Historia estival

De esas casetas de baño, este S'Agaró

Los populares cambiadores de madera de la localidad ampurdanesa, origen del 'boom' de veraneantes en este rincón de la Costa Brava, cumplen 100 años

Los populares cambiadores de madera de S'Agaró cumplen 100 años

El conseller Jaume Giró a S'Agaró lo celebra con las hermanas Ensesa /

Carlos Márquez Daniel

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Hay constancia de presencia humana más o menos organizada en la Costa Brava desde tiempos inmemoriales, pero hoy aquí nos centraremos en lo que sucedió en S'Agaró hace 100 años, porque es un buen ejemplo del origen de nuestros días. En la playa de Sant Pol, en un litoral prácticamente virgen, un grupo de emprendedores levantó la cabeza, contempló el entorno y llegó a la conclusión de que aquello era un enjambre de oportunidades entre Platja d’Aro y Sant Feliu de Guíxols. Y desde entonces, si Barcelona tiene a Gaudí, este pueblecito tiene sus casetas de baño, de cuya consolidación se celebra su centenario y un poco más.

Imagen antigua de la cala de Sant Pol, en S'Agaró, con las casetas de baño sobre la arena

Imagen antigua de la cala de Sant Pol, en S'Agaró, con las casetas de baño sobre la arena / El Periódico

Hubo algunos intentos durante los primeros años de la década de 1910. No muy lejos de aquí, en la Fosca de Palamós, el empresario Remigio Tauler había construido en 1912 el Hotel Jeroglífic. Iban apareciendo pequeñas semillas de un cultivo muy distinto al de la época, cuando todavía abundaba la viña. Aquí, en S’Agaró, sucedió muy poco después, con la instalación de las casas de baño. Uno de los que lo intentó fue Isidre Pijuan, que tenía una granja al ladito de la playa y decidió instalar unas barracas de madera. De aquellas primeras experiencias acabó un proyecto más elaborado: 45 casetas que se abrieron en julio de 1919 de la mano de Manuel Bosch. Al año siguiente, Vicenç Gandol y Josep Ensesa compraron por 10.000 pesetas el negocio, que reinauguraron el 11 de julio de 1920 convertido en un auténtico complejo de vacaciones y bajo el nombre de Baño de San Pol. Añadieron una terraza y una oferta lúdica que incluía bailes, juegos para los más pequeños y actividades deportivas. El año pasado estaba previsto celebrar su centenario, pero no pudo ser por la situación epidemiológica. Se ha hecho este sábado, en presencia del ‘conseller’ de Economia i Hisenda, Jaume Giró, y las autoridades locales.

Horizonte sin sustos

Los descendientes de la familia Ensesa, propietarios del Hostal la Gavina y de la Taverna del Mar, ejercerán de anfitriones de una celebración que tiene a las casetas, que ahora se instalan solo durante los meses estivales, como principales protagonistas. Son a la vez, con sus colores y sus maderas, el símbolo de un cambio. Porque la playa no volvió a ser la misma, y de esas pequeñas estructuras se pasó, primero a chalets, y con el paso de las décadas, a comunidades de vecinos que llegan a confundirse con los municipios vecinos de Sant Feliu de Guíxols y Platja d’Aro. Pero eso sí, a diferencia de otros pueblos del litoral, la verticalidad de los edificios no ha alcanzado límites erizantes. 

La primera casa de veraneo que se levantó en el lugar fue la Senya Blanca, propiedad precisamente de Josep Ensesa. La encargó en 1923 al arquitecto Rafael Masó. Si Enric Sagnier construía las casas de la burguesía de principios del siglo XX, Masó hizo lo propio con las familias que, de manera escalonada, fueron desembarcando en S'Agaró. Suyas son una treintena de chalets de la zona, incluido el Hostal la Gavina, que abrió sus puertas en 1932. Para hacerse una idea del crecimiento del lugar, durante la década de los años 20 se multiplicó por diez la cifra de bañistas (empezaron siendo unos 4.000).Ayudó la mejora en las comunicaciones, con autocares saliendo tanto de los municipios cercanos como desde Barcelona, en un trayecto de poco más de dos horas, y también el acuerdo con una naviera para transportar visitantes también por el mar. Todo ello, por cierto, tuvo si rincón de gloria en la Exposición Universal de 1929, donde los empresarios de la Costa Brava aprovecharon para exhibir músculo ante el público local e internacional.

Eran tiempos de aparcar los primeros coches en el camino junto a la playa, de charlar con el agua hasta los tobillos con los brazos cruzados. Una época de cambiarse en la caseta a pie de mar, de tomar algo en la taberna. De volver a casa cuando el sol empezaba a marcharse por la espalda. Mucho han cambiado las cosas. Aunque quizás no tanto.