Del shock al desgaste

El dinosaurio del volcán todavía estaba en La Palma

El día amaneció en silencio después de una de las peores noches, pero los vecinos advertían que esta pausa se asemejaba más al cuento de Monterroso

Erupción del volcán Cumbre Vieja, en La Palma

Erupción del volcán Cumbre Vieja, en La Palma / AFP / DESIREÉ MARTÍN

Nora Navarro

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Si la mañana estiró sus primeros rayos en silencio con la promesa de una tregua, la noche cayó sobre La Palma con el despertar de la pesadilla: más veloz, más voraz, más líquida. En realidad, sus habitantes lo intuyeron desde el espejismo de la quietud, porque el tremor no solo es de la tierra sino que sacude por dentro, así que los vecinos y vecinas ya advertían desde el mediodía que la pausa se asemejaba más al cuento de Monterroso y que, en el fondo de la corteza terrestre, el dinosaurio todavía estaba allí.

«Por favor, no digan que se apagó el volcán si solo saben que paró, que estamos muy cansados y no podemos más», clamaba por la mañana una vecina del municipio de Tazacorte, que en la noche del domingo al lunes apenas acumuló tres horas seguidas de sueño porque «pensaba que la casa se nos caía encima de verdad». Y es que esas horas posteriores a la estacada que derrocó el campanario de la iglesia de Todoque, emblema sentimental del barrio y de la isla, alumbraron una de las peores noches de explosiones y temblores. Y ya era la octava.

En el transcurso de la última semana desde que se abrió la tierra en canal en Cabeza de Vaca, el estado de ánimo de la isla ha mutado desde el shock y el terror al desánimo y el desgaste. Para esta vecina, «la ansiedad va a más y más», explica, como el avance de las emanaciones que emponzoñan la atmósfera y que mantiene confinados cuatro barrios bagañetes.

Sin embargo, la calma aparente del volcán de Cumbre Vieja permitió refractar el nuevo ángulo que marca el pulso cotidiano de una isla a oscuras bajo los focos de atención de todo el mundo. Los caminos de ida y vuelta en el muelle de Santa Cruz de La Palma, única puerta de entrada y de salida de la isla, dibujaban ayer regueros de pisadas y carriles sobre las capas de ceniza que alfombran el asfalto. Muchas representan las huellas de la desbandada y el miedo, pero otras marcan el rumbo del auxilio, la solidaridad y el apoyo, cuyo manto aspira a llegar mucho más lejos que la lava.Algunos turistas agolpados en fila ayer a las puertas del Fred Olsen enterraron por fin el discurso injusto de la explosión hipnótica, porque entienden que la isla que ayer les acogió es hoy una herida abierta. «We’re useless here [Sobramos aquí]», manifestaba Ida, una diseñadora gráfica que guardaba cola junto con su pareja en dirección a Los Cristianos, en Tenerife, para volver a Hamburgo, en Alemania, con la promesa de que regresarán cuando soplen nuevos vientos en la isla, porque La Palma también les necesitará entonces. Incluso, más que ahora.

El trayecto que une los dos costados de la isla es como quedarse varada en el túnel de la Cumbre

Tras el colapso del pasado fin de semana en la terminal marítima, puesto que los vuelos permanecen suspendidos aun con la breve reanudación fallida que tuvo lugar ayer, numerosos turistas, medios de comunicación y equipos de auxilio enfilan su regreso a casa en medio de la catástrofe. La tensión y presión de la incertidumbre también son agentes erosivos y muchos ya necesitan descanso.

Un desasosiego que no acaba

Por otra parte, para quien imprime su primera huella en la capa de arena negra, pero ha recorrido antes las arterias verdes de la isla, el trayecto que une los costados de la isla desde Santa Cruz de La Palma hasta Los Llanos de Aridane evoca algo así como quedarse varada dentro del túnel de la Cumbre: un desasosiego que no acaba nunca.

