Juergas contra la normativa

Botellón convocado por WhatsApp

Jóvenes armados con bolsas con botellas de alcohol buscan puntos en los que consumirlas cuando cierra el ocio nocturno, huyendo de la vigilancia policial

En las localidades con toque de queda, a la una tienen que confinarse en casa, y en las que no está vigente está prohibido beber en el espacio público

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A1-121589286.jpg / David Aparicio

Toni Sust

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Eduardo tiene 17 años y camina sonriente por Calella de Palafrugell con tres cómplices de edad similar, todos con pinta de lo que años atrás se conocía como niños pera y más tarde, niños pijos. Camisa blanca y bronceado de semanas. Edu, así le llaman, lleva la voz cantante del grupito, que transporta una bolsa blanca con botellas que tintinean. “No, no es ginebra”, dice con esa sonrisa de listo que atesora, mientras persiste, como sus compañeros, en no revelar cuál es el destino de esta noche.

Es miércoles, ya madrugada del jueves, y no hay bares que visitar: el ocio nocturno ha cerrado hace casi media hora y de hecho ya desde medianoche es complicado encontrar un lugar en el que tomar una cerveza. Por eso, porque no hay una mesa libre, un grupo, algunos familiares y algunos no, que descansa tras una jornada trabajando en un food truck, toma algo en el paseo, en el suelo, en un tramo de arena que no está en la playa, a la que no se puede ir de noche, como sucede con todas las de Palafrugell.

Agentes de los mossos controlan que los jóvenes que salen de la discoteca Costa Este a las 00.30, hora de cierre, abandonen el aparcamiento sin incidentes.

Agentes de los mossos controlan que los jóvenes que salen de la discoteca Costa Este a las 00.30, hora de cierre, abandonen el aparcamiento sin incidentes. / David Aparicio

Aquí, como en Calonge, no hay toque de queda, pero tampoco un lugar al que ir a beber alcohol legalmente que no sea un domicilio. Y en ese segundo caso, la reunión no debería superar la nómina de 10 personas. No hay que ser tan listo como Edu para comprender que muchos van a lugares que no son domicilios.

Cierra la discoteca

Mientras Edu, repeinado, eleva la voz, encantado de haberse conocido, y grita “¡Perroflauta!” a un enemigo imaginario, varios vehículos de mossos que estaban estacionados salen de la calle. Se dirigen al párking de la discoteca Costa Este. Como todas, esta cierra a las 00.30, y los empleados parecen muy concienciados de que nada puede fallar en la evacuación. Varios se instalan en el aparcamiento para ayudar a los coches a ir ahuecando el ala.

Por supuesto, aquí no está permitido el botellón, aunque no es difícil ver botellas en mano entre la gente que inicia el largo proceso de despedirse de la discoteca mucho antes de lo que solía. Hasta que llegó el covid, los aparcamientos de las discotecas han servido históricamente en muchas zonas como sedes para el final de la fiesta, aproximadamente hasta las seis de la mañana, hora a la que bien la policía local, bien la autonómica, les desalojaba, El hecho de que sea frecuente que estén lejos de viviendas evita molestias a los vecinos. Ahora, el párking es el punto desde el que los más osados eligen un nuevo lugar en el que reunirse a pasar el rato, beber y escuchar música. No es que lo decidan a voces.

Los mossos observan

En un límite del aparcamiento, están estacionadas las furgonetas de los mossos que han salido de allí donde Eduardo se pavoneaba. Los agentes observar como los jóvenes van entrando en sus coches para irse, de forma bastante diligente. No tienen que actuar. Otra cosa es que sepan a dónde irán esos chicos con sus botellas, aunque no todos lo hagan. Algunos eligen el camino de ronda de Calella a Llafranc. Otros el paseo de Sant Antoni, en el que esta madrugada del jueves un par de grupos comparten alcohol. Una presencia reducida.

Otros van a playas, aunque esté prohibido. ¿Cómo puede Begur vigilar que nadie vaya a las suyas con cuatro agentes patrullando por noche para una población veraniega de 25.000 personas? La alcaldesa, Maite Selva, lo juzga inviable.

Por eso, Teresa, nombre supuesto de una adolescente de 17 años, y sus amigos, pasaron esta semana unas horas de celebración nocturna en Sa Riera sin obstáculo alguno. Hay grupos que improvisan en el aparcamiento de la discoteca, no es su caso. “Una amiga me metió en un grupo de 20 personas, yo conocía a cinco, y cada cual podía añadir a quien quisiera. Acordamos el lugar y la hora tres días antes. Nos aseguramos de que alguien trajera un altavoz para tener música y cada uno se trajo bebida”.

“Pijos descerebrados”

El perfil de los asistentes a los botellones, dicen varios de los alcaldes, es el de gente joven, menor de edad, sin vehículo, que deambula a pie con las bolsas llenas de botellas. Pero no es así en todas partes. Lo señala la alcaldesa de Mont-ras, Vanessa Peiró: “En Calonge es gente joven, pero los que vienen a Mont-ras son cuatro pijos descerebrados de Barcelona que piensan que son los dueños de todo”.

Dice que no respetan nada, echa en falta más controles de alcoholemia y teme que los vecinos, hartos de no poder dormir, “se acaben tomando la justicia por su mano” ante sus molestos visitantes, de los que afirma: “Van en coches de alta gama, es gente con un poder adquisitivo alto”. Todo apunta a los hermanos mayores de Eduardo.

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