulaciones “habilitan para realizar tareas muy concretas”. Lamenta, también, que la gente sea tan reduccionista con los agrónomos: “La nuestra es una profesión muy transversal; conocemos la naturaleza, la tecnología y la digitalización”. Para llegar ahí, han tenido que estudiar cuatro años de grado técnico (se imparte en las cuatro provincias) y un máster de casi dos años que solo puede realizarse en la Escola Tècnica Superior d’Enginyeria Agrícola (ETSEA) de Lleida, que, señala Villar, “está en el top 3 internacional en investigación agroalimentaria”.

"Te permite escoger"

Gerard Pidemunt se empapó de campo en Sant Hilari Sacalm de la mano de sus abuelos. Terminó el grado y se apuntó al máster para profundizar, para tener más opciones laborales y, de paso, menos competencia. “Te permite escoger, y el hecho de que la agronomía sea tan amplia te abre campos muy distintos, como consultoría, asesoramiento, dirección técnica o de cooperativas, explotaciones agrícolas o ganaderas, investigación…”. Ahora trabaja en el Departament d’Acció Climàtica, Alimentació i Agenda Rural, en Girona, estudiando y gestionando ayudas al sector. Espera que cada vez sean más los jóvenes que se apunten al gremio, "porque entonces sí podremos dar por hecho que esta sociedad se cree todo lo que dice sobre la crisis climática y la importancia de consumir productos de proximidad".

Una de las tierras que se siguen trabajando en el parque agrario del Baix Llobregat, la despensa de Barcelona

Una de las tierras que se siguen trabajando en el parque agrario del Baix Llobregat, la despensa de Barcelona / Álvaro Monge

No entiende que se siga relacionando a los agrónomos “con cuidar cerdos o plantar lechugas”. Pero no lo dice con ademán ofendido. Es incomprensión: “Todo el mundo valora el producto de proximidad, pero no tienen ni idea de lo que hay detrás, de cómo ha llegado hasta la estantería del supermercado, de los costes, del esfuerzo; hay una desconexión muy grande entre el campo y la ciudad”. Todo esto, advierte, está generando un progresivo abandono del campesinado, porque un pequeño agricultor “no puede ganarse la vida ante márgenes económicos tan ridículos”. Por eso, lamenta, “cada vez hay más tierras en menos manos”, cosa que ya está pasando en zonas como el parque agrario del Baix Llobregat, donde apenas hay relevo generacional y unos pocos se hacen cargo de las hectáreas de muchos.

"Hay una desconexión muy grande entre el campo y la ciudad"

¿Pero por qué creen que es fundamental la figura del ingeniero agrónomo? Ahí va este joven de 24 años: “Es importante para poder avanzar en la gestión, la planificación, el diseño y la innovación tecnológica del medio rural, agrícola y alimentario del país”. La decana del COEC añade el factor sostenibilidad, un valor en alza que en buena medida depende de la “agricultura de precisión”, esto es, la explotación del campo minimizando al máximo el uso de productos químicos, optimizando el uso del agua y recurriendo a energías alternativas. Pero también, añade Conxita Villar, la lucha contra los incendios “junto a los ingenieros forestales”. Elementos que décadas atrás no estaban en la agenda pero que a partir de finales los 80, tras un par de décadas de la denominada 'revolución verde' (el redescubrimiento de la agricultura pero sin demasiado control), y con el 'boom' del ecologismo, empezaron a tenerse muy en cuenta.

Venderse mejor

Laia Villar terminó los estudios en 2010 y lo suyo no fue tan vocacional como en el caso de Gerard. Le sedujeron las salidas profesionales, el poder abarcar ámbitos tan distintos dentro de una misma área de conocimiento. Pasó 10 años en una empresa de productos ecológicos, Altinco, donde combinó la agronomía con el marketing en el puesto de directora comercial. Decidió cambiar de aires y ahora es responsable de un área agrotécnica de ActelGrup, “una cooperativa de cooperativas, de las más grandes de España”. Coincide con sus colegas en que la imagen social de su oficio está repleta de tópicos, pero cree que el gremio tiene parte de culpa. “La carrera no está bien publicitada, tengo amigos que solo vinculan mi trabajo con la tierra. Puede ser que elijas eso, trabajar en el campo, y está muy bien, pero hay mucho más, y nos hacemos ver muy poco, nos hacemos valer poco”. El colegio se ha puesto a ello con la campaña 'la profesión que alimenta el mundo'.

Hay agrónomos en los laboratorios, en las empresas, en las cooperativas, en la gestión de parques y jardines urbanos, en la educación, en la producción de vino o aceite, en las granjas, en los almacenes, en el diseño industrial... Y todos con trabajo asegurado. “Incluso los que eran menos estudiosos se ganan bien la vida”, bromea Laia.

La decana ve un halo de esperanza, pues este año son 30 los matriculados en el máster de Lleida. Una buena noticia, dice, puesto que la agricultura sostenible "está en riesgo ante la falta de ingenieros agrónomos".