La línea continua que divide los carriles desde Buenavista hasta El Paso se desdibuja bajo una hilera de montones de arena y de partículas rocosas que llueven por toda la isla, que los servicios y operaciones de limpieza -en estos tiempos que se empeñan en recordar la importancia de lo público- barren hacia los arcenes y delimitaciones de sentido para despejar un poco el camino y que los vehículos no deslicen a su paso. Algunos carriles y rutas permanecen directamente cerrados al tráfico.

En el camino entre Los Llanos y Puerto Naos, el humo se espesa como un mal presagio

Aun así, apenas circulan coches a primera hora de la tarde y, aquellos que pisan la carretera, no superan los 50 kilómetros por hora, ya que la polvajera se levanta con más intensidad que la niebla. Los puntos de referencia que jalonan el recorrido en coche hacia el oeste también devuelven una estampa desoladora: los restaurantes Las Piedras y La Cascada, lugares de encuentro en carretera, son desiertos de arena negra cerrados a cal y canto. También el corazón del municipio de El Paso revela una realidad desnuda como sus calles, y es la tristeza que recorre cada punta de la isla y que se instala en las casas y negocios, como un velo semitransparente en el aire que lo perfora y lo desinfla.

Ahora bien, en las azoteas y en las entradas de las viviendas, todos los vecinos se asoman con cautela, enarbolan unos prismáticos y miran hacia el cielo plúmbeo en una única dirección: el volcán de Cumbre Vieja que concentra todas las miradas, que parecía dormido y que amenazaba con abrir aún más su mapa, con enjambres sísmicos que apuntaban hacia el municipio de Fuencaliente. Para quien lo mira de frente por primera vez, sin filtros ni pantallas, es absolutamente aterrador. Casi no hay palabras.

Una vecina de Las Martelas: "Esto que tenemos delante ha desgraciado a toda la isla"

«Yo de esto no me fío, ¿que ayer nos da uno de los peores días y hoy de pronto se apaga? Imposible, yo no me fío», apunta un vecino en una curva en dirección a Tazacorte. Entonces corrían las seis de la tarde y todo era silencio. Más adelante, unos kilómetros al sur, en el barrio Triana- Las Martelas, a mitad de camino entre el casco de Los Llanos de Aridane y Puerto Naos, la columna de humo se espesa como un mal presagio. Un vecino suelta el cepillo con el que barría la entrada de la frutería y se gira hacia atrás; otra vecina recoge la regadera con que mimaba sus flores, y alza la vista. El volcán vuelve a rugir con fuerza. «Lo sabíamos», suspira esta última.

«Esto que tenemos delante ha desgraciado a toda la isla», añade. Ya entonces contemplaba el riesgo de nuevas fisuras, de peores escorrentías de lava, de más pesadilla, cuenta. Y es que la casa donde vive una de sus hijas y nietas colinda con una de las bocas del volcán. «Si la lava coge por un lado, te lleva la casa; si coge por el otro, te va a las plataneras, y si te coge por los dos ya ni te cuento». Ya es hora de recogerse para preparar algo caliente y atravesar otra noche larga.

Aquí ya no hay palabras. Uno de los principios del periodismo es que respira en la calle, pero una de sus verdades es que, a veces, esas verdades solo se pueden contar como una aproximación. En la obra de teatro El cartógrafo, Juan Mayorga inventó la leyenda de un cartógrafo polaco que intentó reconstruir un mapa de las emociones, los miedos, la esperanza y el dolor vividos en el gueto de Varsovia. En un momento de la representación, Blanca Portillo rompe la cuarta pared en plena escena, se dirige al público y confiesa que hay un tipo de sufrimiento que es innenarrable, donde hay una imposibilidad de transmitir con exactitud ese dolor, ese desgarro, sin estar en la piel.

Algo así es lo que sucede ahora en La Palma, incluso mirando el dolor de frente. Pero todavía queda un largo camino que requiere de mucho apoyo, de acompañamiento y de tratar de reconstruir este mapa deformado por la lava, la pérdida y la impotencia. Lo haremos, como poco, con el respeto y la dignidad que merece esta isla.

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