Afganistán

Así escapó una joven lesbiana de los talibanes: de Kabul a Mallorca en el último segundo

Maryam se quita el velo en Mallorca como símbolo de su nueva libertad. | NELE BENDGENS

Maryam se quita el velo en Mallorca como símbolo de su nueva libertad. | NELE BENDGENS

Frank Feldmeier

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A veces son unos días los que deciden qué giro tomará una vida. Para Maryam Amal fue el tiempo comprendido entre el 21 y el 24 de agosto. «Durante esos días pasé por un infierno», dice la joven afgana de 21 años. Y no importa qué se le pregunte sobre su vida, ella siempre regresa a la época en la que aguantó en el aeropuerto de Kabul. Prácticamente sin dormir ni comer, entre la multitud amenazadora, bajo la mirada de los guardias armados talibanes que tomaron el poder en la capital afgana el 15 de agosto. Los disparos se repetían. Los guardias los golpearon con porras, cuenta Maryam, y la gente entró en pánico. Fue justo antes de la explosión del 26 de agosto cuando dos atacantes suicidas se inmolaron, matando a 183 personas.

Pocos días más tarde, el 16 de septiembre, la joven estaba sentada en la mesa de un bar del barrio de Son Rapinya. Ahora vive en un albergue gestionado por la Cruz Roja, junto con refugiados de otros países. Hasta entonces no sabía nada de la existencia de Mallorca. Aunque hasta ahora no ha disfrutado de las maravillas de la isla, se siente «como en el paraíso», dice ella. Aquí no la condenan al ostracismo por no querer casarse con un hombre. Aquí no tiene que llevar velo ni burka. Y sobre todo: aquí podría incluso cruzar la calle de la mano de otra mujer sin tener que temer por su vida.

Maryam habla como una cascada, en un inglés fluido con algo de acento, que ha aprendido en tutoriales de YouTube. Creció en Sar-i Pul, una provincia del norte de Afganistán. Allí fue a la escuela: «Mi familia lo permitió porque trabajé duro». No tuvo que usar el burka, sino que salió con el chador, un pañuelo que se envuelve alrededor de la cabeza y el cuerpo.

Sin embargo, el orden social arcaico dictaba reglas estrictas. Desde que tenía 14 años, sintió la presión de su familia para casarse, especialmente de su hermano mayor, dice Maryam. Ella lo rechazaba. No quería ser infeliz. Para su familia, en cambio, estaba en juego su existencia moral. «No sabían de mi orientación sexual, pero pensaban que ya no era virgen o que era una fulana. Pero para demostrar lo contrario, habría tenido que consentir casarme», explica.

El padre de Maryam murió en la guerra civil (1989-2001), y cuando su tío reclamó la tierra de la familia, se mudaron en 2015 a Kabul, donde Maryam pudo continuar sus estudios. Y entonces sucedió: cuando tenía 17 años, la afgana se enamoró de una compañera de clase con la que pasaba mucho tiempo. «Un día le dije que me gustaría pasar el resto de mi vida con ella», recuerda la joven. Entonces, la compañera de clase se apartó de ella, la insultó y le contó a todos sus amigos lo que había sucedido.

Afortunadamente, solo quedaban unos meses para graduarse. Maryam aguantó ese tiempo y consiguió apuntarse a un programa educativo de USAID, la agencia estadounidense para el desarrollo internacional. De hecho, el año pasado comenzó a formarse para ser ingeniera de software. Al mismo tiempo, aumentó la presión sobre las mujeres afganas para que se casaran. En su caso, especialmente de su hermano mayor, que la amenazó y llegó a golpearla. Ante las agresiones, se refugió en un piso de estudiantes. Se mantuvo cautelosa al tratar con sus compañeros de estudios. Con la reacción de su primer amor había aprendido la lección.

Cuando los talibanes volvieron a tomar el poder este verano, casi 20 años después de su expulsión, fue un desastre para la mujer afgana. Se acabaron las perspectivas de poder seguir formándose y trabajar siendo mujer, por no mencionar la imposibilidad de vivir su orientación sexual. Para Maryam estaba claro: no había futuro para ella en Afganistán. En un acto de desesperación, escribió en Facebook a Ella Global Community, que organiza eventos para mujeres lesbianas en Mallorca y campañas para la comunidad en todo el mundo.

«Hablamos con ella por teléfono todos los días», dice la fundadora de Ella, Kristin Hansen: «Mi equipo estuvo activo día y noche». Maryam describió su desesperación en correos electrónicos. Hasta entonces, Kabul había sido el lugar más seguro de Afganistán para una joven que quería estudiar y trabajar. Con la conquista de los talibanes, todo era diferente: «Sentía como si ya no pudiera respirar, como si ya estuviera muerta», dice la afgana.

El equipo de Ella intentó obtener un visado de salida para la joven de varias maneras. «Contactamos con políticos, activistas, embajadas y ONG hasta que uno de mis colegas recibió la aceptación de la Cruz Roja en España», explica Hansen. Fue posible tramitar el asilo político para Maryam y conseguir un billete para un vuelo de evacuación. «Deberá usted acudir al aeropuerto de Kabul lo antes posible», decía un correo electrónico del Ministerio de Asuntos Exteriores español el 21 de agosto: «Vayan preparados para estar varias horas esperando. Intenten aproximarse lo más cerca posible a la puerta. Agiten prendas de color rojo o amarillo para ser identificados por los guardias».

Maryam hizo un primer intento de llegar al aeropuerto sin éxito: el área era como una zona de guerra. En esta situación, el apoyo emocional de Ella fue vital. «Solo quedaban unas pocas mujeres en la calle, ella nos confió su vida», explica Hansen, para quien supuso una gran responsabilidad. En las noticias, todos los días se veía cómo mataban a gente.

A pesar de la amenazante situación, Maryam logró arreglárselas sola en el aeropuerto. Incluso la desesperación se convirtió en coraje: «Dije que mi familia ya estaba en la terminal», recuerda la joven. Cuando por fin se subió al avión, puso fin a la multitud y a los pisotones. Los soldados extranjeros se hicieron cargo de ella y el avión pudo despegar rumbo a Madrid. Desde allí, a los pocos días, partió hacia Palma.

Después del poco tiempo que ha pasado en la isla, ya sabe exactamente lo que quiere lograr: aprender español lo más rápido posible, encontrar un trabajo y poder valerse económicamente por sí misma, además de estudiar administración de empresas, conocer a alguien, formar una familia y ayudar a otras personas en su situación. «A veces tengo miedo de despertarme y darme cuenta de que todo fue un sueño y que todavía estoy en Afganistán», confiesa.

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